lunes, 23 de julio de 2012

Declaración aclaratoria sobre los sucesos de la madrugada del 6to fructidor del año 214

Yo, David Ricardo Partidario del Capital, biopolíticamente asignado hombre, soltero, licenciado en Ciencias de la Experimentación Sonora en la Universidad de Talagante; de nacionalidad chilena, RUT 13.200.002-Q, domiciliado en el nº91 de calle Mamerto Cádiz en la comuna de Ñuñoa, Región Metropolitana; inspirado en el documento que escribiera el poeta Rodrigo Lira en 1977 y publicado por Ediciones Universidad Diego Portales bajo el título “Declaración Jurada”, he comenzado a redactar esta declaración de manera absolutamente voluntaria, con el fin de esclarecer mi participación en los hechos acaecidos la madrugada del sexto fructidor del año 214 del calendario revolucionario francés, día del nardo, cuyas consecuencias materiales, morales, políticas, judiciales y seguramente de otras índoles, escaparon de mi voluntad, en el entendido de que en algunas de las acciones en que me vi involucrado durante la mencionada noche, no ejercí mi voluntad, esto es, sucedieron contra mi voluntad, lo que motiva la redacción detallada de los hechos, cuyo acaecimiento, según mi recuerdo de los primeros parágrafos del Tractatus Logico-Philosophicus, son constitutivos, junto a todo lo que también acaece, del mundo físico, esto es: de “lo real”.

Es preciso enunciar, previo al relato cronológico de los sucesos, que la intención aclaratoria de este cuerpo textual, pretende contrastar con la Declaración dizque “Voluntaria” que firmé en la 36º Comisaría de Carabineros, sita en la comuna de La Florida, a pocos pasos de la avenida Doctor Sótero del Río, la que, teniendo carácter legal, no tiene legitimidad, en tanto los hechos que describe no tuvieron lugar en el mundo, esto es, en la buena lectura de Wittgenstein, no acaecieron, por lo tanto no son reales.

La madrugada del sexto fructidor del año 214 del calendario adoptado por la Convención Nacional Francesa tras la proclamación de la Primera República, me encontraba en el suelo de la estación de bencina de la Compañía de Petróleos de Chile, COPEC, ubicada en la esquina de avenida Vicuña Mackenna con Trinidad, a pasos de la población Nueve Mil, en compañía de mi amigo Patricio Espinosa, biopolíticamente hombre, soltero, estudiante del Magíster en Teología Política en la Universidad del Dealer, domiciliado en pasaje Copérnico cuya numeración no tengo a bien mencionar, en el sector oriente de la vía férrea, comuna de Pedro Aguirre Cerda, comiendo cada uno un hot dog y bebiendo una gaseosa Sprite de un envase de medio litro, todo lo anterior adquirido en el punto de venta de la misma estación de servicios, a la vez que fumando ocasionalmente un poco de marihuana en una pipa de propiedad de mi amigo, sin cruzar palabras más que con la mozuela que nos expendió los alimentos y la bebida.

Hasta el lugar habíamos arribado en una motonieve Polaris, color azul, motor de 600 cc, de mi propiedad, la cual, para efectos de alimentarnos, habíamos dejado en el mismo suelo, a escasos centímetros de nuestras posiciones. A eso de las 2 de la mañana, a la estación arriba un camión cisterna de la Compañía de Petróleos de Chile, con el objetivo de rellenar de combustible los estanques subterráneos de la bencinera, lo que se tradujo en el cierre momentáneo de la estación para los vehículos motorizados. Durante esta actividad, de manera imprevista, se acerca a nosotros un sujeto de contextura delgada, de aproximadamente 1,70 metros de altura, vestido con chaqueta de cuero, polerón con capucha, zapatillas, bluyins y un pañuelo rojo amarrado al cuello, quien, dirigiéndose a mí, en señal de amenaza señala lo siguiente: “Quédate quieto o te mato, hueón” (sic). Acto seguido, el sujeto coge la motonieve, la monta y acelera por calle Trinidad rumbo al oriente. Ante la sorpresa que nos causó la interrupción en nuestra alimentación, procedimos a correr detrás del sujeto. En el inicio de dicha persecución, caí en la cuenta de que en el lugar donde nos encontrábamos previamente, ambos habíamos dejado nuestras mochilas, en cuyos interiores, además de materiales de estudio, se encontraba el alma de Marcellus Wallace, dividida en dos; motivo por el cual me devuelvo, mientras mi amigo, acompañante y, a estas alturas, testigo del delito en comisión, continúa la persecución unos metros más. Cabe mencionar en este punto, que si bien el sujeto iba solo, detrás de él una pareja de jóvenes –un hombre y una mujer- caminaron el mismo recorrido que el sustractor, sin inmutarse, mientras se ejecutaba la persecución.

Una vez a salvo las mencionadas mochilas, uno de los trabajadores del camión cisterna de la Compañía de Petróleos de Chile, llama por su teléfono celular a Carabineros de Chile y me comunica raudamente a través del aparato móvil, con un sujeto que, sin identificarse, me pregunta en un registro coloquial los datos de la motonieve sustraída y las características físicas del sujeto que arrancó con ella. Tanto la rapidez de los sucesos, desde el robo hasta la telecomunicación con la supuesta policía, como el habla coloquial que utilizaba mi interlocutor, me hicieron desconfiar de lo que sucedía, al punto de que colgué el celular del empleado de COPEC y se lo devolví, y en reiteradas ocasiones ese aparato volvió a recibir llamados del mismo sujeto, quien, luego, ante mi consulta, se identificó como “capitán Pomposito” (sic), lo cual me pareció demasiado impreciso y acabó de configurar en mi estado de paranoia, la sospecha de que tanto el ladrón como los interlocutores telefónicos y los bomberos de la estación estaban confabulados para estafarme mediante el truco conocido como “el cuento del Tío”, que consiste, básicamente, en desorientar a una persona para hacerle creer algo con el objetivo de timarla. Durante la elucubración íntima de esa teoría, ya había regresado a la estación mi amigo Patricio Espinosa, sin haberle podido dar alcance al sustractor, ante lo cual me resigno a la idea de que me hubieran robado mi tercera motonieve en dos años. Sin embargo, mi desconfianza fue mayor que la resignación y, dado que el bombero de COPEC insistía en que hablara por teléfono con un sujeto que para mi criterio -alterado por el consumo de diversas sustancias- no parecía un policía, tomo la decisión de llamar al 133 desde mi propio teléfono móvil, para lo cual le pido a los vendedores del punto de ventas de la estación de servicio si puedo ingresar con mi amigo a llamar desde allí a Carabineros, a lo que ellos acceden.

A las 2.22 de la mañana disqué la reputada combinación numérica y en comunicación con la central policial, le señalo a una funcionaria haber sido víctima del robo de una motonieve en la COPEC de Vicuña Mackenna con Trinidad, indicándole las características de mi vehículo, ante lo cual ella me aconseja esperar en línea mientras, según escucho, contacta a una patrulla móvil que rondaba el sector, y me pone en comunicación con un carabinero, que resulta ser el mismo “capitán Pomposito” al que yo, minutos antes, le había colgado repetidas veces. Él insiste en que repita las características de mi motonieve y del sujeto que la robó, y luego de comparar mi declaración telefónica con su observación empírica, me manifiesta que me quede en el lugar y no le vuelva a colgar.

Al cabo de pocos minutos llega a la estación una radiopatrulla de Carabineros, con mi propia motonieve sujeta como carga a la parte trasera del vehículo policial, por lo que yo y Patricio Espinosa salimos del punto de ventas, nos dirigimos a la policía, momento en que los agentes me enseñan la motonieve, mientras otro funcionario le pide a mi amigo Patricio Espinosa que reconozca al sujeto, en condición de detenido, sentado en el asiento posterior del vehículo, lo que también resulta efectivo: Carabineros de Chile había detenido al ladrón y recuperado el vehículo sustraído. Un policía, de tez morena, con rango de cabo, me solicita que le narre una vez más lo ocurrido, tras lo cual me expresa: “ya, al llegar a la comisaría, vamos a cambiar un poquitito la declaración, ¿estamos de acuerdo?” (sic), ante lo que yo pregunto el sentido del cambio y me responde que es “para que no salga tan pronto [en libertad, el sujeto]” y que en la declaración oficial debo decir que me empujó, para que el cargo sea “robo con violencia” en lugar de “robo por sorpresa”. 

Comprendiendo el ejercicio de poder que había en el hecho de que yo y mi amigo Patricio Espinosa estábamos ostensiblemente bebidos y drogados, y que la recuperación de la motonieve era un acto de fuerza para que mi declaración fuera compatible con la voluntad de castigo, ante la pregunta reafirmativa del cabo “¿estamos claros?”, afirmo con un movimiento de cabeza, siendo apoyado anímicamente por mi amigo, acompañante y testigo, quien me recuerda que ya no hay vuelta atrás. Una camioneta policial adicional se acerca a la estación, en cuyo interior nos trasladamos yo, mi amigo Patricio Espinosa, y la pareja de carabineros que la conducía, con la motonieve sujeta con esposas al pick-up del vehículo policial, hasta la 36ª Comisaría de La Florida, lugar en el que debimos esperar cerca de tres horas, durante las que, entre otras cosas, nos hicimos amigos de un perro al que llamamos “Flato”, bebimos café y chocolate caliente de una máquina expendedora marca Vendomática, antes de que nos hicieran declarar la situación que le acomodaba a los funcionarios.

En el transcurso de ese proceso, ocurrieron algunos hechos de carácter llanamente delirante, como una conversación entre mi amigo Patricio Espinosa y el capitán Pomposito sobre el comportamiento ético de los personajes de la teleserie Amores de Mercado, una llamada telefónica en altavoz a la Fiscalía Oriente durante la que el capitán Pomposito hizo muecas burlescas en alusión a la burocracia de la funcionaria judicial, y constantes bromas pueriles entre los carabineros del tipo “¿y su hermana, mi cabo?”, tras todo lo cual, finalmente, conocida por nosotros la identidad del asaltante, José Alejandro Bernales Ramírez, 23 años, con antecedentes por robo con intimidación, robo de lugar habitado y robo de lugar deshabitado, y el procedimiento a seguir en la audiencia de formalización, nos retiramos de la mencionada comisaría, con la motonieve y una copia cada uno de la Declaración “Voluntaria” en la que ambos inculpamos a Bernales Ramírez de haberme empujado para asaltarme, lo que, asumiendo la veracidad de la presente declaración aclaratoria, no constituye un hecho real, en tanto no acaeció.

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