miércoles, 1 de agosto de 2012

San Ignacio. (31 de julio)



Y el micrero culiao de puro pesao no me paró en el metro Parque Riquelme, y cuando no te paran por ahí la micro sigue caleta de rato más, dejándote a la chucha varias cuadras mas allá, pero cuadras difíciles de calcular, porque son curvas no rectas.  Entonces me bajo en la Avenida Degolladero y camino un poco enchuchado por la mala onda del micrero. Voy caminando y un par de cuadras más allá me encuentro con un Homeless. Me dice: “vamos caminando hasta San Ignacio yo voy para allá”; bueno le dije yo también voy para allá. –me dio su nombre completo y yo le respondí con el mío, ahora solo me acuerdo que se llama Marcos tenía como unos 50 años, pero es difícil calcularlo puede que sea mucho más joven y que la calle lo avejentara. Tenía el pelo hasta un poco más allá de los hombros con unas rastas gruesas, negras, una parca azulmarino como de colegio, unos pantalones rotos, zapatillas y un saco lleno de quizás que tontera. Llevaba las manos llenas con cachureos como la botella que se le calló y yo le recogí rogando que no tuviera pichi dentro de ella. Su barba era larga negra con unas pocas canas, los ojos cafés y las arrugas que se le notaban más por el piñén. El loco me contaba historias de cosas que pasaban por dónde íbamos caminando, donde dormían otros cabros (vagabundos) o quienes vivían o habían vivido por esas casas, muy preocupado por los detalles geográficos, aunque no soy capaz de reproducir esas historias, que en realidad no tenían sentido.  Hablaba de unos tíos a los que les pidió comida, de que el parque Riquelme estaba lleno de guardias con chaquetas reflectantes amarillas y perros, me dijo que lo acompañara a un jardinera de esas que separan la calle, que tenía que hacer algo.


De repente caminaba por la calle, yo le decía que se subiera a la vereda y el loco decía que bueno, pero seguía caminando por la calle hasta que automovilistas furiosos le tocaban la bocina, desviándome un par de cuadras lo acompañe hasta el bandeja, yo pensé que se iba a acostar ahí, pero no. Metió la mano en un oyó inundado entre el pasto, yo pensé que iba a tomar agua, pero no.  Me dice que me corra un poco para que no me moje y  sale un chorro de agua desde un dispensador, pero se aprovecha de lavar las manos.   Me cuenta varias historias más, inconexas todas, de personas a las que siempre nombraba con sus nombres completos, a veces me decía; “me comprende” y yo le decía que si, me preguntaba si entendía o me acordaba y yo siempre le contestaba y a veces lo miraba a los ojos y me decía que si entendía y yo respondía si, a veces hacíamos eso como cinco veces, comprobando canal el resultado era un poco musical. Entre las cosas más o menos coherentes, o lo que creí entender, me contó que lo habían llevado preso en Los Andes por marihuanero que  antes era marihuanero, pero ya no. Me preguntó si yo conocía Los Andes y le dije que sí, me dijo que lo pillaron con 32 kilos, pero que los tiras amigos  siempre fueron amables con él a pesar que le pusieron cadenas en los pies.  Me decía que la cárcel estaba al lado del Jumbo, me preguntó si lo conocía, yo la única vez que estuve en ese jumbo me robé un libro y se lo regalé a una amiga en el estacionamiento saludé muy a lo lejos a un loco que estaba en la cárcel asomado por la ventana cual mono en zoológico, muy a lo lejos el loco saludaba y yo le repondría con el mismo gesto de la mano, sería cautico que fuera este mismo loco, pero no hay forma de saberlo. Me conto también que la gente era tonta que creía que andaban personas adiestrando culebras, pensaban que eso era obra del demonio y que no por que el demonio hace otras cosas. Luego me hablaba del infierno y que no había que irse a allá, que por eso tenemos que ser buenos, me hablaba mucho de la biblia, nunca con sentido alguno, a veces yo le respondía con obviedades, como afirmar que de quienes hablaban eran valdivianos, cuando antes me decía que venían de Valdivia, pero para que supiera que lo estaba escuchando, cuando me hablaba de Jesús o el diablo (siempre más hablaba del diablo) yo le preguntaba si eso salía en la biblia y me afirmaba con entusiasmo que sí.  



Ya caminando un rato en la calle San Ignacio nos encontramos con un árbol quemándose, le avisamos a un gil que estaba afuera de unos departamentos del asunto, se asustó o sorprendió porque le hablaba el vagabundo. El tarado dijo que si el problema estaba afuera daba lo mismo que no era su asunto, espero que se le hubiesen quemado los cables de la luz, por no hacer nada. Cuando pasamos por el árbol notamos que habían quemado varios basureros municipales que ya estaban apunto de haberse consumido por completo y las llamas eran más altas que yo. Marcos me dijo que esos eran terroristas y que eran culpables, que aunque dijeran que no, si los pillaban se les notaba la culpa en la cara. Seguimos caminando y cada cierto tiempo yo miraba hacia atrás para ver el árbol, deje de verlo cuando ya estaba lejos muy lejos, pero nunca note que se apagara el fuego, el resto de la conversación es súper poco importante o pude recordar muy poco de lo que me decía, nada muy coherente que se encontró unos zapatos y que un caballero se los arreglaba gratis, en un momento recogió un fierro y dijo que lo usaba de escuadra, en un momento se paró a mear y me seria hablando y mirando mientras me contaba algo del conserje del edificio grande del frente, el edificio alto de más de 20 pisos que en la azotea no tenía nada. Cuando llegue a la casa de mi  amigo me despedí, el Marcos se despidió también y me dijo que consiguiera una biblia y que nos viéramos al otro día a las 11, se fue muy convencido de que nos juntaríamos que ese día seria San Ignacio.  Empecé a escribir esto a las 11:15 del “otro día” y terminé a las 3:00 am (correcciones incluidas) lejos muy lejos de la calle San Ignacio.


SALMOS
LIBRO V  107:40 El esparce menosprecio sobre los príncipes,
Y les hace andar perdidos, vagabundos y sin camino.

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