Juaco
Me encontré sin darme ni cuenta con el
Falso Primo del Mota y empecé al toque a contarle toda la hueá: que el Mota
estaba viviendo en Pichilemu, que era cierto el tema de la franquicia, que le
pasó plata a una empresa francesa que lo entrenó en un supuesto método de
educación llamado "tomati" y que tenía que buscarse él mismo los
alumnos, recorriendo la sexta región costa al sur de Pichilemu, enseñando
matemáticas y lenguaje a niños de básica, mandándole plata a los franceses una
vez al mes... aunque no mucha plata, una hueá simbólica. Bueno pero yo me
encontré con el Falso Primo del Mota una, dos, tres veces, y recién a la
tercera le empecé a contar. Yo no le tenía que contar a nadie porque el Mota
estaba como de clandestino en Pichilemu, se quedaba en la casa del Natalio, o
sea: en la casa de veraneo de la familia Ruiz Sandoval y, por ejemplo, el
Natalio tampoco sabía que el Mota se estaba quedando en su casa. Para qué decir
la señora Sandoval, que no va nunca pallá; de aónde se le iba a ocurrir a esa
señora que había un hueón viviendo en su casa de veraneo gracias a una
franquicia francesa.
Ya poh entonces el Mota estaba viviendo
allá. Se fue en mayo de 2013, cuando tuvo ese drama con la mina, que estaba
embarazada y abortó sin avisarle al Mota, se metió los misotrol un día en la
mañana mientras el Mota andaba en la pega y en la tarde la loca le contó: mi
compare armó tremendo escándalo, rompió una mesa, una puerta, la gritonió un
rato y se fue con lo puesto: la billetera y las llaves de la casa, alguna cosa
poca pa la mente, la ropa que tenía encima. Se subió evadiendo al transantiago,
se bajó en la Alameda, anduvo un rato en metro, y al final se fue al terminal.
Tomó un bus que lo dejó en Pichilemu a las 11 de la noche de un martes de mayo
y se fue caminando a la casa del Natalio; debe haber llegado pallá como a la 1
de la mañana. Tuvo que romper un vidrio pa entrar y todo el escándalo. Y el
hueón empezó al tiro a usar la cama matrimonial.
Después, y por mi culpa, el Falso Primo se
fue a vivir con el Mota a Pichilemu. Yo le conté que al día siguiente de su
llegada pallá mi compare Mota no hallaba qué hacer y se quedó durmiendo hasta
tarde y después se fue caminando a Pueblos de Viuda, un sector que está más o
menos cerca, como a 20 minutos a pie, y compró tallarines y salsa de
tomates para una semana. De vuelta en la casa sacó la peor olla de la cocina de
la señora Ruiz y se cocinó en una fogata, en el patio. Comió acompañado del
murmullo de los pajaritos de un miércoles de mayo y una vez satisfecho se fumó
un éste y salió al camino a conversar con los perros. Según el Mota, los
perros le contaron que ahí se vivía bien, que había dónde encontrar comida y
que si no encontraban aprovechaban de ayunar. Le conté esa hueá al Falso Primo
y el hueón se fue al día siguiente paondel Mota.
Pal Mota fue bacán que llegara su Falso
Primo a vivir con él porque se estaba aburriendo de no hablar más que con los
niños a los que les hacía clases. Podía también mandarlo a Rancagua o a
Santiago a conseguir cosas: una guitarra para tocar canciones de sui generis,
algunas novelas para no aburrirse los domingos, semillas de yerba pa hacer un
cultivo de guerrilla. El Falso Primo llegó en septiembre, antes del 18 y fueron
a las fondas de Pichilemu y decidieron quedarse un tiempo a vivir ahí, por lo
menos hasta la cosecha. O sea que decidieron seguir viviendo ahí para plantar
marihuana tranquilos, cosechar y una vez con la producción lista ver qué hacer.
El Falso Primo fue a Santiago y compró 10 semillas autoflorescentes de no sé
qué cepa, que crecieron perfectas y con las que a mediados de abril de 2014
llenaron 25 frascos grandes, como de mermelada, con puro cogollo.
La cosa es que cuando me encontré con este
hueón, debe haber sido a fines de agosto de 2013, yo no sabía cómo había
llegado el Mota a comprar una franquicia. A mí el Mota me había mandado un mail
súper críptico donde me hablaba de la casa del Natalio en Pichilemu, me
preguntaba si me acordaba cómo llegar, que cuándo podía ir a verlo, que no le contara
nada a nadie porque, según él, estaba de ilegal y cualquier información podía
redundar en su captura. "Me andan persiguiendo" dijo el hueón
exagerao. Que lo fuera a ver cualquier día, que él llegaba siempre antes de las
6 de la tarde. Así que fui poh.
El motita decía: "yo me salvo hueón
porque soy terrible ordenao pa usar los espacios, cacha que acá el living te lo
tengo impecable poh, o sea impecable no, pero están todos los adornos de la
mamá del Natalio en su lugar..., afuera tengo las plantitas regás y hasta puse
un par de plantas nuevas. Me gusta la jardinería, hueón, y había estado regando
el patio igual, entonces cuando llegó la señora Sandoval, se encontró con el
pastito bien verde, con las plantas con todas sus hojitas reluciendo, el patio
más o menos sin maleza, y cuando dobló y quedó frente a la puerta, la vio
abierta y adentro de su casa vio a un heón en calzoncillos lavando los platos
en una batea, en el living, jajajaja, pegó tremendo grito y yo le dije 'tía
tía, soy el Mota, el amigo del Natalio', y la tía me miró primero con cara como
de loca, como 4 segundos con el rostro desfigurao, hueón, monstruosa, y después
se anduvo calmando y me dijo una hueá así como 'tenís bastante limpio todo pero
¿¡qué estás haciendo aquí?!', así que yo le empecé a pedir disculpas, ¡hueón!,
le empecé a contar la hueá de mi mina, que estaba pa la cagá, que necesitaba
estar solo, que había encontrado una pega en Pichilemu con un grupo de
educadores franceses, blah blah blah, le metí conversa un buen rato y al final
estábamos tirando la talla. Ella había venido porque era feriado y andaba donde
su hermana, en Rancagua, y como maneja su auto y nadie venía pacá hace tiempo,
vino a darse una vuelta, a ver que estuviera todo bien, etc. Pero me dijo que
no le iba a contar a nadie, que iba a hacer como si no hubiera pasado nada. Se
quedó hasta ese día en la noche y se fue. Aprovechó, buena onda la tía, de
pasarme las llaves, y me dijo que para la próxima tenía que haber arreglado el
vidrio que quebré para entrar. También me exigió dejar de usar la cama
matrimonial, y me dijo que me fuera luego, que arrendara una cabaña o algo.
Bien poh, yo le dije que sí no más”.
Entonces el Mota se instaló en Pichilemu
en mayo de 2013 y a principios de julio ya estaba trabajando con los Tomati. El
cómo llegó a trabajar en la franquicia educacional es una historia llena de
estafas y desengaños. Al parecer –el Mota siempre trata de jugar con el
misterio- conoció a un par de franceses en la playa, un día viernes o sábado.
Los franceses tienen que haber estado borrachos y eufóricos, porque cuenta el
Mota que corrieron por la playa y que se metieron al mar con una botella de
algún licor en la mano. El Mota, que es mucho más tranquilo que eso y
seguramente había estado fumando, esperó que los franceses se sobajearan en el
agua y les metió conversa después. Venían de una ciudad llamada Brest, cerca
del Reino Unido. Estaban en Chile como parte de una visita oficial de la
Congregación del Espíritu Santo (conocidos como espiritanos) y comentaron que,
unos 20 años atrás, habían tenido la posibilidad de conocer en persona a Marcel
Lefebvre, gran líder del espiritanismo. O sea que un par de franceses
cincuentones, a todas luces homosexuales, visitaban Chile como parte de una
congregación católica.
Esta historia en la playa fue
probablemente a principios de junio. Los franceses siguieron dando vueltas por
el pueblo y por los alrededores de Pichilemu y el Mota los encontró sobrios un
par de días después. Alargándose en la conversa, mi compare tuvo que contarles
que actualmente vivía de algunos ahorros, pero que ya se le iban a acabar e iba
a tener que volver a Santiago. Los francesitos le ofrecieron, cosa que parecía
una tontera, que les entregara 200 dólares y ellos le encontrarían un trabajo.
Un trabajo en educación popular, le dijeron. Le contaron que el método Tomati
se estaba poniendo de moda en algunas zonas de Francia, sobre todo rurales, que
era muy rentable y que él sólo tendría que pasar esos 200 dólares, esperar un
par de semanas a que llegara su certificación desde Europa y podría empezar a
impartir clases con el método. Esa fue la primera vez que yo hablé con el Mota
desde que se había ido pal sur. Me llamó, claro, súper críptico, y me pidió si
le podía prestar 120 lucas. Yo no andaba mal de plata y le dije que sí. Me
pareció enormemente sospechoso cuando me pidió que se las transfiriera a una
cuenta corriente en Dübendorf, Suiza, a nombre de un francés de apellido
Toullirux. Le dije: “hermano te están estafando”. Pero él me respondió “no hueón,
yo los estoy estafando a ellos”. Así que lo apañé y transferí.
Tiempo después decía que todos se estaban
estafando con todos. La pega era de profesor. Tenía que salir –a la calle, al
campo- y ofrecer, casa por casa, clases particulares de reforzamiento a los
niños en edad escolar, de primero básico a cuarto medio, en las materias que le
acomodaran. Al Mota le acomodaba matemáticas y lenguaje, por ser las más
generales, y a los niños también, porque eran materias importantes en la
nefasta prueba de selección universitaria. En realidad, las materias más le
importaban a los papás. Daba lo mismo. Lo importante era mostrar la
certificación de los Tomati y embolinarles la perdiz con que es un método
francés, avalado por estudios hechos en toda Europa, etc. Tenía que mostrar los
audífonos de los Tomati y a esa altura ya podía cobrar casi cualquier precio.
25 lucas la hora.
El método Tomati consiste en ponerle unos
audífonos especiales a los clientes, con unos ruidos de puta madre, que
supuestamente estimulan el oído para poder “escuchar bien"; una vez con
los oídos bien estimulados, se imparte una clase "interactiva". Lo
que hacía el Mota era chantarles los audífonos y después tratar de conversarle
a los cabros, tratar de que hablaran y que estudiaran en la conversación,
querría poder haberlos convertido en personas en general inteligentes vía
osmosis, puro hablándoles, pero se le hacía difícil, contaba, sacar a algún
niño de ese infierno de ignorancia en el que vivían. Un cabro al que le hizo
clases, por ejemplo, le contaba con toda soltura, y como si todo el mundo lo
supiera, que a su hermana la raptaba un duende cuando chica. Como el duende,
además de raptarla, violaba a la niña, este alumno del Mota se reía de su
hermana y la tildaba poco menos que de degenerada. El niño nunca vio al duende
porque, como era chico, le daba miedo, y se escondía bajo las sábanas cuando
éste entraba a la pieza. Nunca lo vio, pero asegura que existe. El Mota cree
que ahí hay un caso de abuso sexual, pero el padre de esa familia, quien sería
el violador de la niñita, había muerto hace unos años. Finalmente nunca hizo
nada así como una demanda, pero un día no se aguantó más y le abrió los ojos al
niñito, le contó su versión de la historia, le dijo que seguramente a ella la
estaban penetrando por la fuerza y que muy probablemente haya llorado cada vez,
le haya dolido mucho, etc. Parece que el niño entendió lo que pasaba, pero la
ignorancia y la tontera son demasiadas y el niñito seguía riéndose de su
hermana, el Mota no entendía por qué.
Pocas semanas después, compare Mota empezó
a ser un profesor de verdad y se limitaba a hablar de matemáticas o de la
materia de lenguaje en las sesiones. Una vez al año tenía que mandar 42 lucas a
Brest, Francia, y le mandarían de vuelta la edición actualizada de los
audífonos, o sea que cada año tendría más audífonos: esa era la promesa de los
Tomati. Mi compare Mota, que entiende mejor cómo funcionan las cosas, decía:
“aquí estamos todos estafándonos. Los Tomati me estafan a mí, yo estafo a los
francesitos homosexuales, las mamás de los niños se estafan solas, los papás
estafan a sus hijas e hijos y los niños se estafan entre ellos, tratan de
estafarme a mí, tratan de estafar a sus profesores del liceo agrícola, etc. Lo
único bueno es que cobro 25 lucas la hora”.
Todo esto me lo decía a fines de
septiembre, unas semanas después de que me encontré con su falso primo en
Santiago. Todos teníamos el mapa mental de la casa del Natalio en Pichilemu,
así que podíamos ir cuando quisiéramos. Llegué solo, como me dijo, pasadas las
6 de la tarde, y me encontré con el primo en la casa. Estuve pensando que el
loco tiene algún trastorno psicológico por las relaciones que iba haciendo con
las cosas durante la conversación, primero, y durante su vida, me parece ahora.
Por ejemplo: quería que llamaran a la señora Ruiz, la dueña de la casa, para
decirle que le iban a pagar un arriendo simbólico por habitar el inmueble. Unas
25 lucas mensuales quería pagar. Yo opiné, y el Mota me secundó más tarde, que
mejor que la señora no supiera cuántas personas vivían en su casa, que la
relación se mantuviera como hasta ahora, sin ni una palabra.
Llegué a Pichilemu la noche del viernes
para irme el domingo en la tarde. El primo del Mota quedó de irse conmigo el
domingo porque tenía que ir a comprar algo a Santiago. La primera noche
compramos tantas cervezas que no pudimos terminarlas, como era el plan, y por
lo menos yo tuve que acostarme con la guata hinchada y la resaca asomándose en
dolor de cabeza. El primo del Mota tenía una tablet en la que podía leer libros
(recuerdo: Culpen a los Pollos de Emiliano Monge, Yo soy la Puerta de Osho y
una colección de artículos de Umberto Eco, no A paso de cangrejo) o bien podía
observar fotografías. Observaba fotografías propias y seguía también un par de
blogs de fotografía, europeos, cuyas fotos guardaba en su tablet. Una
fotografía, por ejemplo, de un canal de cemento en medio de un desierto, en
Argentina. La enorme resolución de las fotos permitía observar minúsculos
detalles acercando la imagen con los dedos, en la tablet, y el primo del mota
se demoraba en elegir una, observar algún detalle detenidamente, alejarse,
buscar otro detalle, acercarse y mirar, escudriñar, sumergirse en el mínimo
momento de esta foto y luego de vuelta hacia atrás. Podía estar several
minutes con una sola foto. Eso se quedó haciendo el viernes en la noche,
cuando con el Mota nos fuimos a acostar, y eso estaba haciendo el sábado como a
las 11am, cuando me levanté y el Mota enrolaba una cosa poca.
Los cabros tenían planes para ese día.
Experimentos en realidad. Nos fuimos caminando a Pichilemu a comprar cosas
para el almuerzo. No sé si hicimos los experimentos, pero leímos y discutimos.
Era sábado y a eso de las 8 de la noche, casi oscurecía afuera, el Mota nos
dijo que conocía un lugar pa ir a tomarse unas maltas con harina tostada,
alguna chorrillana loca, etcétera. Había que caminar una hora entera, pero nos
fuimos fumando y pasamos a tomar unas latas de morenita en la playa. Así
conversando, apareció Clotilde. Estaba sentada en una escalera, con un cabro
bien simpático que la hacía reir, y vino a pedirnos un papelillo. Como le
tiramos la talla, la loca se fue a enrolar y volvió con su amigo y con el éste
armao, listo pa quemar. Quemamos. Era buena marihuana, de la zona, cosechada
hace 2 meses y bien curada. La Clotilde era encantadora y trataba a su amigo
como quien trata a una persona secundona, pero con respeto. Más bien él la
secundaba demasiado en todo y ella intentaba, por así decirlo, sacárselo
moralmente de encima. Por ejemplo: ella estaba contando una historia corta
acerca de lo buena que era su hermana, y el secundón la secundaba con frases
como “es muy buena persona ella” dirigidas hacia mí o hacia el Mota, y con un
gesto como de estar revelando una infidencia. La Clotilde no se burlaba de él
pero sí le daba un poco de vergüenza.
Ellos venían con un six-pack y seguimos en
la playa una media hora más. Nos fumamos uno de esos pitos explosivos de estar
semiborracho: la conversación estalló, había cierto éxtasis en el aire, la
gente hablaba a gritos, la alegría salía como luz por piel. En esa estábamos
cuando la Clotilde contaba su historia y yo trataba de abrazarla. “Yo sé que
trabajo pa la clase dominante pero por lo menos hago una pega que me gusta, que
inventé yo, que la armé solita y que da pa mantener a mi hijo, pa parar la olla
y pa carretiar cuando quiera, no tengo jefe y me encanta no tener jefe porque
cuando tenía no podía nada más que odiarlo, aunque odiaba a todo el mundo en esa
época de mi vida, esa época de cuando tenía jefes, ahora que tengo clientes en
vez de jefes soy mucho más feliz, pero sé que no estoy cambiando nada con esta
pega, igual soy un numerito dentro de la economía regional y eso es todo,
tampoco aspiro a más que eso con el negocio…”, y así seguía un rato, tirando
las ideas, una tras otra, papapá papapá. La cosa es que vivía en Pichilemu
desde hacía 5 años aprox. y había hecho un negocio con un capital semilla, un
fondo concursable del Estado. El negocio es una fábrica artesanal de yogures.
La especialidad de la fábrica son yogures con sabores extraños, como el yogur
de queso azul o el yogur de salame al limón, eran yogures gourmet y sólo
pensados para un público muy específico: vendía casi todos sus productos a un
restorán de “comida molecular” ubicado en la comuna de vitacura. Los yogures de
sabores normales los vendía en las ferias de Pichilemu, rotulados como
YogurArtesanalLaClotilda, a un precio 10 veces menor.
El amigo de la Clotilde se llamaba
Eugenio. Estuvo un buen rato secundándola y después se puso a conversar por sí
mismo, cuando el Mota logró irse a comprar más cerveza de la mano con la
Clotilde. A mí me dio un poco de envidia, pero me entretuve con la historia de
Eugenio, que resultó ser ingeniero en tránsito de alguna universidad privada y
trabajaba en una especie de departamento de innovaciones del ministerio de
transporte y telecomunicaciones, un trabajo -se defendía él- totalmente
técnico, que no tenía nada o muy poco que ver con el gobierno de turno. Él
mismo se reía de lo fome que era su pega. Contó que venía a ver a la Clotilde
cada dos o tres semanas.
Buenos pa fumar los cabros y mi compare
Mota volvió con uno enrolao y volvió a estallar toda la hueá, se empezaron a
urdir planes, a planificar conspiraciones, se argumentaba acerca de cuál
trendría que ser hoy por hoy la propuesta del anarcoprimitivismo, se buscaban
soluciones prácticas para problemas cotidianos del tránsito pichilemino, se
recorrían vía relato oral algunas ferias libres, o se invadía la conversación
con un canto primitivo que salía del alma y decía "é ó é ó é ó é ó é ó é ó
¡dime qué pasóooo! ¡Nooooo, no pasa náaaaa! é ó é ó é ó é ó", y bailamos
bailamos bailamos hasta que el Eugenio y el falso primo se metieron al agua
(pleno invierno) y, en medio de las olas, por lo menos, se sobajearon.
Yo había ido a pasar un buen fin de semana
en la casa del Mota en Pichilemu y resultó mejor de lo que pensaba. Le agradecí
después especialmente al falso primo por prestarme la tablet, en la que leí La
llamada de la selva (en esa traducción el título era El llamado de lo salvaje)
en exactamente tres horas y trece minutos, y en la que además, recordé más
tarde, tuve la oportunidad de observar algunos cortos porno junto a Clotilde,
que durmió en mi cama. Se despertó sin saber bien dónde estaba y se quiso ir
inmediatamente, yo le fui a buscar un vaso de agua, pero me tenía como
desconfianza, no me pescaba. Se fue no más. Al ratito la escuché conversando en
el living y estaban con el Mota uniendo fuerzas, mientras el falso primo les
conversaba. El Mota vino a buscarme pa que fumara y tiramos la talla toda la
mañana. A eso de las dos de la tarde, mientras estábamos cocinando, la Clotilde
se puso a contar que estaba necesitando un par de ayudantes pa la yogurería. El
falso primo prendió y la Clota la explicaba que en realidad lo que a ella le
gustaría es que los cabros inviertan en algunos implementos y se pusieran a
hacer yogur en la casa del Natalio. Con la tremenda y equipada cocina de la
señora Sandoval iban a necesitar invertir en un par de bateas y el resto era
esperar no más, que ella los podía guiar y se repartían la plata de la venta,
una cosa así, más adelante tendrían más tiempo para discutir bien cada detalle
del proceso, lo importante sería empezar a hacer yogur, ojalá, mañana mismo. El
falso primo prendía con agua y se puso a buscar bateas y las fue seleccionando
y mostrándoselas a la Clotilde, que aprobó algunas y les propuso a los cabros
que fueran al día siguiente a hacer yogur con ella pa enseñarles. En eso la
Clota me mira a mí y me dice "y tú, vai mañana?", y le tuve que
revelar mi triste mas no miserable realidad laboral, o sea que le dije que no
podía ir, que al día siguiente -lunes- tenía que estar en la biblioteca a las
9am en pleno centro de Santiago. Ella, contenta y sorprendida de conocer a un
bibliotecólogo, me dijo que cualquier otro fin de semana que fuera a Pichilemu
podía pasar a conocer su microfábrica.
Así que finalmente el falso primo no se
fue conmigo a Santiago como habíamos acordado, pero la Clotilde me acompañó
hasta el terminal. Una hora de caminata y fuimos agarrando confianza. Habíamos
dormido juntos pero yo no sabía bien qué cosa había pasado en esa cama. De a
poquitos, y con ella cada vez más pegadita a mí, fuimos encontrando trozos de
recuerdos. Más ella que yo, aunque yo igual tengo alguna imagen, piensa o
pensamos que el Mota participó del momento en que vimos los cortos porno, y yo
recuerdo perfectamente sus piernas peludas en alguna parte. En un instante
preciso de la caminata se reveló ante mí la imagen de Clotilde jadeando en mi
cara y metiendo su lengua en mi boca, penetrándola yo con alegría, haciendo el
misionero. Revelóse ese recuerdo ante mi mente y ella se pegó tanto a mí que
terminó agarrándose de mi cintura,y caminamos un ratito así y después
alcanzamos a lanzar uno que otro olfateo en el cuello del otro. Ella me decía:
"¿a qué te suena si te digo tangamandapio?", "a una fruta
tropical" le dije. "Podría ser, o también suena a un río o lago, tal
vez, como el tangananica o incluso el tinguiririca". Luego agregó:
"es una ciudad en México, la palabra significa 'tronco podrido que se mantiene
en pie' en algún idioma azteca, es de esas palabras que no tienen traducción al
español, que hay que decir lo que significa, como esa palabra mapuche que
significa 'caerse de un árbol', o como 'friolento', que no tiene traducción al
inglés, y se traduce como 'a person who is especially sensitive to cold weather
and low temperatures'".
Cuando llegamos a Pichilemu éramos
prácticamente una parejita de enamorados, pero me soltó la mano cuando empezó a
encontrarse con gente en la calle. Mientras esperábamos el bus, una espera de
veinte minutos, nos mantuvimos apretaditos y tuve oportunidad de palpar ya con
descaro su cinturita, la parte alta de sus glúteos, hicimos esos excitantes
masajes de manos frotándonoslas contra el cuerpo, por ahí traté de acercar una
mano un poco hacia sus perfectas tetitas y la Clota se puso seria,
inmediatamente después se rió, me dio un empujoncito, me tomó la mano, y me
plantó un beso en la boca, sin lengua. "Ya chao", me dijo,
"vuelve la otra semana", y se fue. Me subí al bus exactamente a las
21:30. Mientras buscaba mi asiento, mi pene erecto rozó varias veces los
respaldos de otros asientos. Una vez sentado, la erección estalló con más
potencia, noté que mi glande estaba no poco lubricado y que mi ropa interior se
humedecía. 20 minutos después, sólo quedaba humedad, y mi mente repetía una y
otra vez la imagen ella jadeando y el olor de su cuello. Cuando íbamos pasando
por Hospital se revelaron ante mí nuevas imágenes de la noche anterior. Sin
erección, subió por mi pecho una alegría incontenible que me cerró los ojos, me
cortó la respiración y me recorrió todo el cuerpo, pasó con fuerza por la
tierra de nadie (dígase: el noesni) y por la planta de los pies, y quedó unos
segundos más flotando por mis clavículas y esternón.
(sigue con la segunda parte)
(sigue con la segunda parte)
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