viernes, 29 de septiembre de 2023

TriNiTY

1

La primera vez que vi a Trinidad, fue en la esquina de Juan Domingo Perón con Victoria, comuna de Santiago centro. Estaba de pie junto a la Carola, que es una amiga mía. Venían de un ensayo con su grupo de danza. La Caro quería contarme los problemas que tenía con su mamá, pero había llegado con una chiquilla que, ya viéndola de lejos, me pareció transmitía aires de ser una persona muy digna, yo diría que trascendente (creo que en ese momento pude haberlo pensado con esas palabras). No digo que ella se diera excesiva importancia, pero todo su gesto corporal al conversar distraídamente (así la ví por primera vez: desde lejos y distraída) daba la sensación de pertenecer a una persona muy importante. En todo caso, lo que más me sorprendió (y todavía pienso que sorprende a todas las personas que la iban conociendo) fue su mirada inolvidable: unos ojos intensos que mostraban claramente la redondez de la pupila, con un color innombrable, alguna variante del café (no sé si hacia el verde o al amarillo), que me hacían sentir desnudo y comprendido al mismo tiempo. O sea: me miró y me sentí totalmente transparente.

-¿Será  eso el amor a primera vista? 

No sé, igual tenía cara de alemana o de escocesa, de repente era por eso. O de escandinava, no sé. A mí me parecía imposible que a nadie más le pasaran cosas con su mirada. Sentía que toda la humanidad quedaba desnuda y transparente frente a sus ojos, y que ella empatizaba con todos aquellos a quienes desnudaba. Años después, cuando ya nadie quería acordarse de Trinidad, pregunté a muchos de mis cercanos si se sentían así -desnudos, transparentes y comprendidos- cuando Trinidad los miraba. Nadie se sintió exactamente así, pero todos coincidían en que su mirada era muy intensa, o por lo menos mucho más intensa que la mirada común de los santiaguinos que conocemos, o de los santiaguinos con los que nos cruzamos en las calles o en el transporte público.

Ese día de octubre, me acerqué a ellas, y me sorprendió su postura y su mirada, pero también las cosas que decía me sorprendían. Cuando llegué, como la Caro estaba de espaldas, me acerqué despacio y dejé que Trinidad (a quien yo todavía no conocía) terminara de decir lo que estaba diciendo antes de interrumpirlas con mi saludo. Decía algo que me pareció sencillo y agudo, y me sorprendí con su elocuencia:

-llegué a la conclusión de que beber durante las comidas es daniño

En todo caso, ese día no comimos, sólo consumimos líquidos, principalmente cerveza, en uno de estos típicos locales de avenida Brasil que están en la calle, y tienen mesas verdes puestas debajo de un toldo, lo que hace medianamente difícil hacer un perro muerto, aunque no imposible. La Caro y Trinidad comentaban la coreografía que ensayaron toda la tarde mientras yo las escuchaba medio embobado -obviamente procurando no perder la compostura ni desubicarme demasiado- y hacía comentarios más o menos razonables dentro de lo que manejaba el tema.

Participaban de un grupo de danza típico de actividades como los "mil tambores" de Valparaíso. Eran una veintena de personas que bailaban una coreografía andina, se disfrazaban de animales y danzabam medios agachadas frente a una persona que lidera el baile, que en este caso era mi amiga Caro, y se distribuían los más antiguos y talentosos adelante, y los más nuevos y novatos al final, posición que le tocaba a la recién conocida Trinidad, y que le daba un toque de humildad a su persona, cosa que igualmente me cautivaba, como todo lo demás de "esa persona increíble que estaba recién empezando a mostrarme su dones y recovecos". Por ahí, dijo:

-me gusta tu rostro porque es un poco asimétrico, las personas de rostro asimétrico son siempre las más interesantes

Decía cosas que me sorprendía mucho. Me parecían frases /inolvidables/, frases que se me fueron quedando inscrustadas en los pensamientos, y que aun hoy me asaltan en momentos inesperados. Ese "me gusta" con el que empezó la frase, mientras apuntaba mi rostro con su índice, casi me hizo saltar de la silla. Obviamente, no todas y cada una de sus palabras eran tan sorprendentes como lo del rostro asimétrico, pero sí me acuerdo de la frase siguiente a esa, que nuevamente me pareció muy clara y aguda:

-en todo este planeta nada te transmite tanta información como mirar frente a frente otro rostro humano

Cuento corto, la Caro cachó que estaba tocando el violín y al ratito se mandó cambiar excusando que estaba cansada. Trinidad hizo un gesto que decía más o menos que aunque se quedara sola igual se iba a tomar otro copete, así que yo también dije eso, obviamente sólo con la postura corporal o el "bodylenguaje", como dicen, y pedimos otros dos copetes y seguimos conversando.

Me contó su historia reciente, su justificación: después de rebotar durante años en la carrera de danza de una universidad de clase alta, se había ido a un retiro espiritual a la amazonía brasileña y venía llegando de vuelta a incorporarse en la vida metropolitana. En Brasil, vivió casi un año en una comunidad que fabricaba artesanía en greda a cambio de comida vegana y hamacas, donde un centenar de personas vivían el amor libre, la economía circular, experimentaban con sustancias naturales y trabajaban poco, así que vivían con lo justo. Se suponía que todo aquello era también un voto de pobreza, aunque la mayoría, como ella, podía irse cuando quisiera con sus tarjetas de crédito y sus puntos lanpass, cosa que finalmente hizo, porque tenía aracnofobia y había harta araña en esa zona del Marañón, y porque se aburrió de la familia que organizaba el espacio, dueña también del terreno, que actuaba a veces de forma injusta con los integrantes de la comunidad. Pero sobre todo se había aburrido de los perros, porque vivían rodeados de perros.






2

Esa noche la terminamos en mi departamento y a la mañana siguiente, día domingo, lo primero que me dijo fue:

-dejamos que el sol se levantara mucho antes que nosotros

Esa fue nuestra primera vez. Se fue temprano, y recién al día siguiente me mandó un mensaje que decía "me encantó todo, yo feliz de seguir saliendo contigo". Así que empezamos a salir. Ella pasaba a buscarme al taller y almorzábamos los menú almuerzo de la primera cuadra de avenida Recoleta, o si no, entrábamos pa Patronato a comer ramen. Tenía mucho tema y me contaba de forma muy clara sus problemas. En esa época arrendé un depa, un piso19 en avenida Mapocho. Trabajaba con un amigo, teníamos un taller donde fabricábamos trofeos y galardones. Así que Trinidad me pasaba a buscar al taller y caminábamos por Juan Domingo Perón, hasta avenida Brasil, y bajábamos degustando los menú almuerzo. Esa dinámica del almuerzo se nos hizo cotidiana, preferíamos los que venían con ensalada abundante y jugo. Ella tenía unas palabras que decíamos siempre antes de comer.

-Gratitud por la Vida.

En el primer mes que nos conocimos, ella salió elegida en una postulación para hacer un taller de danza afrobrasileña en el polideportivo de la municipalidad. Se estaba reintegrando a la vida asalariada. Pero el sueldo era pocazo y alojaba donde su hermana, que vivía lejos (en el barrio alto). Ya estaba empezando a cobrarle las cuentas y la comida, lo que era perfectamente justo; y además, los viajes en la 401 se le hacían interminables. Ante la opción de volver a vivir con sus papás, en su habitación de adolescencia, o pagar las cuentas en casa de su hermana, yo le ofrecí que se viniera al piso 19 conmigo.

Mi depto tenía dos piezas iguales, enfrentadas, con living, cocina y baño en medio. Ella ya había venido media docena de veces a mi depto y sabía que la otra pieza (supuestamente era mi taller, pero en relidad parecía bodega) podía habilitarse fácilmente. No lo dudó mucho y se vino a quedar acá de forma más o menos permanente, aunque no trajo todas sus cosas, sólo ropa y productos de limpieza. Yo obviamente tuve que mejorar la higiene del espacio para ponerme a su nivel, cosa que nos costó dos o tres conversaciones incómodas, aunque creo haber estado a la altura. Estábamos en nuestra mejor etapa, cada uno dispuesto a ceder y cambiar para acomodarse al otro.





2.3

Por esos día estuve saliendo a trotar por el parque Los Reyes, y de vuelta en el depa hacía una rutina con mancuernas viendo humoristas en youtube. Sentía el cuerpo firme y ardiente, y entre las risas y la transpiración y la presencia de Trinidad y la cercanía de su cuerpo, y entre el sexo que te mejora la calidad de la piel y el olor de sus perfumes y champús, me sentía corporalmente muy sensible, casi que me bastaba con olerla levemente para tener un principio de erección.

Un día de esos, uno donde (pienso que no solo yo, sino que ambos) nos sentíamos muy llenos de amor y empatía, y éramos felices de contar con la compañía y prensencia del otro, y hasta el aire estaba muy agradable con la temperatura cálida de la primavera en los valles centrales, cuando ella, de pronto, exclamó:

-cuando el espíritu se eleva, el cuerpo se arrodilla

y se arrodilló frente a mí y abrazó mis piernas y apretó todo su cuerpo contra el mío, con su cabeza a la altura de mi cadera, en un gesto que fue muy intenso, pero no necesariamente agradable. Llevábamos un par de meses juntxs, me sentía muy receptivo y conectado con ella. Pero ese gesto y esa frase me sorprendieron de distintas formas (no todas buenas). Desde lo corporal fue una especie de sueño y una sensación extasiante, o por lo menos escalofriante. Pero desde el pensamiento -el gesto de su postura arrodillada y de su abrazo apretado- me pareció algo ¿patriarcal?, es decir que yo preferiría que me abrazara frente a frente de forma fraternal, no que se pusiera a un nivel "inferior" en el sentido quizás histórico del gesto de arrodillarse frente a otro, aunque sin duda resignificado con ese abrazo exquisito y emocionante. En total que me sentí algo confundido, y le pregunté que de dónde saca esas frases.

-son aforismos, idiota

En verdad, ese día noté que no me gustó cómo me contestó, pero no supe decirle nada además de ¿reirme? Tal vez nos hayamos reído juntos. Ella se puso de pie y se retiró, se fue a sentar al sillón o se puede haber metido al baño. Pero la frase me molestó. Después de mucho tiempo y de pensarlo y sobrepensarlo mil veces, me doy cuenta que esa frase, otra más de sus típicas frases /inolvidables/, fue el principio de nuestros desacuerdos. Ese "idiota", pronunciado casi con vergüenza ajena, y un gesto con la mirada y el cuerpo como diciendo "con este idiota no se puede conversar". 




3

al poco tiempo empezamos a tener discusiones por problemas que no me parecían realmente problemas, sino simulacros de problemas. Quiero decir que en vez de discutir por algo que había pasado, el enredo se armadaba conversando. Discutíamos por cosas que nos decíamos conversando en buen plan. Explico: empezábamos, por ejemplo, con un "qué pasaría si", y mientras el otro daba su opinión, alguna contrapregunta o algún comentario nos sacaba derrepente de onda y nos dejaba en silencio, sin saber qué decir.

Por decirte, qué pasaría si te ganas una beca para irte a hacer el taller de danza en Europa. Y ella responde: chao, me voy al tiro. Y yo quedaba con la sensación de que, en realidad, esto de estar viviendo en mi depto y compartiendo su cuerpo y su experiencia vital conmigo, para ella significa menos que muchas otras oportunidades que pueden bien generárseles, y aunque sé que es grosero y que no aporta nada, saber eso me ponía de mal humor, saber que nuestra relación no era un fin en sí misma sino sólo ¿un aporte? a las demás experiencias de su vida. Ahora que lo veo de lejos, siento que estaba obsesionado con su aceptación, y ella se empezó a mostrar más fría y más distante a medida que pasaban las semanas y los meses y yo me iba poniendo más y más dependiente emocionalmente.

Cuando habían pasado aproximado tres meses desde que nos conocimos, empezamos a hablar de unas vacaciones juntos. La costa norte peruana tiraba buena pinta pero finalmente decidimos ir a conocer una zona que ninguno conocía: la costa de Santa Catarina. Una noche, medio borrachos, hicimos recuento de nuestros presupuestos y disponibilidades, fijamos una fecha, y compramos pasajes para Florianópolis con escasas tres semanas de anticipación. La idea era evitar la isla y recorrer sólo la costa continental, con lo que nos ahorraríamos unos buenos reales. Himos una lista de planes como tratar de bucear, visitar un parque nacional, conducir algún vehículo y recolectar piedras. También hicimos una lista larguísima de localidades que nos llamaban la atención: Inatuba, Garopaba, Canas Vieiras, Blumenau, Sao Sigifredo, etcétera. Por esos días, ella tomó por costumbre quedarme mirando muy fija y atentamente, y exclamar:

-el alma es imperceptible si no se distinguen los rasgos faciales en que se asienta

Entonces nos mirábamos a los ojos, fijo ojos contra ojos, durante varios minutos. Un rato sonriendo tranquilos y plácidos, en una meditación compartida íntima e intensa. Pero después de cinco o diez minutos la cosa empezaba a ponerse rara, y nos encontrábamos a nosotros mismos -o por lo menos yo me sorprendía a mí mismo- mirando con extrañeza, a veces, o con decepción, incluso con rabia, al otrx. La experiencia terminó dos veces en llanto (mío) y por lo menos una vez en gritos y groserías, aunque suaves, de parte de ella. En total que era una dinámica muy tóxica, o que nosotrxs sólo podíamos vivirla de esa forma muy tóxica.

No sé por qué empezamos a hacer esos ejercicios que nos daban rabia. Para mí, apareció derrepente. Esa rabia que no sabíamos que estaba escondida en nuestras miradas, derrepente apareció y es como si nunca hubiéramos podido volver a relacionarnos desde la sensación anterior, la de sentirnos compañerxs, en completa sincronía con el otro. Bueno, después iba a entender, en parte, por qué empezaron justo en esa fecha, además de las sesiones de mal humor o de mala convivencia (de parte de ambos), también las jornadas donde Trinidad (sólo ella) empezó a sentirse mal físicamente. Se iba al baño a encerrar después de comer o se despertaba adolorida en las noches. Culpaba al lumbago, a la deshidratación, al síndrome premenstrual o a los cólicos menstruales, incluso al consumo de lácteos, aunque respetaba bastante su regla de no beber mientras come.




3.4

Así pasaron estas tres semanas medio tóxicas, pero antes de partir a Brasil, Trinidad se me acercó un día para decirme que quería hacer un pacto de "buenhumor y liviandad". Quería que estuviéramos de acuerdo en que la mejor forma de afrontar las vacaciones que se aproximaban eran desde el buenhumor y la liviandad, y que le gustaría que, fijando nuestras miradas en el rostro del otre, nos comprometiéramos a hacer las vacaciones con la mejor voluntad de disfrutar y pasarlo bien. A ella le gustaba hacer ese tipo de pactos y yo me sentía muy involucrado cuando los hacíamos, sencillos  y  comprometedores. En mi mente se llamaban "rituales" o "ritos": "en este acto me comprometo a un pacto de buenhumor y liviandad para nuestras vacaciones, estás de acuerdo?", "de acuerdo, también me comprometo al pacto de buenhumor y liviandad", lo sellamos con un beso y estuvimos de un humor excelente en las siguientes horas, mientras preparábamos las mochilas de viaje, tomábamos el Centropuerto y nos íbamos al aeropuerto.

Me parece que en el viaje dormimos, porque era a las 5am. Un taxista brasileño nos llevó al terminal de buses en el centro de Floripa. Ahí tomamos un bus REUNIDAS SA a Balneareo Camboriú y llegamos en menos de dos horas. Eran las 2 de la tarde y demoramos encontrar la hostal. El balneareo era moderno y concurrido, las calles se ven limpias y para mí era como haber ido de vacaciones a Viña del Mar. Además era barato. Sólo teníamos que cargar nuestras mochilas tres o cuatro cuadras entre la terminal de buses y la hostal, pero Trinidad empezó a sentirse incómoda, ¿o enferma? Me pareció que era una forma de agorafobia porque se veía que no le gustaba que pasaran las micros muy cerca, decía estar mareada. No estaba del humor estupendo que habíamos prometido tener durante nuestro pacto, lo que me molestaba un poco, pero luchaba por mantener, yo sí, el buen humor.

Al final de las cuadras "interminables" llegamos al hostel y ella pasó a acostarse y dormir siesta. Era cierto que habíamos madrugado y que yo también me sentía cansado, pero tenía más ganas de salir a recorrer la ciudad que de acostarme a descansar. Terminé durmiento yo también una buena siesta, y cuando ya era de noche nos levantamos y salimos a buscar dónde comer y tomar algo.

Aunque me fascina Brasil y la brasileñidad, hay cosas en Brasil que, perdóname pero, acá en Chile no se ven. El asunto es que nos sentamos en un local en pleno centro, no en la parte más turística. Este centro tenía una onda que me gustaba más (o que "nos gustaba más") porque no era tan pretencioso como el borde costero, pero seguía teniendo su encanto. Nos sentamos en un local temático, se llamaba Chiquinha y estaba lleno de carteles de la Chilindrina, la personaje de Chespirito. El local estaba frente a la catedral de la ciudad, y también frente a la plaza principal, en medio de la cual, dentro de la pérgola, una familia se preparaba para dormir. Mientras la mamá y el papá inhalaban algo de una bolsa, acostados sobre unos colchones mugrientos, dos niñes, de 5 y 8 años aprox, jugaban alegremente subiéndose a los árboles.

El suelo se veía lleno de suciedad y los niños por ahí se revolcaban. Era una escena espantosa, pero de todas maneras podía hacerse uno el leso y no mirarlos, sólo mirar dentro del local: en las pantallas jugaba Flamengo, y Trinidad se mostraba abatida. Cuando llegaron los tragos, ella rechazó el suyo. Quiero decir que hizo un gesto, como diciendo "no, no podría beber". Traté de tomarme mi trago en calma pero quería conversar, pasarlo bien, reirme, así que le recordé nuestro pacto de buen humor y liviandad, lo que en principio le sacó unas miradas de odio que me transportaron al infierno, pero no dijo nada. Después de un rato empezamos a hablar poco a poco, hasta que le pregunté por qué le afectó tanto ver a la familia (todavía se veía) viviendo en la calle. Sabís qué me dijo? Un aforismo:

-Me causan dolor muchas cosas que a otras personas sólo les causan lástima.


4

Así que al día siguiente, desde temprano en la mañana, lo que Trinidad manifestaba –con gestos y miradas siempre, pocas veces también con palabras- era la intención largarse cuanto antes del Balneareo Camboriú. Armamos las mochilas y tomamos de nuevo el REUNIDAS SA hasta Floripa. Ahí agarramos wifi y arrendamos un hostel en el balneareo de Pinheira, una playa semicircular larguísima a la que se podía llegar en micro. Era uno de los destinos que anotamos en nuestra libreta.

Nos cambiamos de terminal y tomamos la PG320, que en media hora nos dejó a tres cuadras de la hostal. Las calles eran de tierra y no andaba nadie en la calle. Estábamos lejos del centro de Pinheira. Era un barrio residencial, a 3 cuadras de la playa. En la hostal no había nadie más que nosotrxs dos y los dueños de casa, que vivían con una guagüita, yo creo que recién nacida. El dueño de casa se llamaba Schubert. Nos instalaron en una habitación para dos personas en el segundo piso. Por la ventana se escuchaba el juego de unos niños en la calle y el trinar de algunos pajaritos. Trinidad se mostraba contenta, aunque cansada. Muy conforme de haber llegado a este lugar tan tranquilo. Después de la mini metrópolis que era Camboriú, dijo que se sentía aliviada:

-es como acostarme sobre el brazo derecho después de haber estado una hora apoyada sobre el izquierdo.

El ave fragata, que planea a mucha altura sobre el mar, se veía desde la ventana (no se veía el mar), además de varios pajaritos de colores medio apagados, que se posaban en ramas y salían volando, incansables o alborotados. Trinidad mostraba gestos muy amigables cuando veía a los pajaritos. Yo esperaba encontrar aves mucho más coloridas antes de emprender el viaje, pero lo más sorprendente fue otro animal, una iguana, que vivía en un sitio vacío donde, en vez de una casa, había “mato”: habían crecido cañas de azúcar y matorrales y una pareja de iguanas había anidado y salían a la calle a tomar sol. Schubert nos advirtió de la iguana, y Trinidad salió muy contenta porque en vez de perros, a los que evitaba en general, había una pareja de iguanas: estaban tomando sol a mitad de cuadra.

-La mascota de todos, es la mejor. (Jaques Costeau). (Este aforismo lo acompañó con una presentación de los animales, una especie de reverencia que tiene por objetivo indicarte quién es el rey y darte espacio para que lo admires, aunque en este caso el objeto de admiración eran las mascotas vecinales, las iguanas).

Así que ese día llegamos a la hostal como a las 2 de la tarde, descansamos media hora mirando pajaritos por la ventana, pasamos admirando a las iguanas, y nos fuimos al centro de Pinheira. Para mí, era como estar de vacaciones en Pichilemu, sólo que acá había un calor delicioso de otoño brasileño. Las piernas de Trinidad se me hacían también deliciosas debajo de la ropa sueltecita. Parece que era el calor, que me tenía medio eufórico. Apenas nos cruzamos con un bar entré y pedí un mojito para llevar. Trinidad de nuevo hizo ese gesto que dice “no, no podría beberlo”, y nada más andar una o dos cuadras, se quedó en una esquina mirando los tour que ofrecía una agencia de turismo.





6

Era un local muy sencillo, la puerta y la ventana daban a la calle y dentro había un brasileño tras un escritorio. Los precios estaban en una pizarra, destinos como Bombinhas, Imbituba, pero algo le llamó la atención a Trinidad de la localidad de Garopaba (también estaba en nuestra libreta). Encontré raro que me invitara a ir a ese otro pueblo tan rápido, pero accedí. Sus gestos se pusieron tensos, como si de pronto pareciera apurada. Veníamos llegando a Pinheira y quería irse a otro lado. Lo encontré raro, pero, como te digo, accedí. Me dijo:

-Piérdete en el mundo para encontrarte contigo mismo.

Finalmente sacamos pasajes en un bus de turismo, apenas cincuenta minutos de viaje y estábamos allá. El balneareo era similar a Pinheira, aunque de clase social más elevada. Como Algarrobo, para que se hagan una idea. Garopaba tenía una costanera llena de comercio. Bajamos a la playa, compramos unas cocadas de maracuyá fascinantes, y caminamos por la costanera hasta el final. Entramos a una tienda de artesanía. 

La cosa es que al lado de la tienda, en realidad, tres casas más allá, había un grupo de gente, que al principio ni miré ni pensé casi en ellxs -yo me pasaba mirando la cara y los gestos de la Trini, medio embobado todavía por su presencia, llevábamos unos meses juntos y aun me encandilaba-. A la salida, ahora sí, nos acercamos a ver qué pasaba con esa pequeña multitud. Había una casa quemada, calculé que el incendio había sido hace menos de un año, pero no se habían recogido los escombros, así que el panorama era medio postbélico. Cuando nos acercamos, nos pasaron un “flyer”, no sé cómo más llamarlo, donde contaban la historia de Zéu Estela. Estaba en portugués pero se entendía todo.

Zéu Estela había muerto en esa casa. Había tirado una bomba molotov al suelo y, con ese gesto, se había suicidado. La casa se quemó, con él adentro. La policía estaba afuera, preparándose para entrar y capturarlo, cuando empezaron a ver fuego adentro. El tipo, en vez de entregarse, se suicidó, y como la casa era de madera, se quemó entera, así que después tuvieron que hacer una investigación tremenda para definir qué había pasado. Finalmente fue un incendio con resultado de suicidio.

Pero el tema es por qué buscaban a Zéu Estela. El tipo era el líder de una especie de secta que hubo en Brasil, hace poco, salió en las noticias chilenas también, si lo buscas en youtube podí ver. La secta se llamaba ______ __ ___ ________. Decían que habían hecho sacrificios con animales, y que Zéu Estela había pasado meses escapando de la policía hasta que lo arrinconaron en esa casa de Garopaba, hacía exacto un año.

El antiguo muro de la casa también se había quemado, y los ¿feligreses? podían pasar al patio delantero sin problema. Con Trinidad nos acercamos a mirar los escombros. Había olor a quemado en todo el lugar, pero en un punto específico del patio y del escombrerío, había un olor realmente asqueroso que nos mareó inmediatamente, y que me sacó una arcada. Trinidad también lo olió y también se asqueó, pero me parece que en ese momento no tuvo arcadas. Nos alejamos, yo con una sensación rara, por la historia macabra, y Trinidad con un gesto ensimismado, como si le hubiera dado mucha pena todo. Ya sabía que "le causan dolor muchas cosas que a otrxs sólo les causan lástima". Esta vez, además, ese dolor fue trastornando su salud física, se puso pálida y respiraba agitada y entrecortado. Ahora sí le estaban dando arcadas, aunque estábamos a una o dos cuadras del mal olor.

-toda impresión tiende a perpetuarse, desea permanecer.




7

Así que la imprensión se le iba perpetuando, y no se le pasaba nunca el malestar. Pasamos a una farmacia. Justo en la puerta, me pidió que fuera a comprar una botella de agua, así que entró sola. Cuando volví con el agua, la escuché despidiéndose en portugués de las vendedoras, y guardando más cosas en su bolso. Dijo que eran "cosas femeninas" y que el farmacêutico le recomendó una pastillas para el mareo, muy baratas.

Seguíamos en Garopaba. Esa misma mañana habíamos salido de Camboriú, llegado a la hostal de Schubert en Pinheira, y tomado un minibus a Garopaba. Trinidad se tomó dos pastillas para el mareo y pareció reponerse rápidamente.

-Los médicos nos atribuyen enfermedades que ni ellos mismos conocen.

Tuvimos que recorrer el centro del pueblo antes que diera la hora para el regreso. Ya había oscurecido, así que dormimos hasta Pinheira y nos fuimos directo a la hostal. Yo estaba cansado porque habíamos estado todo el día dando vueltas. Unas diez cuadras nos separaban de la casa de Schubert, y Trinidad estaba de nuevo sintiéndose mareada.

-Lo excipientes son puro placebo, pero yo ya no me los creo.

Las primeras cuadras las recorrimos dignamente, pero, poco más allá, ya no se podía en pie y tuve que ayudarla a caminar. Se apoyaba en un brazo y estaba todo el tiempo a punto de vomitar, pálida y sudando. En las últimas cuadras ya me la tuve que subir en la espalda. Era livianita, pero sentía su respiración pesada, y sentía los latidos de su corazón en mi espalda. Ni nos acordamos de las iguanas. 

Entró a la hostal caminando y saludamos a Schubert y su guagüita, que estaban en el comedor. Trinidad les dijo que se sentía mal, pero que ya se le iba a pasar. Llenamos una botella con agua y subimos a nuestra pieza. En la pieza, Trinidad pasó directamente al baño, cerró la puerta, y empezaron a pasar los minutos. Yo estaba acostado de espaldas, descansando en la cama, y me empezó a parecer raro que pasara tanto tiempo.

Cuando me decidí, le pregunté qué pasaba, y desde dentro respondió que le dolía "la guatita". Su tono me pareció doliente, pero sus palabras algo rebuscadas. Al final estuvo en el baño más de una hora. De vez en cuando le pregunté si necesitaba ayuda, pero decía que no, que eran cosas femeninas. Cuando finalmente salió, me sonrió como si no pasara nada, estuvo revolviendo su bolso hasta que encontró su toalla y shampoo, y se metió a ducharse. Después salió ya más tranquila.

Cuando entré al baño después de su ducha, sentí un olor intenso escondido detrás del vapor y los perfumes. Me acordé que había tenido otras mentruaciones dolorosas, y caché que había tenido ¿cólicos menstruales? porque el basurero tenía hartos papeles. Después le pregunté directamente si había vomitado, y me dijo que sí. Pero ya se sentía mejor y estuvimos viendo la tv brasileña hasta que nos dormimos. En la mañana despuerté erecto, me abracé a ella, e hicimos el amor. Aunque ese día sí lo hicimos, fue sólo estimulándonos con las manos y besos, lo que era parte de nuestras rutinas sexuales, nada raro, pero esa mañana no la penetré. 




9

-la cualidad más útil para nuestra felicidad es la de bastarse a unx mismx

era recién nuestro tercer día en Brasil, pero habían pasado montón de cosas. Y ella, apenas después de despertarnos, derrepente me sale con que quería estar sola. Era una idea que alguna vez conversamos en Santiago, tener un "día libre" durante las vacaciones, para poder hacer lo que unx quisiera sin exigirle al otrx necesariamente participar, y aunque era grosero y yo en realidad tendría que pensar que no me importa, igual me importaba y cuando lo planteó le pregunté que a dónde quería ir sola.

Yo no tenía idea de qué hacer solo, en realidad me pareció una idea mala, que nos alejaba, y yo lo que quería era estar cerca de ella, entonces como que algo no me calzaba. Obviamente, le molestó que le preguntara qué iba a hacer, pero respondió, dijo que quería ir a hacer la "trilha de sono", que era un sendero que llegaba a una playa, muy cerca de la hostal. Quería hacer la caminata ella sola, para pensar. Aceptación.

En esa época yo aceptaba todo. Durante el desayuno, Schubert mostró un pequeño huerto al que se accedía por una ventana del comedor. Tenía hierbas. Inútiles casi, pero bonitas. Después subimos a la pieza (sin Schubert) y Trinidad tomó su bolso y se despidió. Quedé medio descolocado, solo en la pieza, pensando en que yo igual podría ir a caminar por ese sendero, pero que me estaba de alguna forma prohibido ir a hacer lo mismo que quería hacer ella.

Así que hice lo más irreal que se me ocurrió, que fue caminar en sentido contrario a donde había ido ella. Caminé por la playa, interminable, hasta la otra punta. Andaba con zapatillas y suelto de prendas, así que troté sus buenos 40 minutos por esa playa de arenas duras y olas suaves. Quedé entero transpirado. En el otro extremo de la playa, Ponta do Papagayo era otro balneareo parecido a Pinheira. Volví caminando y trotando, metiendo las patas al agua. En esta parte de la playa no había comercio, sólo dunas y muy pocas personas. Así que eso fue mi "día libre".

Volví al hostel a ducharme, y a esperar a Trinidad, que iba a volver a eso de las 16hrs, según había dicho. Bueno, aquí se empiezan a acumular las cosas raras, porque entrando en el baño volví a sentir ese olor penetrante difrazado con el perfume del jabón de manos. Después de cagar, abrí el basurero y caché que de ahí venía la hediondez. Saqué la bolsa y la llevé a un basurero o contenedor que había en el patio. Por el peso de la bolsa, imaginé que podría haber más cosas que sólo papeles cagados, y pensé que seguramente se le había adelantado la mentruación, tenía dolores y en esa bolsa podría haber tampones o toallas higiénicas. No revisé nada, obviamente, pero me dio la idea de que la necesidad de estar sola y la mentruación dolorosa iban de la mano. Si no tuvo la preocupación de sacar esa bolsa del baño, ¿quién soy para criticarla? La cosa es que la bolsa estaba hedionda. Y que ella quería estar sola.

Muchas veces tuve la sensación de estar siendo excesivamente posesivo con ella. Después descubrí nombres para estos comportamientos: apego evitativo o trastorno paranoides. Y en esa paranoia de no perder un minuto a su lado, me fui a la salida de la trihla do sono a esperar su regreso.



10

Seguían pasando cosas raras, pero yo en ese momento no quise darle color o simplemente no me lo cuestioné. Pasaron dos horas y Trinidad nunca apareció por el sendero de la trilha do sono. Al principio asustado, después confundido, pensé que podría haber tomado otro camino. Volví a la hostal y ahí la encontré, descansando y tapada con una manta, pese al calor y la humedad brasileñas.

Yo también me equivocaba. Muy poco táctico y dejándome siempre llevar por las emociones, cometí el ridículo error de preguntarle si había vuelto por otro camino, o si realmente había ido a hacer ese sendero. No sé de dónde sacaba esas frases, me dijo:

-nuestros afectos idénticos vibran a ritmos incompatibles

Supongo que se refería a que no nos encontramos por alguna casualidad fortuita. Después estuve ¿increpándola? por lo que había pasado en el baño la noche anterior. Si había estado más de una hora enferma, siento que tengo el deber de apoyarla y ayudarla en lo que necesite. Si lo que necesita es que no la moleste, está bien, pero que me lo diga claramente, le pedí por favor. Que me explicara qué había pasado en el baño. Se mostraba con un gesto defensivo, lejanamente avergonzada:

-quien no estima la vida, no la merece

Los primeros segundos no pensé en nada, fue como quedar en blanco. Estuve pensando que se había equivocado, que seguramente quería decir otra cosa. ¿Qué podía significar eso? Nos miramos fijamente, ojos contra ojos por algunos segundos. Después me fui a sentar a la cama. Estuve pensando en la visita a la farmacia, en los malestares, etc. 

La palabra aborto apareció derrepente en mi mente y me marié. Con las rodillas en el suelo, me tiré a medias sobre la cama, apoyé la cara en el cobertor. Me pasé mil películas, obvio. Pensando en qué decirle, tratando de entender lo que estaba sintiendo (yo y ella). Sentía que estaba a punto de ponerme a llorar. Tal vez sentía ¿compasión?, ¿despecho?, pero Trinidad se me acercó con una propuesta.

Pegó su cuerpo al mío, me tocó las manos, me ayudó a incorporarme, nos pusimos de pie, frente a frente, abrazados. Después se alejó un poco para mirarme a los ojos y me rogó que sepultáramos este suceso con un pacto de olvido. Que enterráramos en la playa todo lo que había en la bolsa de basura. 

Dentro de mí, puedo decirte que en ese momento quise decirle que sí, que hagamos el pacto, pero decidí también hacerlo un poco más largo, decirle, no sé, unas cuantas verdades antes de dar mi brazo a torcer. Después de pensarlo un rato, en mi cabeza empezaron a sonar frases absolutamente clichés, así como que "ese niño era el fruto de nuestro amor". Viéndolo con distancia me da un poco de vergüenza presentarlo de esa manera, pero en el momento esas frases me parecían muy significativas. Al final me arrepentí, debi haber aceptado el pacto al tiro.

Derrepente, me afloró todo el odio. Tenía sentimientos contradictorios, me sentía estresado. Quería abrazarla, pero también la insulté. Le dije que era grandilocuente, que todo lo que había pasado me parecía inverosímil, que era una persona imposible de entender, casi que estaba enferma y que fuera a ver a un médico. No sé qué más le dije. Su gesto era recto y sobrio y eso me daba más rabia. Por ejemplo, le dije que había asesinado al niño, pronunciando la palabra asesinado con especial mala intención. Que nuestro amor hubiese crecido en espera de su llegada. Cosas así, que ahora encuentro ridículas.

-¿Tú te das cuenta de las cosas que me estás diciendo?

Estaba cada vez más alterado. Finalmente tomé un vaso que estaba arriba de la mesa, y lo quebré contra el suelo. Sentía mi rostro muy tenso. Estuve así, gritándole, hasta que me empezó a doler la cara, quiero decir: los músculos de la cara. Así que me fui a dar una vuelta por la playa.


17

Caminé por la playa de Pinheira haciendo el análisis de la discusión. Desde que empecé a gritarle, ella tomó una actitud, como dije, recta y sobria, sólo mirándome, a veces indiferente, o si no ¿asqueada?, ¿decepcionada? Parecía que no me creía lo que le estaba diciendo. Fui anotando mentalmente algunas estupideces que le dije durante ese griterío. "Tú nunca has respetado nuestro cariño", "nuestro amor nunca fue importante para ti", "te convertiste en el verdugo de un amor radiante". Cosas así.

Pero también se me salieron los machismos, y afirmé, con una arrogancia de la que también me avergüenzo, que había cometido un asesinato y que lo más razonable en este caso sería acudir a la estación de policía más cercana y denunciarla y que se vaya todo a la mierda.

Con esa amenaza inaceptable salí de la pieza. Me encontré a Schubert en la cocina. Fingió que no había escuchado nada. Me fui pensando que Trinidad estaba ahora asustada por mi amenaza, esperando a los policías, o tal vez había ido a esconderse a otra parte para que no la encuentren si la vienen a detener.

Al final me devolví casi corriendo, arrepentido de todas las palabras violentas y abusivas que había dicho, y pensando en tranquilizarla, en jurarle que jamás iría a la policía, no sólo por amor a ella, también en concordancia con el sentido común que supuestamente compartíamos, donde el aborto debería ser libre y gratuito, y las policías un triste vestigio de la antiguedad.

Pero cuando llegué de vuelta me tocó a mí. Primero que nada, Schubert, con su wawita en brazos, me dijo en portugués que Trinidad había bajado llorando para consolarse y desahogarse con él. Supo que le había gritado y que había destruido parte del menaje. Cuando entré en la pieza, me recibió con un odio inaudito. Me quedó mirando fija y acusadora y dijo:

-Tú nisiquiera nunca aspiras, al honor de ser un espíritu emancipado. (La coma es para resaltar el énfasis en la palabra aspiras.)