miércoles, 8 de enero de 2014

Estes jogos são a merda - Parte 2

(Lee primero la Parte 1)

Me despierto y la pequeña Güiña está como cada mañana asomada a la ventana. Está alegre y contenta porque hoy es mi día libre anual y tenemos un montón de planes para pasar un gran día. Huenulaf está junto a ella y observan la ciudad inca. Mientras el adolescente parece mirar con odio, Güiña empieza a maravillarse con la idea de vivir ahí, de ser alta como ellos, de verse limpia y esplendorosa.

Cada familia mapuche tiene un día libre anual y debe ser el momento más importante del año. Nosotros solemos realizar alguna ceremonia en memoria de la madre de estos chiquillos, que murió hace unos años de una enfermedad extraña. Como los mapuche no tenemos servicios de salud, nunca supimos con certeza cuál era el problema, pero una heridas rojizas, junto a un descascaramiento de piel, le aparecieron en la planta de los pies y en las palmas de las manos. Esas heridas avanzaron por todo el cuerpo. Cuando ya no pudo esconder más la situación en su centro de reclusión laboral, el inca encargado terminó rápidamente con su vida metiéndola a una trituradora. A nosotros nos llegó una pequeña nota donde explicaban que fue “suprimida” por no cumplir con los requerimientos mínimos para trabajo incaico.

Así que prendemos algún palosanto y recordamos su presencia, su suavidad, sus olores. Después, viene la diversión. La pequeña Güiña quiere que salgamos a caminar y así lo hacemos. Las calles vacías no muestran mucho movimiento porque la mayoría de los mapuche está trabajando, bien en la ciudad inca o bien en los campos adyacentes. Pero vivimos cerca del límite de la ciudad y en poco rato estamos caminando por el campo abierto. Observamos a las aves y alcanzamos a ver algunas liebres salvajes. Al fondo, en las montañas, debe haber cóndores.

Pasamos un perfecto día de campo y cuando se acerca la noche caminamos de vuelta a la ciudad. Hay alguna sonoridad extraña en el ambiente, pero se escuchan los nguillatunes callejeros (son clandestinos) y entramos sin problemas a las calles, entre los edificios. Son sólo algunas cuadras hasta nuestro edificio, pero Huenulaf se encuentra con Lakfén, un joven de su edad, de 17 años. Conversan en privado un momento bajo la mirada lejana de Mikfa, la madre del joven, que está a una media cuadra esperándolo. Con Mikfa llevamos algunos años intercambiando miradas lascivas. Sé que nunca tendremos nada.

En ese momento se escucha un estruendo. Otro, y otro más. Sostengo con firmeza la mano de Güiña y vemos cómo un grupo de mapuches, vestidos para la guerra, sale de un edificio. Son cerca de 20 y llevan cintillos de la CAM. En medio de ellos un hombre mapuche pide piedad. Lo ponen de pie al medio de la calle, lo rodean, y un dirigente guerrillero lee la sentencia:

-Hemos confirmado que Huilluf Lakén es un informante de los Incas. Por esta traición se terminará con su vida.- Acto seguido, es fusilado.

Rápidamente se dispersa el grupo, algunos corren, otros simplemente caminan, se cambian las ropas y parecen desaparecer rápidamente. Busco con la mirada a Huenulaf y veo que ahora, además de Lakfén, hay otro joven junto a él. Están conversando, hacen algunos gestos. Cuando empezamos a caminar hacia él, el tercer joven se retira caminando, sin siquiera haberme visto.

También llega Mikfa al grupo y comentamos brevemente lo que pasó. Hace unos 18 años las operaciones de la CAM eran importantes, visibles, podía verse incluso propaganda en las calles. Pero actualmente presenciar una acción como esa era algo muy raro. Personalmente pensé que la CAM ya no tenía militancia dentro de las ciudades mapuche.

Una nueva mirada lasciva con Mikfa y nos separamos. Le pregunto a Huenulaf quién era el tercer joven. Responde vagamente que un amigo de Lakfén. Está bien, puede elegir sus amistades. El próximo año tiene que empezar a trabajar y debe disfrutar su libertad.

Mientras subimos los 21 pisos por las escaleras planeamos algunos juegos para Güiña y una vez arriba la mantenemos entretenida hasta que se duerme, en el suelo, pero con su cabeza apoyada en mis piernas. Huenulaf dice que tiene algo importante que hablar conmigo.

-Tú sabes que las machi están prohibidas hace años.

Me imagino que tiene alguna enfermedad. Me lleno de miedo y adrenalina cuando acerca sus manos al pie derecho. Se saca la ojota y me muestra la planta: tiene una herida rojiza, con puntos cafés a los lados y piel descascarándose. Ya conocemos la enfermedad y sabemos qué pasa si se entera un empleador inca.

-Padre. El amigo de Lakfén pertenece a la CAM. Me contó que en Villarrica hay algunas machis. Sé que tú conoces el camino, tal vez puedas hacerme un mapa. Tal vez podrían acompañarme. Tal vez podríamos escapar juntos, los tres.

Su herida se ve exactamente como la de su madre. Por otro lado, sé perfectamente el futuro que le esperaría dentro de la ciudad, dentro de un puesto de trabajo. Hay que mantener la calma. Qué hacer. En qué pensar. Urdir algún plan. Por lo pronto, averiguar. Averiguar qué pasa en los caminos, qué pasa en Villarrica. Se dice que en Alto Bío Bío quedan comunidades autónomas, que se puede vivir recolectando piñones y escondiéndose de las rondas regulares de caza incaica. Pero no hay ninguna certeza. Hay que averiguar.


FIN DE LA SEGUNDA PARTE (sigue con la tercera parte)

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