jueves, 22 de enero de 2015

Mi historia con María Canela, segunda parte

(lee antes la primera parte)

Rod

Ese fin de semana el Juaco vino a puro mandarse cagás, hueón. Se agarró a combos en la playa, ensució montón de platos y no lavó nada, no cocinó, no puso plata, no se sacó ni uno, y más encima antes de irse se paseó de la mano de la Clotilde por el terminal de buses, por lo menos la señora Gloria los vio y me comentó. Nosotros habíamos conocido a la Clota como un mes atrás y ese fin de semana andábamos medios distanciados. El Eugenio es como su mejor amigo y había dicho que iba a pasar el fin de semana con él, que nos viéramos el lunes. Bien poh, y cuando nos encontramos en la playa nos saludamos en buenos términos y, hasta con un poco de alegría, le presentamos al Juaco, pero este hueón ya estaba curao y le gustó la mina. A mí me da lo mismo lo que pasó en la noche, pero el domingo se levantó borracho aún y estuvo todo el día tambaleándose, física y verbalmente, después durmió siesta un rato y se levantó mejor, y no sé cómo convenció a la Clota de que lo acompañara al terminal. A mí me pidió explicaciones su tía, que venía llegando de Santiago a esa misma hora, la señora Gloria. Decía: "yo pensé que su amigo Mota tenía más regalona a la Clotildita". "Qué voy a saber yo", le dije.

Yo estudié electricidad en el colegio y cuando me quedo sin pega me pongo a hacer pololitos. Así conocimos a la Clota. Llegué a Pichilemu con unos volantes de papel couché que me había conseguido un amigo pa imprimir, que decía que se hacen todo tipo de instalaciones y reparaciones eléctricas, y andaba con el Mota por los campos, él buscaba estudiantes y yo dejaba volantes en las casas. La señora Gloria nos compró todo el cuento: a mí me mandó a arreglarle un enchufe que estaba viejo, pero no tenía repuestos, así que se lo limpié con un paño con cloro y lo atornillé lo mejor que pude. Al Mota le hizo una extensa encuesta acerca de cómo funcionaba el método tomati, y el Mota le mostraba los audífonos como avergonzado. Al final le negoció 20lucas la hora y el Mota se quedó ahí mismo haciéndole una clase de matemáticas a la niñita de quinto básico, conocida como Yoli. Yo salí a dejar volantes en las casas del sector y, cuando ya iba a pasar a buscar al Mota, vi un auto que se estacionó en la casa de la sra Gloria. Estaba como a 100 metros y aproveché de quemar en un chupete que teníamos. No vi nada raro, sólo alguien que pasaba a dejar a una mujer donde nuestra clienta. El auto se fue y yo entré a la casa, a buscar al Mota.

Abrí la puerta diciendo "permiso", pero no había nadie en el living ni en la cocina. Estaban todos en el patio de atrás. Se estaban despidiendo del Mota mientras le mostraban qué plantas tenían sembradas en las escasas tierras familiares. Una hectárea era de viña, otra la arrendaban, pero había coliflor y cebolla, y en la última hectárea estaba la casa y el huerto, donde tenían de todo, incluyendo hierbas medicinales y alucinógenos, como un árbol de floripondio y un cáctus san pedro. La Clota decía: "he tenido que defender esas plantitas a lo largo del tiempo; hace como 15 años se puso de moda el floripondio en Pichilemu y empezaron a pasarse cabros a sacar flores, hay pocas de esas matas por acá. Ahí a mi tía le dio por sacar el floripondio y supo además que ese cáctus es un san pedro, así que quería sacarlos los dos, pero yo los defendí a muerte, ¿cierto tía?". La tía miraba no más.

Así que el Mota fue el jueves siguiente a hacerle la segunda clase de matemáticas a la Yoli. Yo me quedé leyendo a Jodorowsky y, en medio de la última sicomagia del libro, llegaron justamente el Mota con la Clota, en el auto de Eugenio, que andaba con su prima, todo lo que es un carrete. Entraron con seis botellas de cerveza metidas dentro de una java, destaparon la primera y tomaron de la botella. Ese fue un carrete tranquilo donde empezamos a quemar súper tarde, porque a la Clota no le gusta compartir pitos con desconocidos (me refiero a mí y a la prima del Eugenio) y a mí y al Mota se nos habían olvidado entre cerveza y cerveza. El Eugenio se empinaba una botella y jugaba a mantenerse bebiendo lentamente durante un minuto o más. Después fue a su auto a buscar una guitarra y tocó una canción, pero cantó la prima. Decía "hoy no quiero remedios, no me quiero curar, a mí sólo me basta con mirarte caminar, no busco en el recuerdo algo que que quiera cambiar, baúles tengo llenos y hoy los voy a quemar". Varios meses después supe que el Eugenio tenía un ojo de vidrio.

No es que tenga ganas de pelar al Juaco, pero ese fin de semana que vino lo entendió todo mal. Yo recién estaba viendo por segunda vez al Eugenio, y la vez anterior me había dejado con esa canciocita dando vueltas y recordando su forma de caminar. Pero ese día en la playa el Juaco inventó de nuevo que yo no soy primo del Mota y empezó a dar la lata con el tema del falso primo. Decía: "motita motita, hermanito, pa qué sigue inventando que este compare es su primo?, si no se parecen nada!, jajajaja", y el Eugenio me salió con un tema de que por qué le mentí y que para qué ando inventándole cosas. "A mí no me gustan los mentirosos, oye, a mí me gusta que me hablen con toda la verdad, nada de historias raras aquí", y se le salía todo lo maricón celoso. "Además, no es primera vez que me mientes". Ridículo de exagerado, dijo eso mirándome fijo a los ojos.

Es cierto que después nos metimos al agua y que, por así decirlo, nos punteamos, pero el Eugenio seguía molesto con el tema la mentira. Nos fue a dejar a todos a la casa, y aunque yo traté de que se quedara dijo que no, que a él no le gusta que le mientan, y que para eso tenía auto, para irse cuando quisiera. "¿Pero en qué te he mentido?", le dije cuando se iba a subir al auto. "Tú sabes en qué, guapo". Yo nunca había tenido algo con un gallo tan amanerado, aunque no sé si teníamos algo, entonces: nunca había sido tan descaradamente abordado por un gallo tan amanerado.

Al día siguiente (el lunes después de que se fue el juaco) llegué a la casa de la Clota yo solo, porque el Mota tenía unas clases en Pueblos de Viuda. Yo conocía más o menos la técnica básica para hacer yogur de pajaritos, y estuvimos comentando ese tema hasta que la Clota me dijo que nos pusiéramos serios y viera con atención cómo funcionaba el proceso para vender yogures caros, que es lo que nos importaba. Decía: "yo le vendo estas tonteras al Borago, un maldito restorán de 30lucas por persona; imagínate que venden platos donde la comida está colgando de un árbol bonsai, o un puré de arvejas donde la porción es lo que cabe que una cuchara sopera. El yogur de queso azul lo usan para hacer un postre que se llama frío glacial, postre que en realidad es salado, y se sirve con helado de quizás qué y con un puñado de sal gruesa. Totalmente ridículo. Me dijeron que en el Sukalde, otro restorán “molecular” que queda en La Dehesa, van a licitar productores independientes y tenemos que hacer un yogur neutro pa regalárselo a Santiago Saavedra, el mentiroso que dice ser chef de ese restorán, el Eugenio lo conoce. Así que esa misión tenemos. Ya, ponte a hervir la leche".

Había que mantener la leche hirviendo a una temperatura específica, por ejemplo, 84 grados, durante varios minutos, several minutes, como decía el Juaco, hirviendo a esa exacta temperatura, encontrar el punto exacto del quemador de cocina, ir conociendo poco a poco los detalles del funcionamiento de ese termómetro digital. Fácil. Hacer yogur era fácil y me volví un poco loco con el tema y preparé montones de yogur durante las siguientes dos o tres semanas, porciones pequeñas, para ir probando, pa mejorar la técnica. Fui entendiendo también cuáles eran las mentiras que había armado la Clotilde para que el yogur se vendiera bien.

A los pocos días, seguramente el jueves de una semana de octubre, estábamos de coleros en la feria que según la Clota era la más grande Pichilemu. En eso apareció una mujer de edad avanzada que saludó a la Clotilde como quien saluda a un familiar, tal confianza tenía ya con esa clienta. Es fea la hueá y me da un poco de vergüenza contarlo, pero la Clota le ponía a algunos yogures que eran “light” y no hacía absolutamente nada por sacarles calorías ni meterles menos azúcar. Con el tiempo fuimos buscando soluciones para esos temas. La Clota se ponía doña y decía: “yo no estafo a estas viejas, simplemente les miento un poco, les cobro un poco más. La vieja necesita eso, está buscando que alguien le mienta, está buscando en la feria algún placebo que la ayude a bajar de peso y yo no tengo ningún derecho a negarle esa posibilidad, la vieja necesita y le sirve que yo le cobre un 15% más que a las otras viejas. Entre que vaya al supermercado y compre uno de esos productos light verdaderamente falsos y que se compre uno de mis yogures, mucho mejor que se compre mi yogur”.

Íbamos saliendo de la feria con los yogures restantes y un feriante más serio, conocido de la Clotilde, nos ofreció llevarnos en su camión hasta La Pampa. Para los que conocen, la casa de la señora Ruiz queda entre Pueblos de Viuda y Los Ciruelos, y la casa de la Clotilde queda más allá, pasado La Pampa. La cosa es que saliendo no más de Pichilemu la Clotilde le dice a Don Julio que se iba a enrolar uno. Un feriante de unos 50 años quemando un pitito en el camino por Pueblos de Viuda. No sé por qué la Clotilde le dice “Don Julio”, él se presentó a mí como Julio y así le había estado nombrado, pero esta va y le dice Don Julio y yo inmediatamente le veo la cara y la postura y la impronta de ser “Don Julio”. “Acá todo el mundo fuma” dijo Don Julio, “hace como 10 años empezamos todos a fumar marihuana, hubo un boom, empezó a circular mucha marihuana por todo Pichilemu, se instalaron acá un montón de pequeños productores y la ofrecían barata. Era gracioso al principio porque éramos algunos pocos los que fumábamos y­­ nos andábamos escondiendo, pero con los años todo el mundo andaba con su caletita en el bolsillo. Se normalizó un montón en mi generación, entre los 35 y los 55 años, más o menos”. Empezábamos a transpirar por el “sahumerio” y Don Julio abrió la ventana. “Ya estamos volaos ya”.

El Eugenio tenía algo que ver en el negocio de los yogures. Además de tener algunos contactos en restoranes de Vitacura, era el encargado de suministrarle a la Clotilde las botellitas de vidrio para envasar. Cada dos semanas traía 200 botellitas y la Clotilde trataba de vender las 200, o sea, 100 por semana, lo que es lo mismo que vender 20 al día. Con eso se hacía unas 200 lucas (un sueldo mínimo), y con los yogures de Queso Azul quedaba ganando unos 400mil pesos al mes (dos sueldos mínimos). Yo no había calculado cuánta plata necesitaba para vivir ahí porque también tenía proyectos en Santiago, además había recién llegado. Pero la Clota quería hacer negocios y estaba entusiasmada con la idea de armar una cooperativa de producción y distribución de yogures, que empezáramos a crecer, que se sumara más gente. Finalmente la idea de la Clotilde era hacerle la competencia a Nestlé, a Danone, pero de forma puramente local. Que en Pichilemu sólo se consuma yogur LaClotilda, yogur orgánico y de la zona, sin ánimo de inter regionalizarse ni de monopolizar.

Era viernes y con el Mota estábamos revisando las fotos que había sacado con su celular los últimos meses. Cuatro estudiantes, dos veces la Clotilde, un sinfín de fotos en la playa y caminos rurales, el huerto de la Señora Gloria, tres flores. Estábamos en eso cuando tocan la puerta. Venía la Clotilde y el Eugenio con 100 botellas. También me pasaron todos los insumos necesarios, y me regalaron un termómetro igual al que ya había aprendido a conocer. Me explicaron rápidamente el negocio. Tenía que hacer los yogures y venderlos, 100 yogures para empezar, más adelante acordarías algún método para devolverles la inversión.

Así que estuvimos todo el fin de semana con el Mota hirviendo leche, mezclándola con una cucharadita de yogur, dejándolos en reposo. Fácil. Era demasiado fácil y nos divertíamos exclusivamente en el proceso donde había que mantener la leche hirviendo a exactos 84 grados, que investía cierta dificultad. El resto era jugar con cucharas y fuimos conociendo la presión exacta que requería la manilla del quemador para aumentar uno o dos grados la temperatura de la olla. La idea obvia: hacer yogur de marihuana. Hicimos un poco con un fondo de hojas que teníamos en la casa. Lo dejamos en reposo y me lo tomé el lunes en la mañana, saliendo a la feria con mis botellitas de yogur. Don Julio me cachó apenas me vio y me metió detrás de su camión y le pegamos unas quemadas a su chupete.

Me quedé por ahí mirando cómo la gente armaba sus locales y la Clotilde me apareció por detrás. Venía con la señora Gloria. Me dijeron que tenían que ir a hacer un trámite y que me instalara no más a vender. Ellas traían los yogures en un cooler bien adornado, con la marca LaClotilda impresa, y lo dejaron abierto frente a mí, mirando hacia la feria, y se fueron. Puse entonces mis 18 botellas de yogur sobre una caja de feria que me consiguió Don Julio y me senté en el suelo a esperar. Yo le expliqué a varias viejas que los yogures de la caja y los del cooler eran iguales, pero igual preferían siempre los del cooler, hasta que finalmente pasé algunas botellas mías para allá, y finalmente todas mis botellas terminaron en el cooler. Había vendido 18 botellas y parecía que toda la mercadería se iba a vender rápidamente cuando volvió, sola, la Señora Gloria. No le gustó nada que mis botellas estuvieran en el cooler, pero se resignó. Colgada de la cartera tenía una banquita de tres patas, como de camping. Se sentó en ella –yo estaba sentado en el suelo-, y se puso a transmitir. “Así que ahora su amigo Mota quiere irse a vivir con la Clotildita”.  La quedé mirando interrogante y, como no decía nada, le pedí que ahondara en esa idea. “Claro pues, si ahora anda con la Clotilde mirando una casa aquí cerquita, en Pueblos de Viuda. Yo no creo que la puedan pagar porque es una casa con terreno, pegadita a la Laguna El Ancho, pero allá ellos, y yo no me meto en lo que no me invitan”. Vieja peladora, aunque me interesaba el tema. “Mire”, siguió la vieja, “la clotildita es mi sobrina y yo la quiero cuidar, no me gusta que anda agarrándole la mano a un cabro y después viendo casa con otro, aunque su amigo Mota me parece muy caballero y muy inteligente, no sé si la que mete la pata ahí es la Clotilde, por fresca, o su amigo Mota, porque tampoco es muy cariñoso él”.

En fin… ese día vendí los 18 yogures y después estuve con la señora Gloria hasta que ella también los vendió todos. Estuve con esa mujer cerca de 3 horas y estuvo hablando todo el tiempo, sin parar. Ella se fue con Don Julio y yo rechacé la oferta del viejo y me fui caminando.

Cuando llegué a la casa de la familia Ruiz, el Mota me estaba esperando con un discurso. “Hermano ya estamos casi en noviembre y la zona de peligro empieza, creo yo, el 20 de noviembre, para entrar el 20 de diciembre en peligro crítico. ¿Cómo que peligro de qué? De una visita familiar. La mamá del Natalio me dejó quedarme con la condición de que me fuera y si llegan a visitar la casa por estos días se van a encontrar con una minifábrica de yogur en la cocina y no creo que les guste nada, así que mejor virarse de acá, irse, con la Clota estuvimos viendo una casa, hueón, enorme, con habitaciones exteriores, perfectas pa trabajar hermano, salía 400 lucas mensuales y si nos ponemos todos a hacer yogur en serio podríamos demás, perfectamente juntar esa plata, aunque mejor sería diversificarse, por eso yo pongo mi parte con lo que gano en el Tomati, voh tenís que estar de acuerdo no más poh, ponerte a disposición de la Clota y vai a tener techo, trabajo y comida.


Bien aquí, me dije. Me quedo. 
estaba tratando de dormir siesta, o sea que tenía los ojos cerrados, y estaba haciendo ese juego de observar los párpados por dentro y tratar de nombrar las cosas que aparecen, las patas de un caballo enredándose en el aire y el haberte conocido, por ejemplo, la visión panóptica de un vuelo al viento que me impacienta emprender, tal vez, incluso una asamblea de flores marchitas, de desechos de una fiesta infantil, de piñatas usadas. y de pronto frente a mi casi dormido pensamiento aparezco yo mismo, mirándome a los ojos, enfurecido mirándome directamente a la cara, fijamente, así de cerca, a unos 10 centímetros, menos incluso, una mirada hasta amenazante, muy desafiante. a medida que notaba detalles de mi propia cara -digamos: a medida que me iba reconociendo a mí mismo en esa cara que me proponía una guerra- sentía una sensación parecida a la adrenalina, también comparable con una ansiedad muy fuerte que te aprieta el tórax, tal vez un temblor previo, sentía los latidos de mi corazón, desencadenando todo en un espasmo que me hizo saltar en la cama, despertando.

sábado, 17 de enero de 2015

Chajá - Primera parte

Íbamos saliendo de la pampa húmeda argentina y estábamos ya entrando en una zona que yo calificaría definitivamente de desértica y que me esforcé en denominar “el desierto de Cuyo”. Este desierto post-pampeano nos sorprendió no sólo con más de 45 grados celsius arriba del auto -un toyota yaris del 2005 sin aire acondicionado-, sino también con una serie de lagunillas en las que se posaban aves como el carancho y la gallereta (en chileno se le dice tagua). La primera lagunita se hacía precisamente a un costado del camino, y nosotros pasamos mirando los teros (queltehues) de lejos y con cuervos (jotes) sobrevolando la zona.

El segundo pozón apareció a un par de kilómetros y estaba en realidad un poco más adentro, a unos 80 metros del camino, así que detuvimos el vehículo y comprobamos que la temperatura fuera de él no era de más de 38 grados. En la laguna vimos varias especies de patos, algunos con descendencia, y, más allá, dos pájaros negros y robustos que mi hermano aseguraba que eran jotes pero que terminaron siendo chajás, cosa que comprobé cuando uno de ellos nos gritó como pavo. Son incluso más grandes que los pavos, y tienen las patas rojas y largas.

Mi hermanos volvieron al auto mientras yo daba la vuelta alrededor de la laguna. Sin que me acercara demasiado a ellos, los chajás emprendieron vuelo y se posaron unos 100 metros más allá, en otra pequeña laguna. Vía chiflido llamé la atención de mis hermanos y les indiqué la siguiente laguna, diciéndoles que iba a caminar hacia allá, alejándome de la carretera. Así que caminé y me fui sorprendiendo en el camino, porque la laguna parecía ser en realidad bastante grande, y porque fueron apareciendo restos, diría yo, de chatarra, que terminaban aparentemente en un basural, casi al borde de la laguna, pero por el otro lado, yo diría que a un kilómetro de distancia… de ese tamaño parecía ser la laguna.

A menos de 100 metros la pareja de chajás emprende el vuelo. Primero corren y aletean y poco a poco van tomando altura, pasando, yo diría, peligrosamente -para ellas- cerca mío, y desde abajo les veo el pecho inflado, pedazos de piel que asoman entre las plumas. Vuelan hacia el basural. Rodean la laguna con un vuelo circular, casi sin aletear, y toman altura hasta que parecen poco más que un punto en el cielo. En eso veo que desde el basural, un hombre camina hacia mí. Me quedo en el lugar algunos minutos, tal vez incómodo con la presencia del argentino, observando la laguna. Cuando vuelvo a mirar, el hombre me hace un gesto, entre saludándome y pidiéndome que me acerque. Sigo a la vista de mis hermanos, que están en el auto, y camino lentamente hacia este personaje, que parecía ser un típico argentino habitante del desierto. Habíamos visto, en medio de la nada, casitas bajas, de barro y ladrillo. Habíamos visto carteles que indicaban que había escuelas públicas, sin una sola casa en kilómetros. Ya estando a pocos metros, este anciano me dice:

“Como le decía, me encontraba
en aquella soledá,
entre tanta escuridá
echando al viento mis quejas,
cuando el grito del chajá me hizo parar las orejas”.

Con la mirada indicó los dos puntos negros que sobrevolaban el cielo y agregó:

“Vuelan más alto que un cóndor”.

Rápidamente le requerí datos acerca del pecho inflado que les vi, de la piel entre las plumas.

“Se inflan” -me respondió-. “Para volar, se inflan y crecen, casi al doble. Son casi pura espuma. ¿Quiere verlos de cerca?”.

Me explicó que tenía un corral de chajás en su casa, al borde de la laguna, más allá del basural. Mis hermanos buscaban sombra bajo un pequeño árbol y les chiflé de nuevo, pero se mostraron en contra cuando les indiqué que iba a caminar más lejos. El anciano vio todo esto y me dijo:

“Vaya con ellos, ya sabe dónde queda mi casa”, y, sin más, se puso a caminar. Yo me acerqué a mis hermanos y les conté rápidamente la historia del viejo. Ellos aceptaron ir a condición de quemar un poco, en un chupete chileno que andábamos trayendo. Entonces quemamos, y fuimos.

Chajá - Segunda parte

La caminata hacia el corral de los chajás me produjo una sensación extraña. Obviamente no conocía ese territorio, ni las costumbres de su gente, pero me sentía especialmente fuera del lugar, como metiéndome en algo que no me correspondía. Ahora la segunda laguna parecía ser más grande y el basural más pequeño, la casa del anciano parecía estar mucho más lejos, a unos 2 kilómetros. Mi hermano Ñ contaba lo que había alcanzado a leer del chajá en su guía de campo Aves de Argentina de Eliodoro Bioy.

“Tiene un collar negro y las patas desnudas, mejor adaptadas al agua que a la tierra. Tiene el pico curvo pero come exclusivamente vegetales. Los nidos los hace en los bordes de los humedales, en medio de los juncales, como dicen acá, nosotros les decimos totora. También tiene unos espolones, como el queltehue (tero), y si uno lo mira un poco se parece al queltehue, pero el chajá es mucho más grande, y le da cara a las aves de rapiña”.

Observamos en el camino otras aves, pero no supimos reconocerlas, sólo compararlas a las chilenas, para más tarde revisar la guía y obtener los nombres. Más que basura, en el basural había chatarra y escombros. Justo pasando el basural, nos encontramos con una construcción de madera y ladrillo, una bonita construcción que flameaba una bandera argentina y que tenía inscrito sobre la puerta:

Provincia de San Juan
EGB Nº147
Tito Narosky


“Tito Narosky es como nombre de transformista” -dijo mi hermano O. Justo después de decirlo apareció el anciano. Yo temí que el viejo se ofendiera con el tema del transformismo, pero no hizo ningún comentario. Se acercó una mano a la oreja, mirándome a los ojos, y escuchamos inmediatamente lo que habíamos estado oyendo hace rato: el grito de pavo de una veintena de chajás.

Entonces dimos la vuelta hacia el otro lado de la escuela y nos encontramos con un corral hecho con palos, con unos 20 ó 30 chajás. La escuela estaba a un costado de la laguna y el corral parecía funcionar como barrera entre los pájaros y la escuela, ya que las aves se posaban en el humedal de forma voluntaria y, aunque se dejaban tocar, despedían un olor no nauseabundo, pero nada agradable al olfato humano.

Imposible no destacar que, además de nosotros tres y el anciano, había en la zona del corral unos seis niños y niñas. Aunque los alrededores eran bastante desérticos, el borde la laguna tenía un par de grados menos y crecían tres o cuatro árboles junto a la escuela. El viejo explicó con palabras de argentino que esa escuela era lo que en chile conocemos como una escuela unidocente. También dijo que a muchos de esos niños los iba a dejar él a sus casas, en bicicleta, que a otros los venían a buscar sus padres. Cada uno vive a varios kilómetros de desierto, en distintas direcciones, y mencionaba los sectores del desierto con sus nombres: Guanacache, Lagunilla, Las salinas, y apuntaba hacia el desierto, en cualquier dirección.

En eso se acerca una niñita y nos pregunta si sabemos por qué el chajá puede volar tan alto. Con todo gusto le pedí que nos contara, pero antes nos pidió tomar asiento, en tres troncos que había justo detrás de nosotros. Entonces nos sentamos frente a la niña y ella nos contó la historia.

“estas eran dos indias guaraníes que estaban lavando ropa en el río. no eran buenas cristianas y se la pasaban haciendo mofa de los demás. pasó un hombrecito y les pidió agua para beber, y las indias le pasaron el agua con jabón, para hacerle una broma, pero el hombrecito apenas la probó la escupió y las indiecitas se rieron y salieron corriendo, pero él era Angatupyry, dios del bien, y mientras corrían las indiecitas empezaron a llenarse de plumas, les crecieron las patas, se les estiró el cuello y se sintieron livianas, tan livianas como para emprender el vuelo: estaban llenas de espuma, por la espuma que le dieron de beber al dios, que las castigó, pero también les abrió una oportunidad, les dejó ver el mundo desde más arriba, entendieron la lección y ahora son muy amables”.

viernes, 16 de enero de 2015

pelagornis chilensis

El pájaro vuela eterno por el pasado y todos los pasados posibles,
sin distinguir minutos de eones, décadas de recuerdos.
circula las corrientes del tiempo
mira simultáneamente todas las extinciones
toda matanza y todo derrumbe
El pájaro vuela

Todo tiempo pasado fue mejor para los extintos
habitantes del olvido inquieto
definen las sucesiones por ausencia
dejando suspendido lo que fue

La carne se vuelve piedra
y el pájaro vuela sobre el patio 29.

La piedra se vuelve cordillera
y el pájaro vuela sobre el niño del plomo.

La cordillera se vuelve cobre
y el pájaro vuela sobre carroña de megalodones.    

En la carroña hay incrustados 500 años de balas de plomo
y el pájaro vuela sobre machu pichu.

La ciudad se vuelve canto
y el pájaro grita un sonido que nadie recuerda.

Se escucha la primera voz humana
y la sombra de sus alas pasa sobre nosotros.
todos los segundos anteriores a este.




viernes, 9 de enero de 2015

Aracnofobia

Hace ya tres meses exactos, cumplidos hoy y a esta hora que se que hay una araña siguiéndome, no se si me seguía de antes, pero una vez que la vi no he dejado de verla.  Se mantiene siempre a una distancia mas que prudente, por lo que no alcanza a desatar mi aracnofobia en toda su expresión, en la ridícula expresión del cuerpo que no se controla a si mismo, que salta y mueve las extremidades rápida y atolondradamente tratando de escapar o pelear contra algo mucho más pequeño que uno mismo con una efectividad nula.

Esta araña que siempre está ahí se mantiene lejos de mi alcance, por lo que ni aunque me arme de valor alcanzo a matarla sin que escape, e intentado con insecticidas en aerosol, lanzandole agua caliente con una pistola de juguete, lanzandole papeles mojados, incluso un lanza llamas casero. En esas oportunidades se aleja o desaparece por un rato, pero vuelve, aveces tímidamente y otras segura de si misma, pero siempre se mantiene a la distancia margen de 4 metros. Nunca a estado más cerca y solo cuando he querido matarla ha estado mas lejos.

Lo que más me extraña es como lo hace para seguirme todos los días a la oficina, como lo hace para estar en la casa de mis padres cuando los voy a visitar. o al baño del cine. También he visitado otras ciudades y la araña también esta ahí.

A veces pienso que estoy alucinando, pero se lo he comentado a amigos y ellos también ven a la araña. Hasta hacen bromas al respecto como ofrecerle comida o servirle un trago. Pero de todas formas los frikea, los deja intranquilos. Ellos tampoco pueden matarla.

He fumigado mi casa, pero nada la araña le porfía a los venenos como si fuera inmortal.
cada vez me cuesta menos dormir, pero siempre lo ultimo que veo en la noche es esa araña que lleva tres años exactos cumplidos hoy y a esta hora.  

jueves, 8 de enero de 2015

pablo anoche soñé contigo, desde acá desde córdoba

estábamos con el mono denis y mi hermano en la cama de abajo de un camarote cuando llegaron tú y la ferna en claro estado de intemperancia psicoactiva, nos saludamos de la mano y de besos y ustedes se pasaron a la cama de arriba, mientras nosotros seguimos conversando abajo. de pronto el suelo ¿el camarote, el mundo? empezó a moverse a velocidades fantásticas hacia arriba y tal vez hacia el norte, mi hermano opinaba que seguramente en dirección al sol, a miles de kilómetros por hora, la piel se me movía hacia atrás como en las películas. el denis empezó a tejer la teoría de que ese viaje fantástico sería tu culpa y yo entendía que era efectivamente eso: un viaje. pero ¿cómo? y por ahí te descubríamos, yo te increpaba por habernos drogado a todos, tú no querías revelar el nombre de la droga y la ferna se reía no más, no parecía ser ácido lisérgico, sino otra cosa. hasta que la soltaste, te habías metido un total de 4 estampillas en la boca y después de chuparlas un poco te las pasaste por los dedos de la mano derecha y la ferna se puso también droga en la cara, entonces al saludarnos la sustancia pasó a nosotros, calculando que si tú te habías metido 4 dosis a nosotros nos habría llegado 1/12 dosis a cada uno, si no menos, y el camarote ¿la habitación, el colchón? seguía avanzando a toda velocidad mientras mi hermano sólo podía comentar "la cagó, la cagó" y yo me sentía tal vez pasado a llevar por tu actitud, porque mi hermano en general no consume ninguna droga más allá del alcohol, y luego el viaje bajaba la velocidad pero no parecíamos dejar de avanzar y le dije al mono denis "weón esto es pura tontera" y con un esfuerzo sobrehumano que el mono apoyaba telekinéticamente logré poco a poco avanzar mis piernas por el colchón hacia un borde del camarote y logré poner primero uno y luego el otro pie en el suelo, y me puse de pie y miré sobre la cama de arriba y ustedes con la ferna me miraban no más, así que salí de la habitación y me fui caminando por un prado hasta una reja que estaba siendo custodiada por la policía, y detrás mío había una manifestación multitudinaria, una manifestación importantísima que iba a cambiar el curso de la historia, y éramos un grupo, digamos cinco o diez personas que tratábamos de razonar inútilmente con la fuerzas de la ley (parecía ser policía boliviana o peruana, incluso ecuatoriana), entonces a un lado de la reja la multitud, al otro lado la policía, nosotros casi en la reja misma, cuando se empiezan a retirar los carros policiales, uno por uno, en un proceso digamos largo, para luego irse, si se quiere, el último de los efectivos, dejando la calle vacía, momento en el que cruzamos la reja para pararnos en la calle, y ese último efectivo vuelve, con la culata de su arma levantada, nos golpea, nos obliga a cruzar la reja de vuelta, y una vez estando nosotros de este lado emprende de nuevo la retirada, y nosotros atravesamos de nuevo la reja y vuelve a volver y nos mete para este lado de nuevo y comienza una discusión en la que nos trataba de convencer de que nos mantuviéramos a este lado, y yo y los demás le decíamos que no, que no, y él, que sí, que sí, hasta que éramos sólo dos de este lado de la reja y sólo un policía del otro, y que no y que sí, con el portón en medio, a veces empujando el portón, nosotros o él, casi tocándonos las manos, él tratando de cerrar, nosotros tratando de abrir, cuando el carabinero (esta vez era chileno) desenfunda su arma de servicio y dispara directo contra mi cabeza, balazo que me cae a un costado de la cabeza, detrás de la oreja, saltando casi de inmediato un chorro de sangre, y me toco con la mano y luego veo mi mano cubierta de sangre y el efectivo que baja su arma, tal vez empezando a enfundarla de nuevo, y yo me desvanezco y voy perdiendo la noción de la realidad, y empieza de nuevo esa sensación de viaje fantástico, de velocidad infinita, la piel que se me echa para atrás con la velocidad y luego caigo en la nada, en una oscuridad profunda. entonces despierto.