domingo, 13 de enero de 2019

Cuando fuimos a la marcha contra la guerra en Vietnam



Obvio que llegamos tarde, si nos habíamos tenido que quedar en valpo, el mono tenía unos ¡ah! y la mora una pipa de hasch recién traída de parís, decía que un amigo artista se la había robado a unos flics quienes a su vez se la habían incautado a un argelino al que obviamente también habían asesinado, la cosa es que encendimos y además nos bebimos sendos botellones de anís auspiciados por el gordo como botín de su último viaje de explotación en la marina mercante, de tal suerte que en la mañana no conseguimos llegar al mítin y tuvimos que correr hasta que nos sumamos a la movilización, incendiándonos al trote las últimas bocanadas de mariguana en la pipa magrebí.




Por cierto, la mariguana estaba prohibida, así como cualquier canción en inglés, aunque con esto último estábamos de acuerdo, porque las canciones de bowie las traducíamos en el acto, pero igual no más nos las ingeniábamos en nuestras prácticas para no subsumir el goce espontáneo en la aparentemente rigurosa militancia, aunque despuesito no más vimos que al final todxs eran unxs desordenaxs igual que unx y que la estaban puro pasando bien.

 


De hecho la mora se sintió fuertemente inclinada a hacerle cosquillas a una compañera del cordón industrial cerrillos para luego proceder a quitarle su soñada chomba tejida muy probablemente por las artesanas de la ligua y que -hay que reconocerlo- había causado furor en los primeros cincuenta kilómetros de marcha principalmente entre los muchachos del ps de la fábrica sumar.




Obvio que luego de caminar hasta polpaico hubimos de desmayarnos de sed, máxime porque el tito traía consigo una porción extra de licores para cada, y nos lo fue repartiendo para que empinásemos los güisquis y los sake vez que cantaban el venceremos, porque en ese momento toda la población entraba en un éxtasis en el que las leyes terrenales se suspendían para dar paso a esa exaltación del compuesto pueblo en lo más vibrátil que es el canto, así que caserío por el que pasábamos ahí teníamos que introducirnos en sus piletas para rehidratarnos y seguir la juerga.




Por ahí fue también que el mono conoció a la mile me parece, y bueno, nada, en ese momento los dejamos solos porque se estaban haciendo demasiado ojitos, y nosotrxs aprovechamos de mandanguear, mientras la mora insistía con que lo justo sería que el nóbel de literatura le correspondería el próximo año a anne sexton.



En las cercanías de colina encontramos un local de papas fritas y otro donde vendían solamente cazuelas de pava pero a medio escudo, lo que correspondía a decir que eran prácticamente regalados, y como dos de tres no éramos veganos, pero tampoco teníamos resuelto eso de las contradicciones vitales, decidimos comprar las papas fritas y echárselas a las cazuelas, armando un menjunje ideal para cualquier drogadictx revolucionarix.




Lo último que me acuerdo de ese viaje es que hicimos un concurso por quién llevaba el mejor cartel, el gordo sugirió al compañero pepe de la base del mapu en el cerro cordillera, pero la suerte quiso que él obtuviera en cambio el premio al mejor poncho de la marcha, lo que fue avalado cuando testificó que la ñaña eliodora de lumaco se lo había regalado en agradecimiento por el alcantarillado que hicieron en el pueblo en el marco de los trabajos voluntarios del año 64, así que sin discusión se erigió como ganador el lienzo de la federación de estudiantes de la universidad técnica del estado, que sintetizaba en tres palabras todo el espíritu que recorría a las personas que caminamos de santiago a valparaíso entre el 8 y 13 de julio de 1967.