lunes, 17 de julio de 2017

Sepan disculpar la exageración

Lo decidí, cabres.

Ustedes se acordarán, el gordo iba manejando el carro de su taita casi sin embrague, por el antiguo camino del Inka, a la altura de San Francisco de Mostazal. La Mora llevaba su cámara en ristre y usaba un polerón verde bordado, con el que sueño a menudo. El mono iba adelante y usamos su micrófono tascam para grabar unos poemas. Se me ocurrió leer Los Neochilenos, pero entonces teníamos atenuada la sensibilidad feminista a que nos empuja la realidad, y lo celebramos, yo diría que el gordo se emocionó pensando en Pancho Ferri, en el jazz obrero de un Valparaíso lumpenproletarizado. El mono había sido papá hace poco y entonces los años eran otra cosa, como un cuentakilómetros o una partida de ajedrez. Todo nos remitía a la máquina, al auto, al motor, o sea, al movimiento.

Ahí lo decidí, cabres.

Fue en ese momento, yo no sabía que íbamos a perder esas grabaciones, pero de lo muerto dolorosamente es mejor hablar en soledad.

Era La universidad desconocida, pero también los poemas de juventud. Estaba todo contenido en ese viaje. Bolaño, la métrica, el calor del pavimento, la sierra del poniente a la que llamamos cordillera de la costa, Marchigüe (¡diez veces venceremos!), pikunche, las flores, el vino y el arrojo, que es lo contrario de la certeza, es la caída de Altazor pero sin lenguaje. No sé ustedes, cabres, pero para mí ése fue el momento.

Quizás no haya sido una decisión sino un llamado.

Ahora voy empujando el pedal acelerador nuevamente, curvas al sur, por todo lo que sea camino costero. Eché una selección de mis libros, y no traje mucha plata.

No traje el Tarot ni mi mate, mucho menos el celular o el computador. Escribo esta carta en mi cabeza mientras la recito como si fuera un dictado de la conciencia, como si un órgano oculto de mi cuerpo secretara la más saludable de las cocaínas. Los amo, cabres, porque esa vez fuimos uno, aunque hacia afuera todo haya sido pinos y eucaliptos. Fuimos uno y todo, cada une de nosotres. Había cuarzo en la superficie del suelo y nuestro hogar existía, resultó ser una casa derruida, estancos sus marcos sin vidrio y la presencia de un horno que haría las veces de escritorio o dormidero. Chillán del treintainueve, Valdivia sesenta, Allende y el setentaiuno, año ochentaicinco o veintisiete efe. Todos los carámbanos ardiendo en las vigas de esa casa, toda la historia de la poesía chilena en los marcos herrumbrosos de nuestra sede.

Luego dio lo mismo el futuro, el mañana, la mentira. Así como el pasado no significó más que un espectro cuya viscosidad derrite el alma cuando se está débil ante las tumbas de la voluntad.

Nuestra risa y nuestro llanto fueron la misma cosa: el carnaval.

Ahora voy acelerando, como les decía, voy yéndome de la casa familiar, de la comuna de La Florida, de la capital metropolitana del gran Santiago. Y no queda nada de lo que se pueda decir que vale la pena. Mucho menos hacia adelante.

Voy solo pero con todos los que amé. Soy un jardín infantil abandonado, una ronda de niñes literalmente perdides. Una comisura abierta hasta lo exangüe. Soy todo lo que no tiene palabra.

Y los amo, cabres, ahora que soy la máquina. Y esto lo entendí leyendo Los Neochilenos de Bolaño cuando el gordo aceleraba en quinta por la cinco sur a la altura de San Vicente de Tagua Tagua, sin opción de retornar, enfrentando la más desoladora de las pasiones, que es el pasmo o la revelación.

domingo, 16 de julio de 2017

una gorda de cien kilos ¡con síndrome de down! se está columpiando a toda velocidad yo la vi desde la micro aquí a la vuelta en plaza victoria la maniobra es evidentemente peligrosa el columpio hace casi 180 grados y yo en la micro el heladero vendiendo sus helados los niños jugando alrededor y la gorda cada vez más rápido ¡se va a matar! ¡se va a morir! ¡manso accidente! pero voy atrasado no me voa bajar a ayudarla tampoco no somos así los chilenos la micro sigue la pierdo de vista sólo espero algún día dejar de sentirme chileno

lunes, 10 de julio de 2017

Apreciaciones tras una partida de Resistencia Nativa.



Esta comunicación tiene por objetivo comentar nuestra experiencia al jugar Resistencia Nativa, juego de mesa editado por WithinPlay (?), en el que un bosque nativo se enfrente a la invasión de un bosque exótico.

Fue un agrado, weón, bacán, nos gustó, lo colores y todo, súper bonito, entretenidas también las descripciones, la variedad de cartas para jugar, las dinámicas son interesante, el paso del tiempo, etcétera.

Pero de pronto el tablero se empezó a llenar de semillas, y pusimos tantos árboles que literalmente se acabaron las fichas de los árboles, cosa que nos dio mucha pena, porque se dificultó el juego, con tantas fichas por todo el tablero costaba incluso manipularlas.

Nos pasó a los dos, yo no tenía frutas y tú no tenías mamíferas, rápidamente cada uno se quedó sólo con un tipo de semilla a dispersar.

explica súper bien el fenómeno ecológico, alguien que juega a esta puede verlo como difusión científica, es como una enseñanza rápida de los procesos del bosque. al final me gusta que jugamos un rato y ahora mirándolo de lejos hay como un bosquecito a´hi arriba del tablero. quiza seria bueno que hubiera una forma más clara de terminar el juego, más invasiva, más violenta, en nuestro tablero quedó un ying yang, claro, meh

primero en el lado rojo en el de las exógenas hay un gran campo de cardos, en total 8 cardos, y un solo pino insigne, que fue el primero de la partida. pero también hay otro pino insigne que está al otro lado del cordón de rocas. claro el lado de las plantas nativas tengo uno que otro amor seco, unos tres, y al rededor un conjuntos, incluso un biombo climático de grandes árboles, cinco en total. y al otro lado, en medio del cardal, sin espacio para dejar semillas a los lados, logré llevar un amor seco.

A futuro esperamos una versión para adulto con el tablero más grande. imagínate dos negros estadounidenses de esos que son grandotes pon weón, con las medias manos, tratando de jugar la weá.


Simplificar el sistema de semillas y usar semillas de verdad. de fácil acceso, como porotos y lentejas.
incluso una modalidad en que el perdedor pierde las semillas con las que jugó.


Pensamos en un formato que tuviera cartas de que alteraran las condiciones climáticas, aleatoriamente en el paso de cada turno.