lunes, 22 de febrero de 2016

abandonar la isla

Tras numerosas jornadas revoloteando sin rumbo por la mar caribe, buscando la isla, tuvimos que acostumbrarnos a -si parábamos en tierra de vez en cuando- preguntar dónde estábamos. no siempre nos respondían. había que rogarle a los pájaros de envergadura para que indicaran algo, algo de comida, algún banco de peces en el horizonte. nunca nos dieron algún nombre, muchas aves errantes, los migratorios siempre solos, mucho silencio

en Cuba no hubo nada que preguntar. bastaron un par de horas picoteando en la playa para enterarnos de nuestra situación, al sur de la isla de la juventud, y de que Fidel vive en una casa al norte de matanzas, una finca. al parecer, aquí en Cuba muchos pájaros sienten orgullo de conocer la ubicación exacta de la casa de Fidel: nosotros comíamos pulguitas en la arena y de fondo se escuchaba el canto del guacamayo, del perdiguero, indicando la dirección de la casa. todos quieren ayudar, tremendo griterío

habitamos el tiempo hasta que el movimiento nos condujo hacia allá, éramos guiados por una pareja de choncholíes que nos convidaba a comer garrapatas. sus extrañas plumas nos acercaron a una casona amplia, toda llena de ventanas, construcciones coloniales, repleto de pájaros curiosos, jotes negros, gaviotas de franklin, un martín pescador europeo, picaflores, todos trinando, reclamando, ululando, cantando que ahí vive Fidel, aquí vive Fidel, aquí vive Fidel, gritaban todos. nuestras voces también fueron expresando lo mismo mientras nos envolvía un orgullo indescriptible, una alegría inmensa

abundaba la comida, habia reses, porcinos y equinos revolviendo el barro, abejas, tilapias, gallinas, mucho roedor para las rapaces, mucha fruta, mucha semilla. sería impropio exagerar, decir, por ejemplo, que la casa de Fidel fuera un parque para aves, pero se podía estar tranquilamente andando por ahí sin la necesidad de ir a comer demasiado lejos, así que los días pasaban fácilmente con un clima sofocante pero sin hambre ni sed ni cansancio, sólo un poco de calor

durante un ocaso como cualquier otro, mientras picoteaba la suavidad de un mango maduro, volteo hacia un costado y diviso a Fidel, sentado a una mesa revisando el granma, empuñando su lapicera para tomar nota, repitiendo en voz alta las leales redacciones de los periodistas. tenía un pocillo de frutas trozadas en las piernas y comía con la mano, bebía jugos de pulpas tropicales, incluso lo vimos haciendo alguna llamada telefónica. luego se puso de pie, se metió a la casa entrando por un ventanal. mientras se calzaba unas zapatillas nos acercamos esperando su saludo, pero al vernos merodear levantó un brazo como correteándonos. lo observamos entonces desde lo alto de una yarúa (¿o era un petate?) hasta que finalmente se alejó, en un trotecito suave, cuando ya era de noche

dormimos en un nido abandonado de cotorras del caribe. al día siguiente avanzamos hacia el oeste algunos kilómetros, picoteando por ahí y por allá, y no fue sino hasta abandonar el espacio aéreo de la isla que dejamos de escuchar las indicaciones para conocer la casa de Fidel, canto que salía también en nuestros trinos casi como un hipo, del que nos mejoramos nada más abandonar la isla.