Al Joao Gilberto lo conocí mientras soñaba con un alucinante
viaje a la amazonia ecuatoriana. Nosotros (no sé quiénes éramos nosotros)
íbamos arriba de un tren bala cuya velocidad máxima eran 315 kilómetros por
hora, y que se desplazaba por una pasarela que estaba, calculo, a uno 15 metros
de altura. A través de las ventanas se veía un río amazónico de aguas
traslúcidas, bajo cuya superficie se dejaban observar ballenatos, orcas, y
delfines que nos sacaban gritos alegría y sorpresa a cada momento.
Goro godó / goro godo goró / gere gedé / gere gede geré.
De pronto, como si las cosas fueran así de fáciles, el tren
bala se transformó en un puente colgante de precaria estabilidad, y Joao
Gilberto nos daba una charla acerca de los animales de la selva. Decía que en
la amazonia ecuatoriana hay animales que no se pueden ver en ninguna otra parte
de la amazonia, como el loro ballena, que se paraba en una de las cuerdas de
cáñamo que servían como baranda en el puente colgante, dándonos la espalda,
diciendo poemas en portugués en honor a Joao. Las patas agarradas a la cuerda,
el pico chato, los ojos cambiando de color, tatuajes negros y rojos en las
plumas verdes y amarillas.
O amor encontrará ouvindo esta canção, alguém compreenderá
seu coração.
A veces Joao nos gritaba “¡mirad!”, y apuntaba al cielo o al
agua o a la vegetación y nos mostraba un animal y hablaba de él o ella,
haciendo siempre hincapié en el género de cada especie. El Martín pescador
junto a su pareja hembra (“Martina pescadora” dijo Joao), de medio metro desde
el pico hasta la última pluma de la cola, volaron como siguiendo el dedo del
brasileño, se detuvieron en el aire como flotando sobre un charco donde
parecían moverse unos pirgüines, y se lanzaron en picada como si no fuera una
estupidez. Quedaron ambos picos enterrados en el barro, la poca agua que había
se desvaneció en el aire y los pobres martines tuvieron que aletear patas
arriba hasta sacar la cabeza embarrada.
É o meu Brasil Brasileiro, terra de samba e pandeiro.
El puente debía medir unos 400
metros de largo, debía tener unas 2500 tablas, y en su construcción se debían
haber usado unos 4 kilómetros de cuerda en total, con nudos y todo. La parte
más baja estaba a unos escasos 90 centímetros del suelo. Joao nos dijo que
bajáramos a ver las ballenas. Lo seguimos a unos 40 metros del puente. Nos
encontramos con un agujero difícilmente circular, de unos 100 metros de
diámetro, lleno de agua hasta el tope, agua clara como la transparencia del
aire. Bajo la superficie, el hoyo era una esfera enorme, de tal vez 1,2
kilómetros de profundidad y diámetro. Joao nos explicó que ahí adentro vivían
entre 1000 y 1500 ballenas, entre cachalotes, orcas, ballenatos y delfines
amazónicos. Me llené de vértigo cuando lo vi lanzarse al agua. Navegó cual
submarino como si fuera amigo de los cetáceos. Parecía que les conversara. Durante
un instante de unos 10 minutos el cuerpo de Joao se fue convirtiendo en
ballena, hasta que no pudimos diferenciarlo de las demás.
Va váaaa, vara vara varabá va,
vara vara varabá va, vara vara varabá va. No báaaa, vara vara varabá va, vara
vara varabá va, vara vara varaba víiiii, varabara varaba víiiii, varabara vara
víiii, varabara vara víiii, vara vara varabá varabá varabá…
The JOÃO GILBERTO Power...! Abraços.
ResponderEliminarCarlos Anglada / odeon14360 / Bossa Nova Clube
http://www.bossanovaclube.blogspot.com