(lee antes la primera parte)
Rod
Ese fin de semana el Juaco vino a puro
mandarse cagás, hueón. Se agarró a combos en la playa, ensució montón de platos
y no lavó nada, no cocinó, no puso plata, no se sacó ni uno, y más encima antes
de irse se paseó de la mano de la Clotilde por el terminal de buses, por lo
menos la señora Gloria los vio y me comentó. Nosotros habíamos conocido a la
Clota como un mes atrás y ese fin de semana andábamos medios distanciados. El
Eugenio es como su mejor amigo y había dicho que iba a pasar el fin de semana
con él, que nos viéramos el lunes. Bien poh, y cuando nos encontramos en la
playa nos saludamos en buenos términos y, hasta con un poco de alegría, le
presentamos al Juaco, pero este hueón ya estaba curao y le gustó la mina. A mí
me da lo mismo lo que pasó en la noche, pero el domingo se levantó borracho aún
y estuvo todo el día tambaleándose, física y verbalmente, después durmió siesta
un rato y se levantó mejor, y no sé cómo convenció a la Clota de que lo
acompañara al terminal. A mí me pidió explicaciones su tía, que venía llegando
de Santiago a esa misma hora, la señora Gloria. Decía: "yo pensé que su
amigo Mota tenía más regalona a la Clotildita". "Qué voy a saber
yo", le dije.
Yo estudié electricidad en el colegio y
cuando me quedo sin pega me pongo a hacer pololitos. Así conocimos a la Clota.
Llegué a Pichilemu con unos volantes de papel couché que me había conseguido un
amigo pa imprimir, que decía que se hacen todo tipo de instalaciones y
reparaciones eléctricas, y andaba con el Mota por los campos, él buscaba
estudiantes y yo dejaba volantes en las casas. La señora Gloria nos compró todo
el cuento: a mí me mandó a arreglarle un enchufe que estaba viejo, pero no
tenía repuestos, así que se lo limpié con un paño con cloro y lo atornillé lo
mejor que pude. Al Mota le hizo una extensa encuesta acerca de cómo funcionaba
el método tomati, y el Mota le mostraba los audífonos como avergonzado. Al
final le negoció 20lucas la hora y el Mota se quedó ahí mismo haciéndole una
clase de matemáticas a la niñita de quinto básico, conocida como Yoli. Yo salí
a dejar volantes en las casas del sector y, cuando ya iba a pasar a buscar al
Mota, vi un auto que se estacionó en la casa de la sra Gloria. Estaba como a
100 metros y aproveché de quemar en un chupete que teníamos. No vi nada raro,
sólo alguien que pasaba a dejar a una mujer donde nuestra clienta. El auto se fue
y yo entré a la casa, a buscar al Mota.
Abrí la puerta diciendo
"permiso", pero no había nadie en el living ni en la cocina. Estaban
todos en el patio de atrás. Se estaban despidiendo del Mota mientras le
mostraban qué plantas tenían sembradas en las escasas tierras familiares. Una
hectárea era de viña, otra la arrendaban, pero había coliflor y cebolla, y en
la última hectárea estaba la casa y el huerto, donde tenían de todo, incluyendo
hierbas medicinales y alucinógenos, como un árbol de floripondio y un cáctus
san pedro. La Clota decía: "he tenido que defender esas plantitas a lo
largo del tiempo; hace como 15 años se puso de moda el floripondio en Pichilemu
y empezaron a pasarse cabros a sacar flores, hay pocas de esas matas por acá.
Ahí a mi tía le dio por sacar el floripondio y supo además que ese cáctus es un
san pedro, así que quería sacarlos los dos, pero yo los defendí a muerte, ¿cierto
tía?". La tía miraba no más.
Así que el Mota fue el jueves siguiente a
hacerle la segunda clase de matemáticas a la Yoli. Yo me quedé leyendo a
Jodorowsky y, en medio de la última sicomagia del libro, llegaron justamente el
Mota con la Clota, en el auto de Eugenio, que andaba con su prima, todo lo que
es un carrete. Entraron con seis botellas de cerveza metidas dentro de una
java, destaparon la primera y tomaron de la botella. Ese fue un carrete
tranquilo donde empezamos a quemar súper tarde, porque a la Clota no le gusta
compartir pitos con desconocidos (me refiero a mí y a la prima del Eugenio) y a
mí y al Mota se nos habían olvidado entre cerveza y cerveza. El Eugenio se
empinaba una botella y jugaba a mantenerse bebiendo lentamente durante un
minuto o más. Después fue a su auto a buscar una guitarra y tocó una canción,
pero cantó la prima. Decía "hoy no quiero remedios, no me quiero curar, a
mí sólo me basta con mirarte caminar, no busco en el recuerdo algo que que
quiera cambiar, baúles tengo llenos y hoy los voy a quemar". Varios meses
después supe que el Eugenio tenía un ojo de vidrio.
No es que tenga ganas de pelar al Juaco,
pero ese fin de semana que vino lo entendió todo mal. Yo recién estaba viendo
por segunda vez al Eugenio, y la vez anterior me había dejado con esa
canciocita dando vueltas y recordando su forma de caminar. Pero ese día en la
playa el Juaco inventó de nuevo que yo no soy primo del Mota y empezó a dar la
lata con el tema del falso primo. Decía: "motita motita, hermanito, pa qué
sigue inventando que este compare es su primo?, si no se parecen nada!,
jajajaja", y el Eugenio me salió con un tema de que por qué le mentí y que
para qué ando inventándole cosas. "A mí no me gustan los mentirosos, oye,
a mí me gusta que me hablen con toda la verdad, nada de historias raras
aquí", y se le salía todo lo maricón celoso. "Además, no es primera
vez que me mientes". Ridículo de exagerado, dijo eso mirándome fijo a los
ojos.
Es cierto que después nos metimos al agua
y que, por así decirlo, nos punteamos, pero el Eugenio seguía molesto con el
tema la mentira. Nos fue a dejar a todos a la casa, y aunque yo traté de que se
quedara dijo que no, que a él no le gusta que le mientan, y que para eso tenía
auto, para irse cuando quisiera. "¿Pero en qué te he mentido?", le
dije cuando se iba a subir al auto. "Tú sabes en qué, guapo". Yo
nunca había tenido algo con un gallo tan amanerado, aunque no sé si teníamos
algo, entonces: nunca había sido tan descaradamente abordado por un gallo tan
amanerado.
Al día siguiente (el lunes después de que
se fue el juaco) llegué a la casa de la Clota yo solo, porque el Mota tenía
unas clases en Pueblos de Viuda. Yo conocía más o menos la técnica básica para
hacer yogur de pajaritos, y estuvimos comentando ese tema hasta que la Clota me
dijo que nos pusiéramos serios y viera con atención cómo funcionaba el proceso
para vender yogures caros, que es lo que nos importaba. Decía: "yo le
vendo estas tonteras al Borago, un maldito restorán de 30lucas por persona;
imagínate que venden platos donde la comida está colgando de un árbol bonsai, o
un puré de arvejas donde la porción es lo que cabe que una cuchara sopera. El
yogur de queso azul lo usan para hacer un postre que se llama frío glacial,
postre que en realidad es salado, y se sirve con helado de quizás qué y con un
puñado de sal gruesa. Totalmente ridículo. Me dijeron que en el Sukalde, otro
restorán “molecular” que queda en La Dehesa, van a licitar productores
independientes y tenemos que hacer un yogur neutro pa regalárselo a Santiago
Saavedra, el mentiroso que dice ser chef de ese restorán, el Eugenio lo conoce.
Así que esa misión tenemos. Ya, ponte a hervir la leche".
Había que mantener la leche hirviendo a
una temperatura específica, por ejemplo, 84 grados, durante varios minutos, several minutes, como decía el Juaco,
hirviendo a esa exacta temperatura, encontrar el punto exacto del quemador de
cocina, ir conociendo poco a poco los detalles del funcionamiento de ese
termómetro digital. Fácil. Hacer yogur era fácil y me volví un poco loco con el
tema y preparé montones de yogur durante las siguientes dos o tres semanas,
porciones pequeñas, para ir probando, pa mejorar la técnica. Fui entendiendo
también cuáles eran las mentiras que había armado la Clotilde para que el yogur
se vendiera bien.
A los pocos días, seguramente el jueves de
una semana de octubre, estábamos de coleros en la feria que según la Clota era
la más grande Pichilemu. En eso apareció una mujer de edad avanzada que saludó
a la Clotilde como quien saluda a un familiar, tal confianza tenía ya con esa
clienta. Es fea la hueá y me da un poco de vergüenza contarlo, pero la Clota le
ponía a algunos yogures que eran “light” y no hacía absolutamente nada por
sacarles calorías ni meterles menos azúcar. Con el tiempo fuimos buscando
soluciones para esos temas. La Clota se ponía doña y decía: “yo no estafo a
estas viejas, simplemente les miento un poco, les cobro un poco más. La vieja
necesita eso, está buscando que alguien le mienta, está buscando en la feria
algún placebo que la ayude a bajar de peso y yo no tengo ningún derecho a
negarle esa posibilidad, la vieja necesita y le sirve que yo le cobre un 15%
más que a las otras viejas. Entre que vaya al supermercado y compre uno de esos
productos light verdaderamente falsos y que se compre uno de mis yogures, mucho
mejor que se compre mi yogur”.
Íbamos saliendo de la feria con los
yogures restantes y un feriante más serio, conocido de la Clotilde, nos ofreció
llevarnos en su camión hasta La Pampa. Para los que conocen, la casa de la
señora Ruiz queda entre Pueblos de Viuda y Los Ciruelos, y la casa de la
Clotilde queda más allá, pasado La Pampa. La cosa es que saliendo no más de
Pichilemu la Clotilde le dice a Don Julio que se iba a enrolar uno. Un feriante
de unos 50 años quemando un pitito en el camino por Pueblos de Viuda. No sé por
qué la Clotilde le dice “Don Julio”, él se presentó a mí como Julio y así le
había estado nombrado, pero esta va y le dice Don Julio y yo inmediatamente le
veo la cara y la postura y la impronta de ser “Don Julio”. “Acá todo el mundo
fuma” dijo Don Julio, “hace como 10 años empezamos todos a fumar marihuana,
hubo un boom, empezó a circular mucha marihuana por todo Pichilemu, se
instalaron acá un montón de pequeños productores y la ofrecían barata. Era
gracioso al principio porque éramos algunos pocos los que fumábamos y nos
andábamos escondiendo, pero con los años todo el mundo andaba con su caletita
en el bolsillo. Se normalizó un montón en mi generación, entre los 35 y los 55
años, más o menos”. Empezábamos a transpirar por el “sahumerio” y Don Julio
abrió la ventana. “Ya estamos volaos ya”.
El Eugenio tenía algo que ver en el
negocio de los yogures. Además de tener algunos contactos en restoranes de
Vitacura, era el encargado de suministrarle a la Clotilde las botellitas de
vidrio para envasar. Cada dos semanas traía 200 botellitas y la Clotilde
trataba de vender las 200, o sea, 100 por semana, lo que es lo mismo que vender
20 al día. Con eso se hacía unas 200 lucas (un sueldo mínimo), y con los
yogures de Queso Azul quedaba ganando unos 400mil pesos al mes (dos sueldos
mínimos). Yo no había calculado cuánta plata necesitaba para vivir ahí porque
también tenía proyectos en Santiago, además había recién llegado. Pero la Clota
quería hacer negocios y estaba entusiasmada con la idea de armar una
cooperativa de producción y distribución de yogures, que empezáramos a crecer,
que se sumara más gente. Finalmente la idea de la Clotilde era hacerle la
competencia a Nestlé, a Danone, pero de forma puramente local. Que en Pichilemu
sólo se consuma yogur LaClotilda, yogur orgánico y de la zona, sin ánimo de
inter regionalizarse ni de monopolizar.
Era viernes y con el Mota estábamos
revisando las fotos que había sacado con su celular los últimos meses. Cuatro
estudiantes, dos veces la Clotilde, un sinfín de fotos en la playa y caminos
rurales, el huerto de la Señora Gloria, tres flores. Estábamos en eso cuando
tocan la puerta. Venía la Clotilde y el Eugenio con 100 botellas. También me
pasaron todos los insumos necesarios, y me regalaron un termómetro igual al que
ya había aprendido a conocer. Me explicaron rápidamente el negocio. Tenía que hacer
los yogures y venderlos, 100 yogures para empezar, más adelante acordarías
algún método para devolverles la inversión.
Así que estuvimos todo el fin de semana
con el Mota hirviendo leche, mezclándola con una cucharadita de yogur,
dejándolos en reposo. Fácil. Era demasiado fácil y nos divertíamos
exclusivamente en el proceso donde había que mantener la leche hirviendo a
exactos 84 grados, que investía cierta dificultad. El resto era jugar con
cucharas y fuimos conociendo la presión exacta que requería la manilla del
quemador para aumentar uno o dos grados la temperatura de la olla. La idea
obvia: hacer yogur de marihuana. Hicimos un poco con un fondo de hojas que
teníamos en la casa. Lo dejamos en reposo y me lo tomé el lunes en la mañana,
saliendo a la feria con mis botellitas de yogur. Don Julio me cachó apenas me
vio y me metió detrás de su camión y le pegamos unas quemadas a su chupete.
Me quedé por ahí mirando cómo la gente
armaba sus locales y la Clotilde me apareció por detrás. Venía con la señora
Gloria. Me dijeron que tenían que ir a hacer un trámite y que me instalara no
más a vender. Ellas traían los yogures en un cooler bien adornado, con la marca LaClotilda impresa, y lo dejaron
abierto frente a mí, mirando hacia la feria, y se fueron. Puse entonces mis 18
botellas de yogur sobre una caja de feria que me consiguió Don Julio y me senté
en el suelo a esperar. Yo le expliqué a varias viejas que los yogures de la
caja y los del cooler eran iguales,
pero igual preferían siempre los del cooler,
hasta que finalmente pasé algunas botellas mías para allá, y finalmente todas
mis botellas terminaron en el cooler.
Había vendido 18 botellas y parecía que toda la mercadería se iba a vender
rápidamente cuando volvió, sola, la Señora Gloria. No le gustó nada que mis
botellas estuvieran en el cooler,
pero se resignó. Colgada de la cartera tenía una banquita de tres patas, como
de camping. Se sentó en ella –yo estaba sentado en el suelo-, y se puso a
transmitir. “Así que ahora su amigo Mota quiere irse a vivir con la
Clotildita”. La quedé mirando
interrogante y, como no decía nada, le pedí que ahondara en esa idea. “Claro
pues, si ahora anda con la Clotilde mirando una casa aquí cerquita, en Pueblos
de Viuda. Yo no creo que la puedan pagar porque es una casa con terreno,
pegadita a la Laguna El Ancho, pero allá ellos, y yo no me meto en lo que no me
invitan”. Vieja peladora, aunque me interesaba el tema. “Mire”, siguió la
vieja, “la clotildita es mi sobrina y yo la quiero cuidar, no me gusta que anda
agarrándole la mano a un cabro y después viendo casa con otro, aunque su amigo
Mota me parece muy caballero y muy inteligente, no sé si la que mete la pata
ahí es la Clotilde, por fresca, o su amigo Mota, porque tampoco es muy cariñoso
él”.
En fin… ese día vendí los 18 yogures y
después estuve con la señora Gloria hasta que ella también los vendió todos.
Estuve con esa mujer cerca de 3 horas y estuvo hablando todo el tiempo, sin
parar. Ella se fue con Don Julio y yo rechacé la oferta del viejo y me fui
caminando.
Cuando llegué a la casa de la familia
Ruiz, el Mota me estaba esperando con un discurso. “Hermano ya estamos casi en
noviembre y la zona de peligro empieza, creo yo, el 20 de noviembre, para
entrar el 20 de diciembre en peligro crítico. ¿Cómo que peligro de qué? De una
visita familiar. La mamá del Natalio me dejó quedarme con la condición de que
me fuera y si llegan a visitar la casa por estos días se van a encontrar con
una minifábrica de yogur en la cocina y no creo que les guste nada, así que
mejor virarse de acá, irse, con la Clota estuvimos viendo una casa, hueón,
enorme, con habitaciones exteriores, perfectas pa trabajar hermano, salía 400
lucas mensuales y si nos ponemos todos a hacer yogur en serio podríamos demás,
perfectamente juntar esa plata, aunque mejor sería diversificarse, por eso yo
pongo mi parte con lo que gano en el Tomati, voh tenís que estar de acuerdo no
más poh, ponerte a disposición de la Clota y vai a tener techo, trabajo y
comida.
Bien aquí, me dije. Me quedo.
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