(Lee primero la Parte 1)
Me despierto y la pequeña Güiña está como cada mañana asomada a la ventana. Está alegre y contenta porque hoy es mi día libre anual y tenemos un montón de planes para pasar un gran día. Huenulaf está junto a ella y observan la ciudad inca. Mientras el adolescente parece mirar con odio, Güiña empieza a maravillarse con la idea de vivir ahí, de ser alta como ellos, de verse limpia y esplendorosa.
Me despierto y la pequeña Güiña está como cada mañana asomada a la ventana. Está alegre y contenta porque hoy es mi día libre anual y tenemos un montón de planes para pasar un gran día. Huenulaf está junto a ella y observan la ciudad inca. Mientras el adolescente parece mirar con odio, Güiña empieza a maravillarse con la idea de vivir ahí, de ser alta como ellos, de verse limpia y esplendorosa.
Cada familia mapuche tiene un día libre anual y debe ser el
momento más importante del año. Nosotros solemos realizar alguna ceremonia en
memoria de la madre de estos chiquillos, que murió hace unos años de una
enfermedad extraña. Como los mapuche no tenemos servicios de salud, nunca
supimos con certeza cuál era el problema, pero una heridas rojizas, junto a un
descascaramiento de piel, le aparecieron en la planta de los pies y en las
palmas de las manos. Esas heridas avanzaron por todo el cuerpo. Cuando ya no
pudo esconder más la situación en su centro de reclusión laboral, el inca
encargado terminó rápidamente con su vida metiéndola a una trituradora. A
nosotros nos llegó una pequeña nota donde explicaban que fue “suprimida” por no
cumplir con los requerimientos mínimos para trabajo incaico.
Así que prendemos algún palosanto y recordamos su presencia,
su suavidad, sus olores. Después, viene la diversión. La pequeña Güiña quiere
que salgamos a caminar y así lo hacemos. Las calles vacías no muestran mucho
movimiento porque la mayoría de los mapuche está trabajando, bien en la ciudad
inca o bien en los campos adyacentes. Pero vivimos cerca del límite de la
ciudad y en poco rato estamos caminando por el campo abierto. Observamos a las
aves y alcanzamos a ver algunas liebres salvajes. Al fondo, en las montañas,
debe haber cóndores.
Pasamos un perfecto día de campo y cuando se acerca la noche
caminamos de vuelta a la ciudad. Hay alguna sonoridad extraña en el ambiente,
pero se escuchan los nguillatunes callejeros (son clandestinos) y entramos sin
problemas a las calles, entre los edificios. Son sólo algunas cuadras hasta
nuestro edificio, pero Huenulaf se encuentra con Lakfén, un joven de su
edad, de 17 años. Conversan en privado un momento bajo la mirada lejana de
Mikfa, la madre del joven, que está a una media cuadra esperándolo. Con Mikfa
llevamos algunos años intercambiando miradas lascivas. Sé que nunca tendremos
nada.
En ese momento se escucha un estruendo. Otro, y otro más.
Sostengo con firmeza la mano de Güiña y vemos cómo un grupo de mapuches,
vestidos para la guerra, sale de un edificio. Son cerca de 20 y llevan
cintillos de la CAM. En medio de ellos un hombre mapuche pide piedad. Lo ponen
de pie al medio de la calle, lo rodean, y un dirigente guerrillero lee la
sentencia:
-Hemos confirmado que Huilluf Lakén es un informante de los
Incas. Por esta traición se terminará con su vida.- Acto seguido, es fusilado.
Rápidamente se dispersa el grupo, algunos corren, otros
simplemente caminan, se cambian las ropas y parecen desaparecer rápidamente.
Busco con la mirada a Huenulaf y veo que ahora, además de Lakfén, hay otro
joven junto a él. Están conversando, hacen algunos gestos. Cuando empezamos a
caminar hacia él, el tercer joven se retira caminando, sin siquiera haberme
visto.
También llega Mikfa al grupo y comentamos brevemente lo que
pasó. Hace unos 18 años las operaciones de la CAM eran importantes, visibles,
podía verse incluso propaganda en las calles. Pero actualmente presenciar una
acción como esa era algo muy raro. Personalmente pensé que la CAM ya no tenía
militancia dentro de las ciudades mapuche.
Una nueva mirada lasciva con Mikfa y nos separamos. Le
pregunto a Huenulaf quién era el tercer joven. Responde vagamente que un amigo
de Lakfén. Está bien, puede elegir sus amistades. El próximo año tiene que
empezar a trabajar y debe disfrutar su libertad.
Mientras subimos los 21 pisos por las escaleras planeamos
algunos juegos para Güiña y una vez arriba la mantenemos entretenida hasta que
se duerme, en el suelo, pero con su cabeza apoyada en mis piernas. Huenulaf dice
que tiene algo importante que hablar conmigo.
-Tú sabes que las machi están prohibidas hace años.
Me imagino que tiene alguna enfermedad. Me lleno de miedo y
adrenalina cuando acerca sus manos al pie derecho. Se saca la ojota y me
muestra la planta: tiene una herida rojiza, con puntos cafés a los lados y piel
descascarándose. Ya conocemos la enfermedad y sabemos qué pasa si se entera un
empleador inca.
-Padre. El amigo de Lakfén pertenece a la CAM. Me contó que
en Villarrica hay algunas machis. Sé que tú conoces el camino, tal vez puedas
hacerme un mapa. Tal vez podrían acompañarme. Tal vez podríamos escapar juntos,
los tres.
Su herida se ve exactamente como la de su madre. Por otro
lado, sé perfectamente el futuro que le esperaría dentro de la ciudad, dentro
de un puesto de trabajo. Hay que mantener la calma. Qué hacer. En qué pensar.
Urdir algún plan. Por lo pronto, averiguar. Averiguar qué pasa en los caminos,
qué pasa en Villarrica. Se dice que en Alto Bío Bío quedan comunidades autónomas,
que se puede vivir recolectando piñones y escondiéndose de las rondas regulares
de caza incaica. Pero no hay ninguna certeza. Hay que averiguar.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE (sigue con la tercera parte)
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