domingo, 22 de julio de 2012

La cosa va así: un grupo de vendedores ambulantes está con sus productos afuera del metro Santa Lucía, en la calle San Isidro, unos pocos metros al sur de la Alameda. Tienen los productos puestos sobre paños adaptados ingeniosamente para poder tomarlos por las puntas y guardar sus cosas casi instantáneamente, pudiendo irse pasando desapercibidos. Como llueve, algunos vendedores ofrecen paraguas malos por la módica suma de mil pesos, y mucha gente los compra, pensando tal vez en usarlos sólo un par de veces y sabiendo que rápidamente van a dejar de funcionar, pero llueve y la opción es mojarse o comprar el paraguas. Los demás vendedores están debajo de unos techos donde no llega el agua, venden sus productos, conversan entre ellos, se fuman su cigarro, la gente compra cosas que necesita, los vendedores jamás se van a hacer millonarios con ese negocio, ni parecen estar molestando a nadie. Mucha gente pasa mirando los productos y algunos se quedan mirando alguno, puede que lo compren o no, pero es interesante ir por la calle y ver productos útiles y necesarios a precios bajos. El libremercado.
De pronto por la calle Alonso Ovalle aparece un vehículo, una camioneta, digamos, de hace unos 10 años, que se nota que ha estado largas temporadas en servicio activo. La mitad de abajo de la camioneta es verde y la mitad de arriba es blanca. Con su aparición los vendedores se ponen alerta, algunas mujeres casi toman sus paños del suelo, pero la camioneta sigue lejos. El conductor estaciona el automóvil en la calle San Isidro, a unos 100 metros del comercio, pero nadie se baja. Pasa uno o dos minutos así. Los vendedores siguen vendiendo pero con un ojo puesto en la camioneta. Al rato, de un momento a otro, el conductor acelera a toda velocidad, en esa camioneta cuyo motor ya viejo suena fuerte, en dirección directa hacia los comerciantes. Éstos salen corriendo, cada uno por su lado, a algunos se les caen productos pero siguen corriendo. Algunas mujeres ríen mientras corren. Un hombre vocifera un insulto para el conductor. La camioneta sigue acelerando. Aunque esa calle no sale a la Alameda, se acaba un poco antes, avanza directamente como si quisiera chocar. Un poco antes del accidente frena en seco y por un instante el conductor pierde el control del vehículo, pero es hábil y lo retoma rápidamente. En su cara de unos 50 años se ve una amplia sonrisa, él se ve satisfecho. Incluso da un pequeño bocinazo como para terminar de ahuyentar a los comerciantes.
Puta policía y la conchetumare.

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