Me desperezo con los ojos todavía cerrados y, al estirar los
brazos, noto que la pequeña Gûiña ya se levantó de la cama. Puede haber ido a la
cocina a buscar un poco de leche o puede estar mirando por la ventana: nuestro
departamento tiene una vista privilegiada (por así decirlo) de la ciudad de los
Incas. Está llegando el verano y ya son noches de ventanas abiertas y
nguillatunes callejeros. Todavía quedan algunas fogatas en las esquinas más
importantes cuando sale el sol y encuentro a mi hija Gûiña con medio cuerpo
asomado a la ventana.
-¿Es cierto que tienes que trabajar todos los días?-
pregunta, muy inocente y muy vulnerable.
-Todos los días, y dentro de algunos años tendrás que
hacerlo tú también.
En esta ciudad no existe la energía eléctrica ni ninguno de
los adelantos tecnológicos con que viven los Incas. Pero existe el trabajo, y
el pueblo mapuche trabaja directamente para el grupo más acomodado de los
Incas. Trabajar para El Inca significa un buen puesto sea cual sea tu labor, y
todo lo hago por Gûiña. Pensando en su futuro camino el kilómetro y medio que
separa a la ciudad Inca de nuestro pequeño núcleo urbano.
O bien subo caminando el equivalente a 27 pisos o bien puedo
pagar un 0.7% del sueldo mínimo mapuche y subir por un funicular que me deja
frente a la entrada mapuche de la casa de el Inca. Yo sé que este trabajo es lo
mejor que puedo conseguir, así que llego bien vestido y entro con la frente en
alto, pues así les gusta a los Incas que trabajemos. Si queremos mantener el empleo,
hay que trabajar de esa manera, no con una sonrisa, pero sí con preocupación y con
ganas.
Así que paso directamente al cuarto de baño y camino hacia
el wáter. Debe medir unos 10 metros de alto. La entrada mapuche (todo tiene una
entrada mapuche en esta casa) está en el suelo y por detrás, así que los incas
sólo nos pueden ver por algunos segundos cuando hacemos el cambio de turno. En
el wáter trabajamos en tres turnos de 8 horas cada uno. Yo en general trabajo
en el horario diurno, de 8 de la mañana a 4 de la tarde. El trabajo se hace
desde una especie de oficina situada dentro de la taza del wáter. Consiste en
observar detenidamente el ano del inca mientras defeca, en busca de
malformaciones, síntomas de enfermedades, etcétera, y luego tomar muestras de
la mierda para análisis posteriores, así como asear el ano del inca y la taza
del wáter, labor última que se realiza con un sistema de mangueras de agua y de
viento.
Hoy llegó Chuchuchuchec, hijo de El Inca, con evidentes hemorroides, y dimos aviso inmediato a salud, informando que no había sangramiento durante la defecación (el ano del inca mide cerca de medio metro de diámetro mientras defeca), y a partir de mañana vamos a tener que aplicar algunas dosis de crema antiinflamatoria. Así que después de manguerearle el ano y alrededores con jabón, después de enjuagar con agua, después de subir con los secadores a secarle cada pelo, voy a tener que ir yo mismo con el cotonito a aplicar la dosis exacta de crema en cada uno de los pliegues de las hemorroides.
Esa misma noche llegué con más olor a fecas que de
costumbre, y mi hijo mayor, Huenulaf, comenzó una vez más a insultarme por
vivir sometido de esa manera al yugo Inca, que si acaso no tengo dignidad, que
si me gusta olerles el ano todos los días.
-¡Es el peor de los trabajos! –decía, furioso.
-¡Es lo mejor que puedo encontrar!, si no trabajo ahí, ¿cómo
esperas que alimentemos a tu pequeña hermana?
La discusión se había mantenido en esos términos los últimos
años, no hay mucho más que debatir. Si él quiere irse al bosque a resistir que
vaya. Sabemos que en Villarrica quedan algunos núcleos importantes de
resistencia, pero es demasiado difícil, nos matarían en cualquier momento, no
puedo arriesgar a Gûiña a la muerte, tengo que protegerla a toda costa. Aquí en
la ciudad tengo un buen trabajo y vivimos con la seguridad de que no vamos a
morir de un momento a otro.
FIN DE LA PRIMERA PARTE (Sigue con la segunda parte)
FIN DE LA PRIMERA PARTE (Sigue con la segunda parte)
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