lunes, 27 de enero de 2014

Falange del orden negro.

Era Chico, Negro, Cabezón, no tenía cara de nada, prácticamente indistinguible de los otros 7 weones que siempre estaban en la primera linea de combate. No tenia dedos para el piano, ni manos para trabajar la tierra,  no tenia más objetivo que la guerra.  Nunca retrocede, al principio podía pelear entusiasmado dando una apertura rápida, después ya avanzaba los cuadros de a uno, no podía saltar, mataba en diagonal, pero si tenia un enemigo en frente quedaba detenido. Soñaba con ser ascendido de rango, con pasar de ser el setimo de linea a estar en la primera linea enemiga, ser condecorado, dejar de ser lo que era, podía ser cualquier cosa que quisiera si eso pasaba: torre, alfil o reina, con esfuerzo el podía ser lo que deseara, cualquier cosa menos rey,  jamas sería rey.

Fue criado en el odio a las privilegiadas piezas blancas, que siempre partían la guerra por su ambición,  las blancas querían conquistar el tablero que ya no  fueran 32 piezas blancas, sino que las 64. Ellos Sabían que su deber era conquistar en defensa propia, lograr que todo el tablero se vuelva negro o lo más negro posible, para restringir la infinita ambición de las piezas de bandera blanca.

Este peón en particular, era casi igual que todos los demás pero siempre se preguntaba cual sería la mejor y mas rápida forma de eliminar al enemigo. Romper su voluntad de lucha, un jaque mate rápido y limpio para decapitar al tirano rey blanco. Estudiaba estrategia para aplicarla lo mejor posible desde su limitada posición de peón, de pieza de sacrificio con escaso poder relativo su bajo nivel de valor material, soñaba con expresar ese poder el día que se convirtiera en una pieza mayor. Y que así sus hermanos y todas las piezas del mundo fueran libres y felices.

Sin embargo le llamaba la atención las amnesias entre las batallas, casi no sabia que pasaba entre guerra y guerra, siempre ha estado en guerra y no recordaba los tiempos de paz, eso fue lo que pensó un día que fué colocado en el lugar del mensajero, delante de la torre.  En ese lugar al borde del tablero es que mas allá de la cuadricula pudo ver la mesa y mas allá de la mesa vio un universo.

Ese día comprendió que nada tenían en su contra las piezas blancas y que nada tenia él en contra de ellas, que eran colocados movidos y manejados por fuerzas tan ajenas que escasamente podían ver la mano que los controlaba, que podía eventualmente derrotar al rey ajeno, que podía revelarse y matar a su propio rey, pero que al final del día sería todo nuevamente reordenado. Que el poder no son los reyes sino las manos que los impulsan, pero ¿como combatir una mano que maneja los reyes? ¿como matar aquello? ¿como siquiera combatirlo?

El peón al borde de la mesa, se movió por una vez con voluntad propia, se dejó caer, cayó del tablero abstracto, cayó de la mesa, se escondió entre el polvo, renunció  a  sus sueños de promoción, y empezó a soñar y a planear con el día en que el matara a las manos que manejan las fichas. (y algún día lo lograría)

La única revolución posible para el peon fue negar el tablero, ser una pieza perdida e impedir el juego.

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