BarbaPloma
Es evidente que no puedo decir si lo que sigue es verdad o no, porque son los blah blah blah interminables, las mentiras que los marineros chilenos van tirando sin parar, pero aquí en el B/T Ímpetu escuché a un tripulante relatar la siguiente historia acerca de un primo de él suyo, vosotros juzgaréis si es creíble o no.
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Evaristo Castro había sido dado a luz en Vicuña el año 1989... para el 2009 se dedicaba a realizar trabajos esporádicos en la caleta de pescadores de Coquimbo: a veces reparaba redes de los barcos de pesca artesanal, a veces le solicitaban procesar pescado fresco, destripar y filetear pescada, albacora, tiburones, jibias, de vez en cuando pasaba un día entero abriendo mariscos, incluso tenía que cargar cientos de cajas de un lugar a otro, por ejemplo, en la misma caleta, armaba las cajas de pescada fresca y las transportaba una por una, a hombro descubierto, hacia el interior de un container refrigerado que luego un camión llevaría al puerto, para ser embarcado rumbo a los Estados Unidos, o bien a España, a Evaristo nunca le podría interesar el destino, trabajaba todo el día sin parar para recibir poco más que propinas, con las que arrendaba una casita en la península de La Herradura, subarrendando una pieza de su casita a otros hombres que hacían trabajos esporádicos en la metrópoli, como él, o como era el caso de Bartho Roberts, muchacho de ascendencia inglesa pero caído en la pobreza hace generaciones, quien, pese a su aspecto, a sus ojos azules y su rubia aunque oscurecida cabellera, no podía encontrar un trabajo que le reportara ingresos adecuados, no podía ahorrar, ni siquiera comer como le gustaría todos los días, pero sí que les alcanzaba para algunas cervezas, de vez en cuando incluso un barril, que ponían en el living, cincuenta litros de cerveza que duraban hasta una semana, con sus grupos de gente, sus amigos, todo lo que les gustaba llamar "la buena vida", entre el jolgorio y las borracheras fumaban algo de vez en cuando, sólo si aparecía, nunca tabaco, hasta que un día llega Bartho y le dice a Evaristo que va a cambiar de vida: mañana, dijo, empiezo a trabajar en un barco pirata.
Y en efecto, quienes han visitado la metrópoli coquimbanoserenense, habrán avistado el barco pirata que vende regularmente viajes de turismo por la bahía, competencia directa del catamarán "Reina Marta" que transporta turistas a la "piedra de los pingüinos" (se avista siempre al de humboldt y de vez en cuando al magallánico), barco pirata, como digo, novedoso e impresionante porque navega a vela, sin motor (aunque cuenta con uno), cual barco pirata del siglo 17 asaltando el Caribe, construído en la ensenada del río Maule a principios de los '90 a base de madera de guayacán, inscrito en la Dirección General de Territorio Marítimo como "velero", donde Bartho se empleó en la plaza de ayudante del capitán, don Rolando, como se hacía llamar, experto navegante según sus propias palabras, con una decena de años de experiencia, ganador de regatas en Viña del Mar, Abu Dhabi y Miami, conocedor, es innegable, de las mareas, de la transparencia del agua, de los nombres de las nubes, de las lunas, del efecto de los eclipses en la mar, de los vientos, en realidad muy amable y hasta simpático, aunque siempre con su tono de patrón, patrón de fundo o de patrón de nave, de "pepe pato", solicitando a Bartho desde el primer día prestar mucha atención, le pedía que escuchara atentamente, que aprendiera todo lo que pudiera, por que él, Bartho, con sus ojos azules y su cabellera rubia aunque "oscurecida por la mezcla racial" tenía mucho que aprender ahí, tenía muchas capacidades, se le notaba en la mirada que no era "cualquier hueá", que era "un hueón capaz de aprender" porque "los ingleses siempre han sido muy estudiosos" y sobre todo porque "Los Ingleses son losmejores navegantes de la historia". Aunque a Roberts, como le gustaba al capitán tratarle por el apellido, el asunto en principio le interesaba poco, tenía el pensamiento mejor enfocado en el rancho diario y en el sueldo mensual, en la cerveza budweiser, en el barrio inglés, en la vida nocturna, aunque nunca se había sentido cercano a ningún campo de estudio, aunque no tenía ninguna especialidad acreditada por instituciones educativas, de tanto insistir el capitán, decía Roberts a Evaristo, a las pocas semanas ya entendía bastante bien lo que había que entender, podía surcar la bahía a bordo del BarbaPloma de forma segura, timonear sin abordar otras embarcaciones, seguir los viento sin vararse en el único banco de arena de la zona, mantener la posición sin colisionar contra los roqueríos de la "cueva del pirata", pasar el día entero sin ponerse nervioso por el sube y baja incesante que lo mareó sólo el primer día, ante lo cual, por recomendación del capitán, no tomó siquiera una "pastillita mágica" para el mareo, pues, en palabras de Don Rolando, "esas pastillas son hueás de maricones".
Evaristo estaba haciéndose conocido en la caleta como "el novio del chiporro del capitán Rolando", y aunque la expresión chiporro para referirse a un aprendiz náutico le parecía incluso cariñosa, por lo que contaba Bartho, ser "el novio" de alguien significaba constantes burlas, además del hecho de que él se estaba haciendo conocido como "el maricón de la caleta" mientras Bartho se hacía conocido como navegante, o sea estaba "saliendo adelante", había encontrado un nicho donde desempeñarse laboralmente, estaba demostrando ser bueno para algo, tan bueno que el capitán lo había ayudado con la tramitación de una licencia de patrón de nave menor, título otorgado por la Capitanía de Puerto, cosa que celebraron, sin el capitán, al principio sólo Bartho y Evaristo, en su casita de la península compraron cerveza Corona, llegaron los conocidos del barrio con sus respectivos canutos, que se fumaron en una fumatón alucinada, de esas de inventar historias y de decirse la verdad, en la que Bartho locucionó con ganas, soltó la sin hueso, dijo que todo iba bien para él, que todo parecía ir bien encaminado, pero habían pasado dos meses y medio desde que trabaja para el capitán, dos meses y medio navegando a diario en el BarbaPloma, dos meses y medio en los que había recibido dos veces el sueldo mínimo y nada más, ni un peso más, doscientos cuarenta y cinco mil pesos cerrados, pagando isapre y fondo de pensiones, seguro de cesantía, las comisiones correspondientes a las tres entidades que administraban esas platas también las había pagado, de forma obligatoria, claro, con lo que, a fin de cuentas, todavía no podía ahorrar, todavía no podía comer como quería comer todos los días, todavía no iba a estar siquiera cerca de cumplir su sueño de comprarse una moto, de ir a ver a su mamá en Illapel a bordo de su propia moto, o por último a bordo de un bus, que la plata no le alcanzaba para nada pero que todo parecía ir bien, todo parecía ir bien pero ¿hacia dónde? ¿Estaba comenzando una carrera, una nueva vida? Se esforzaba todos los días por ser un buen trabajador pero ¿de qué servía? ¿Cuánto tiempo más iba a tener que esforzarse? ¿Cuándo iba a poder cosechar las ganancias del esfuerzo? ¿Algún día? ¿Nunca? ¿O era esto la cosecha? ¿No sería mejor seguir como Evaristo, haciendo lo mínimo y viviendo con más calma, sin que nadie espere nada de mí? ¿Sería mejor? ¿Sería más fácil? Y finalmente, ¿hay algo que pueda hacer, se preguntaba Bartho frente a la mirada sorprendida de Evaristo, de los amigos, para sacarle ganancias a esto? ¿Cómo hacemos, Evito, le decía a Evaristo, Evito, cómo hacemos para apurar el proceso? ¿Cómo hacemos para dar un golpe bien dado y salir de toda esta mierda?
Querían dar un golpe pero todavía no sabían cuál, eso andaba diciendo Bartho por el embarcadero, que ya iban a dar un golpe, que iban a ganar plata, pero todavía no sabía dónde ni cuándo, sólo sabía que todos los días, de martes a domingo, tenía que apersonarse en el muelle para abordar el BarbaPloma junto a su capitán Rolando, que las noches despejadas había de quedarse a estudiar las estrellas con el capitán, a reconocer las constelaciones, esperar el ocaso náutico, el ocaso civil, calcular distancias logarítmicas, azimuts, usar por fin, tras meses viendo al capitán hacerlo, tomar en sus manos y manipular por fin el astrolabio, medir el ángulo de la luna con el sextante, observar Marte, Alfa Centauro, la Cruz del Sur, el cinturón de Orión, mediciones y avistajes que, pensaba Bartho en todo caso, no servían para nada, que nunca había entendido para qué tanta conjetura, tanta suposición, si siempre hacían el mismo recorrido desde la caleta hasta la "Cueva del Pirata", no había para qué observar los astros, ni la luna, excepto que pase algo impredecible, decía el capitán, cualquier día puede suceder lo inesperado, como el sábado 27 de febrero de 2010, cuando sonó el teléfono de Bartho a las 4 de la mañana casi, con la voz del capitán al otro lado, desesperado gritando que venía un maremoto, una gran ola que iba a destruir su navío, su bergatín, su velero, que por favor lo ayudara, que se fuera corriendo al embarcadero, era necesaria "la máxima velocidad de reacción posible", a lo que Bartho, buen empleado, accedió, salió inmediatamente de la fiesta, apenas de despidió de Evaristo, corrió las 17 cuadras que lo separaban de su fuente laboral y se encontró con el capitán en el portalón instándolo inmediatamente a soltar las amarras, poniendo al instante la nave rumbo "weste", como decía el capitán, directo al "weste" para encontarnos con la ola en altamar, para que no pueda azotar la carabela, para salvar al galeón, en esta clarísima noche de luna casi llena, navegando rumbo dos siete cero, dando aviso, eso sí, a la Armada de Chile, a la Capitanía de Puerto, diciéndoles que se quedarían al garete a 10 millas de costa para salvar el pellejo, cosa que hicieron, realmente estuvieron ahí durante el llamado tsunami, estuvieron ahí con la radio encendida escuchando la cooperativa, la biobío, sintieron varias horas después cómo aumentaba el olaje, observaron vía binoculares cómo algunas pequeñas olas golpeaban el puerto de Coquimbo, cómo blanqueaba la costa, pero se quedaron mar adentro comiendo frutas enlatadas, tarros de atún, galletas de agua, se quedaron en el mar esperando que pasara lo peor durante 48 horas, maniobrando permanentemente con las velas para no alejarse demasiado, no acercarse tampoco, mantenerse en la posición, pero no pasó mucho, nunca pasó nada, sólo que finalmente volvieron, navegaron sin complicaciones durante más de una hora rumbo este,cero nueve cero, dando aviso nuevamente a la Capitanía de Puerto, volvían a amarrar, bajándose el marinero Roberts pero el capitán no, él seguiría durmiendo en su camarote unos días más, por si las moscas, siempre atento, cualquier cosa lo llamaba.
Semanas o meses después, qué importa, encontrándose Evaristo en casa con ganas de ir al baño, fue antes a la cocina, se preparó un té, porque le gustaba sentarse en el baño con un té en la mano, y mientras esperaba que la digestión diera curso a la defecación sorbiendo su té cada tanto, recibió una llamada telefónica de Bartho, que se mostraba muy emocionado porque el capitán había decidido emprender un viaje deportivo para competir en una regata en Singapur, para lo que necesitaba un reemplazo, alguien que pudiera quedarse a cargo del buque, ya que el contramaestre de siempre no estaba dispuesto a pernoctar a bordo, así que el capitán había pensado en él, en que Bartho se hiciera cargo del barco pirata durante dos o tres semanas, dependiendo de los resultados de las competiciones podría alargarse incluso por un mes, suponiendo el capitán que el anglodecendiente ya sabía qué hacer en todo momento, conociendo, además, al detalle, cómo manejar la caja chica, cómo recibir el dinero de los turistas, depositarlo al día siguiente en una sucursal de la banca internacional, etcétera, seis meses de preparación eran suficientes, dijo, pero dejando claro asimismo que aunque asumiera el cargo de capitán, el verdarero capitán, que además era el armador, no estaba en condiciones de bonificarlo económicamente con nada más que un víatico diario de 5 mil pesos, para gastos respectivos, además de la comida que había a bordo, conservas de todo tipo, de las que podía disponer a discreción, y, por supuesto, de su sueldo mensual, contratiempo monetarios que Bartho decidió asumir, tomando en cuenta en todo caso que 5mil pesos al día por un mes significaban 150mil pesos a fin de mes, y como iba a ser directamente él quien se haría cargo de la cuadratura del metálico a bordo, podría, tal vez, hacer un pequeño recorte por aquí, otros no tan pequeños por acá, sólo tenía que fijarse en cómo lo hacía el capitán durante los próximos días, cómo funcionaba el movimiento del dinero, vía telefónica Evaristo le recomendó estar muy atento al flujo de caja, finalmente colgaron, y Evaristo procedió a limpiarse la raja mientras se tomaba los últimos sorbos del té.
La primera semana Bartho apenas se asomó por la casa de la península de La Herradura, aunque Evaristo tampoco lo echó en falta: estaba organizando un golpe con un compadre del barrio, un "herradero", el amigo Talo Inostroza, cuyo nombre oficial era Neftalí, bautizado en 1986 en honor al poeta, procedente de Valparaíso, quien aseguraba que podían dar un golpe limpio si contaban con un bote a remo, asaltando un buque petrolero que había amarrado en el puerto de Guayacán, al otro lado de la península, a bordo del cual había computadoras de última generación, tablets, punteros láser profesionales, quesos importados, pero lo que era lo más importante: la caja chica del capitán, paralelepípedo metálico color rojo que contenía, según cálculos del Talo, unos 10 millones de pesos, custodiado por un capitán anciano, de más de 80 años, que sería incapaz de oponer resistencia, operación para la cual contarían con el apoyo de un tripulante del buque, un camarero sin nombre ni apellido, de confianza tanto del capitán como del Talo, que se desempeñaba también en la plaza de marinero, quien dejaría caer la escala, podía facilitar de antemano un plano del buque para que supieran a dónde dirigirse, exigiendo por estos servicios ser recompensado en partes iguales junto a todos los que participasen, no importaba si serían tres, cuatro o cinco personas, todos a partes iguales con la plata de la caja chica, así que Evaristo se entusiasmó, le dijo que sí, que conocía a alguien que sabía navegar, que podría acercarlos al buque sin hacer siquiera un ruido, sin luces, sin extraños, sólo personas de mucha confianza, así que esa misma noche se dirigieron al embarcadero de Coquimbo, haciéndose presentes en la portería a eso de las 21.30, entregando sus carnés de identidad para ingresar al muelle, desde el que saltaron sin previo aviso en la cubierta del BarbaPloma, metiéndose en el camarote para sorpresa de Bartho, quien estaba en ese momento masturbándose, acción que tuvo que interrumpir para recibir a sus amigos.
Tanto interés despertó en Bartho la operación que sugirió la posibilidad de realizarla de forma inmediata, esa misma noche podrían acercarse al buque en la bergatina, rodearían la península en silencio, dejarían la balandra en la oscuridad, él se quedaría a bordo mientras Evaristo y Talo irían en el bote a remo, se apropiarían de lo que se tenían que apropiar, volverían al BarbaPloma navegando tranquilamente para llegar de vuelta al muelle del embarcadero sin percances antes del amanecer, así que el Talo tomó su teléfono celular, llamó al camarero de mar, le dijo que tenía la logística funcionando en tierra, es decir en la costa, amarrados como estaban al otro lado de la península, que si le decía a qué hora aparecerse por el buque llegarían sin falta, puntualmente, tal como habían acordado, es decir, sin armas de fuego ni blancas, nada más que sus cuerpos vestidos de civil a bordo de un bote a remo que tampoco tocaría tierra, pero no era necesario dar más detalles, el camarero no tenía que enterarse de nada más que de lo preciso, acordando aparecer por la banda de estribor del buque a las 2.30, lo que no reportó ninguna complicación para Bartho, que podía hacerse a la mar en cualquier momento, pero aunque a los tres se les aceleraba el pulso del corazón, les aumentaba la presión arterial y rachas de adrenalina se incluían en sus torrentes sanguíneos pensando en las acciones a acometer esa noche, supieron mantener la calma, prepararon una cena con atún en tarro y cebolla picada, de postre tomaron un tarro de papayas en almíbar para cada uno, incluso Evaristo decidió dormir una hora, para lo cual se acostó en una camita aledaña a la del capitán, despertándose 55 minutos más tarde con ganas de orinar, cosa que salió a hacer por la borda, a popa, justo sobre el único camarote de la nave, notando casi sin querer que al mismo tiempo que él meaba lo hacía el Talo, también a popa pero por estribor, terminando sus evacuaciones de forma simultánea, cosa que celebraron mirándose las caras con una sonrisa mientras cada cual usaba ambas manos para levantar el cierre de su marruecos.
2
Eran las 1.35 cuando estuvieron en el punto más alejado de la costa, dando un rodeo larguísimo para sortear roqueríos, incluyendo el de los pingüinos, en esa noche de oscurana, sin luna, prácticamente a ciegas, guiándose Bartho nada más que por su memoria, luego por el Faro Herradura, sólo un rato, pero más tarde también por las enfilaciones del puerto Guayacán, una luz roja y otra verde que podían ver ya en una sola línea, avanzando discretamente por la oscuridad, oliendo el lamentable hedor de la refinería a la que el buque a asaltar estaba abasteciendo de petróleo crudo, cuando deciden detenerse, girar el pescante para bajar el bote a remo, al que se trepan Evito y el Talo, descendiendo lentamente al giro de la manivela que Bartho movía con paciencia, hasta que tocaron agua, flotaban ya y el Talo remaba, parecían desde el BarbaPloma un par de pescadores, dos sapilongis en un bote en medio de la noche que se acercaban al buque, habrían de llevar remando unos diez minutos cuando Bartho tomó los binoculares viendo a Evaristo mear, por la proa del bote, escondiendo la pichula de la vista del Talo, para terminar y cambiar posiciones rápidamente, procediendo luego el Talo a mear, igualmente, por la proa, en dirección al buque, apuntando la pichula hacia el camarero de mar, que ya se dejaba ver en la cubierta principal, dejaba caer la escala de gato, caminaba tranquilamente de un lado a otro cumpliendo las funciones de su guardia, observando también Bartho desde la carabela que el puente de navegación del buque se mantenía oscuro, ningún movimiento a esa hora de la madrugada, cuando finalmente llegan al barco, ascienden por la escalera, caminan por la cubierta y hacen ingreso al caserío a eso de las 2.33, dejando a Bartho durante ¡demasiados! minutos sin noticias de sus cómplices, nervioso, escudriñando permanentemente vía binoculares, acelerándosele el pulso a cada rato, manteniendo en todo caso la calma, esperando ver qué sucedía, con calma, concentrándose en las observaciones, en la respiración.
Finalmente se deja ver Evaristo, viene con una bolsa de basura en la mano, camina en solitario por la cubierta, tranquilamente, abriéndole el camino al Talo, que viene detrás caminando con una maleta, aparentemente demasiado pesada, sin nadie más en la cubierta caminan hasta la escala, amarran la maleta y la bolsa a una cuerda larga y, mientras Evito baja por la escala, el Talo hace bajar el botín con ayuda de la cuerda, Evo recibe las mercancías en el bote, espera a que el Talo descienda, empiezan a remar inmediatamente, tranquilos, cuando desde el puente de navegación del buque se escucha una sirena estridente, una bocina, una alarma de emergencia, aparece gente por el alerón de estribor con un láser verde, apuntan al bote, gritan, ladrones, están robando, a través de un altoparlante aseguran haber llamado ya a la policía, aparecen nuevos lásers verdes apuntando al bote, que ya se acerca al BarbaPloma, que sigue en la oscuridad pero al que los rayos verdes están ya alcanzando, son por lo menos tres rayos verdes que dibujan la carabela desde el buque, haciendo dudar a Bartho, si retirarse o seguir esperando a los del bote, ganando, de esta parte, siempre la lealtad, siempre el amigo, siempre la buena voluntad, estamos juntos y terminaremos esto juntos, se dice Bartho, pero para cuando el bote toca finalmente el casco del BarbaPloma dos embarcaciones a motor se dejan ver desde la costa, no hay tiempo, grita Bartho a los del bote, no hay tiempo para subir el bote, y les lanza un cabo de vida, una simple cuerda con nudos, mientras prepara el motor fuera de borda, lo hace andar sin dificultades, el barco se pone en movimiento rumbo weste, avanza primero lentamente, desde el timón grita Bartho que se afirmen, que se sostengan, que no los van a encontrar jamás, y se dirige directamente a altamar, en esa noche de oscurana, sin ninguna luz a bordo, sin dar aviso a la Capitanía de Puerto, con dos hombres colgando por la borda, se aleja a 8, a 12 nudos, según calcula Bartho, ya salen de La Herradura cuando Evaristo lanza la bolsa negra sobre la cubierta, el sonido metálico dice que el botín está a bordo, luego aparece el Talo, enfurecido porque perdió la maleta, las tablets, los lásers, como los que siguen intentando darles alcance, sin tanto éxito como las lanchas a motor, que se internan en el mar a menos de dos cables del BarbaPloma, a veces se acercan más, gritan por los altoparlantes que están identificados, que no hay vuelta atrás, pero Bartho está como en un trance, no puede volver, no puede dejarse capturar, se interna cada vez más en el Océano Pacífico, veinte minutos navegando, cuarenta minutos, una hora, una hora y media y las lanchas siguien persiguiéndolos, Evaristo no hace nada, el Talo tampoco, miran para un lado y otro, van a buscar algunas conservas, comen machas, mariscos surtidos, sin limón, directamente del tarro, Bartho se va metiendo las machas una a una en la boca mientras asegura que las lanchas usan bencina y que la bencina no es infinita como su vela, que en algún momento tendrán que desistir en la persecusión pero que él en cualquier momento puede desplegar la vela y navegar durante días, durante semanas, "la autonomía de una bergatina es insuperable", había dicho el capitán Rolando, el fósil podrido nunca va a ganarle, y ciertamente al amanecer, o poco antes, durante el orto náutico, cuando la persecusión llevaba ya dos horas y fracción, cuando Bartho solicita a Evaristo facilitarle el sextante para definir su posición, ven cómo las lanchas, las luces que los persiguen, se van quedando atrás, dan la vuelta para volver a tierra, mientras el sol asoma por el este sin dejarse ver montaña alguna, sin tierra a la vista amanece el BarbaPloma en altamar, con tres hombres jóvenes a bordo, varios centenares de latas de conservas como pertrechos, los aparejos perfectamente engrasados para la navegación, y una caja roja metálica portando la modesta suma de un millón doscientos veinticinco mil pesos chilenos, lo que repartido significaría trescientos doce mil quinientos pesos para cada cual, siempre y cuando el camarero hubiera salido indemne del asalto y estuviera en condiciones de recibir su parte.
Todavía era temprano en la mañana, las lanchas se habían devuelto a tierra hacía una hora muy corta, los tres forajidos se estaban enfrascando en una conversación a todas lúces infértil, cuando desde el este observaron una especie de insecto que se acercaba, un helicóptero de dos hélices, rodeado de pintura verde oscura, a bordo del cual se dejaban ver, por las puertas abiertas, al menos cuatro militares con sus cascos, sus trajes también verdes, uno de los cuales se descolgó de la nave cuando ésta se sostenía sobre el BarbaPloma, descendiendo rápidamente, sin contar en todo caso con la reacción inmediata de Bartho, que giró la vela a un lado y otro, quitándole el espacio para abordar el navío, quedando el militar colgando, obligando al helicóptero a maniobrar durante algunos minutos reintentándolo, para luego alejarse una milla o dos, quedándose a la vista, viendo cómo los piratas tomaban rumbo norte, navegando lentamente rumbo cero cero cero, luego se acercaron de nuevo, se instalaron casi al lado del barquito y a través de un altoparlante gritaron que Evaristo Castro y Neftalí Inostroza estaban plenamente identificados, que de no entregarse en el acto serían sometidos a la justicia militar por encontrarse en una zona bajo la jurisdicción de la Armada, que volvieran a tierra para evitar acciones mayores con el fin de detenerlos, y finalmente que la persona a cargo del buque, un tal Bartho Roberts, había sido ya comunicado del robo y estaba presentando las denuncias correspondientes por la sustracción de objeto náutico, pero Bartho, a bordo, se quedó escondido, les gritaba a los otros dos ¡estos hueones están mintiendo, no tienen idea quién soy yo!, así que Evo y el Talo no hicieron nada, se quedaron mirando a los militares, hicieron algunos gestos como de saludarlos, nada más, hasta que el helicóptero dio la vuelta, volviendo seguramente a tierra, momento que Bartho aprovechó para caer rápidamente a estribor, tomando ahora rumbo sur, uno ocho cero, esperando con esta maniobra despistar a los militares.
"¡Vamos a quedar al garete!" gritó Bartho, amarró la vela, dejó los aparejos trincados, el motor, que tenía medio estanque de bencina, llevaba varias horas parado, luego se subió al palo de proa, donde había uno de los pocos aparatos electrónicos de la nave, la antena del geolocalizador, que fue destruida de golpe con ayuda de un alicate, lanzada de inmediato al agua, bajándose entonces Bartho del palo, asegurando que ya no podrían localizarlos, que no había manera de que los encontraran, navegando, como iban, ahora que alzaba nuevamente la vela, a más de 10 nudos rumbo sur, sería imposible que nadie los encontrara, tenían comida para un mes, pero había un tema impostergable, decía Evaristo, hablaba de la importancia de pensar en un destino, él, que se había metido en esto sin darse ni cuenta, decía, a esa hora ya debería estar en la caleta trabajando, seguramente lo estaban echando de menos, seguramente te echaron ya, le decía el Talo, recordándole que ninguno de ellos portaba su carné de identidad, que seguramente la policía había preguntado por ellos dos entre los pescadores, también al portero del embarcadero, todos sus conocidos en Coquimbo debían estar ya al tanto de lo que había pasado, seguramente, dijo Evaristo, el capitán Rolando ya se había enterado del robo de su nave, pero según los del helicóptero Bartho Roberts estaba poniendo una denuncia, él, como encargado del buque, no era todavía sospechoso del hurto, pero qué importaba, iban a encontrarlo igual, era imposible escaparse, la situación, era evidente, no tenía vuelta atrás, tenían posibilidades claras sólo hacia el futuro, la primera era entregarse a la policía y aceptar un juicio en su contra y todas sus consecuencias, pero ninguno quería pasar una temporada en la penitenciaría, ninguno quería encerrarse, miraban el horizonte, la libertad de los albatros, del petrel, no podían imaginarse encerrados en una celda, teniendo la libertad frente a ellos, tan hermosa la mar y tan evidente la posibilidad de emanciparse para siempre de sus trabajos, incluso de su país, pensó Bartho, irnos para siempre de Chile, les gritó a los otros dos, era la segunda posibilidad, ¡tenemos que irnos para siempre de Chile!, vámonos a Tahiti, a las Islas Marshal, a las Galápagos, a Nueva Zelanda, estaba de nuevo entrando en ese trance, abría los ojos, ponía cara enloquecida, les ordenó entonces hacer un inventario exhaustivo de las provisiones a bordo, ahora sería él el capitán y exigiría que se cumplieran sus mandatos, sus órdenes, sus dictámentes, el Talo bajaría a hacer el inventario mientras Evaristo era sometido a una clase rápida para maniobrar la vela, cómo roncear el aparejo de una banda a la otra para mantener el rumbo uno ocho cero en la brújula, era sencillo, sólo algunos minutos bajo la supervisión del capitán fueron suficientes para que éste sintiera la confianza de irse a su camarote y echarse a dormir, volvería a tomar guardia, dijo, dentro de cuatro horas.
Y así lo hizo, apareció en la cubierta a las 13.00 gritándole a los tripulantes que sacaran los teléfonos móviles de sus bolsillos y los lanzaran inmediatamente al agua, que no podían capturarlos cometiendo un error tan básico, pero Evo negoció, no quería perder el aparato que había salido tan caro, así que resolvieron separar los receptores de sus baterías, dejarlos en el camarote, luego abrir un tarro de espárragos en agua y dos paquetes de galletas de soda para merendar un almuerzo frugal, ocasión que aprovechó el capitán Bartho para dar un discurso acerca de la importancia de mantener el aseo, la limpieza a bordo, "el primer paso de la seguridad es el orden", exigiendo a Evaristo, incluso antes que se acabaran las galletas, que adujara todos los cabos y espías, y al Talo que lampaceara las cubiertas y aclarara todas las superficies, con tanta palabra propia de una nomenclatura náutica desconocida para los ahora tripulantes que tuvieron que pedir explicaciones, a saber, explicó Bartho, adujar significaba simplemente ordenar, mientras que lampacear se refería a fregar el suelo premunido de un lampazo, es decir una mopa, un trapo, así como aclarar quería decir despejar las superficies de elementos propios o impropios dejándolas listas para realizar trabajos en ellas, pero se negaron, estaban cansados y sólo Bartho había dormido, ellos también necesitaban un descanso, dejaron todo tal cual estaba cuando el capitán se había levantado y se fueron a dormir al camarote, excepto que, antes de cruzar la puerta, el uno a babor y el otro a proa, descargaron sus vejillas al unísono por la borda, riéndose ambos, al volver, mientras conversaban de cama a cama antes de caer dormidos, de mear tan coincidentemente durante las últimas 24 horas.
3
¿Continuará?
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