jueves, 31 de agosto de 2017

quirquincho

y yo cabrxs, estaba escuchando a este tripulante que contaba un chiste, en un barcito en Caldera, pero como en el buque hacen exámenes de drogas, yo no había fumado nada hace meses, había pasado limpio dos tests de orina, con dos meses de diferencia... este día, en cambio, el tripulante me andaba tentanto, cachai, me dijo que en Caldera no tenía mano pero sabía pa qué lado moverse, que necesitaba tiempo pa conseguir algo, entonces me mandó a pasear solo, yo tomé un colectivo y fui a avistar aves en Bahía Inglesa, al gaviotín chico seguro, aparentemente a un petrel gigante, más tarde volví a Caldera, iba recorriendo el centro histórico cuando me comuniqué con el tripulante volao -que le decía "mandanga" a los jales (pensó que me refería a eso al minuto de advertirle que yo no fumo porro, "ah, voh le hací a la mandanga", me dijo, y yo le dije que noooo poh que a los verdes no más, no a los café, por ahí parece que me entendió)-, y quedamos de vernos en un bar, donde se sacó un molío seco que parecía paragua pero que según él era la famosa cepa peruana, así que nos fumamos la hueá a escondidas y nos fuimos a otro bar, a uno que queda en una galería del centro, extrañamente abierta a esas horas, bar simplemente equipado con una barra con taburetes en medio de la galería de tiendas comerciales (copias de llaves, fotocopias, trofeos) cerradas, además de una pantalla gigante donde transmitían a todo volumen cumbias andinas, esa música típica peruana con vídeoclips de bajo presupuesto (con todo respeto), y el tripulante, como digo, contaba un chiste, fingía interpretar música en el charango y decía

voh sabí qué son los charangos o no
hay visto uno
sabí o no
sabí de qué los hacen
los hacen con un quirquincho poh weón
cómo te dijera
es como un armadillo
es la caparazón del armadillo
esa es la caja del charango
como la caja de la guitarra
parecida
pero así hacen los charangos
con un quirquincho
ya poh
yo conocí a un weón que hizo un charango con una tortuga
una tortuga de este porte, cachai
poco más grande que un quirquincho
y sabí cómo sonaba el charango hecho con una tortuga weón

y yo cabrxs, toda volá, ay de mí, emocionadísima imaginándome el sangriento proceso de construcción de ese instrumento tan especial, tan único, cómo habrán destripado a la pobre tortuga, dónde la habrán capturado (¿un bote de pescadores?, ¿un buque de pesca de arrastre?), tal vez era un animal críado toda la vida en cautiverio, que no conoció nunca la libertad, o quizá la habían sometido a un proceso cruel para hacerla crecer del tamaño adecuado, o le daban hormonas para que el caparazón tuviera la densidad/dureza adecuadas, me imaginé que daría un sonido más hueco, más profundo, y aunque también surgían muchos otros pensamientos que avanzaban con resolución por esas índoles, llegó el tiempo en que el tripulante, sin una pausa de por medio, remata la talla diciendo:

suena igual, pero más lento, wuuuuaaaa jaaa jaaajaajajajaja

y yo cabrxs, tapao en risa, al tanto de que el efecto de la cuestioncita era potenciado por la tolerancia cero, por un rato pensé decir que dependería mucho de si es una tortuga mediterránea, o la de las galápagos o la gigante pelágica, o alguna otra, pero me reía con tantas ganas que al ratito pude por fin, durante unos 7 u 11 segundos, olvidarme de tantas vueltas que le estaba dando a todo, y dedicarme exclusivamente a disfrutar la existencia, ahí, en medio de la carcajada, sentí que lograba detener el diálogo interno, en un éxtasis con escalofrío y lágrimas, una conexión con lo absoluto donde mi cuerpo se contorsionaba rítmicamente, sin ninguna idea clara en la mente, la sensación de que todo está perfectamente bien, amándolo todo a mi alrededor, lo que es, a fin de cuentas: el único conocimiento verdadero, la única verdad

martes, 29 de agosto de 2017

betaTorino





La idea de escribir lo que me pasó con Beta Torino en el cementerio de Punta Arenas se le ocurrió al Leo cuando le conté, un día que andábamos paseando a los perros con él y la gordita. Ese día no le hice caso, me reí no más y le dije que seguramente en el futuro podría ser interesante o qué sé yo. Había unos farallones minúsculos que usábamos como sillón con vista el estero (que en Punta Arenas llaman río) Las Minas, curso de agua rodeado de piedras,  casi seco en verano, pero donde los perros encontraban cómo bañarse, incluso a veces sumergirse. Era marzo y estaba a punto de terminar el espectáculo del ocaso magallánico.
 
Después volvimos a la casa. Habíamos humanos y perros desparramados por todo el living. Algunos tomábamos té, los caninos comían pellet. Con la gordis compartíamos una casa “al otro lado de la ciudad”, habíamos hecho un sitio para mi mala suerte, y aunque a veces no teníamos muchas ganas de hablar (dormíamos en piezas separadas), conversábamos cada noche, incluso a los gritos, hasta caer dormidas. El Leo nos iba a ver seguido. Salíamos a caminar o nos quedábamos comentando los libros que la biblioteca pública había comprado ese año. Leíamos las entradas del blog del Leo, donde comentaba las películas que Hollywood estrenaba cada semana.

Uno de esos días saltó el Leo con la historia de Evaristo Castro. Si esa tarde hubiera sabido cómo se relacionaban las historias de Beta Torino con las de Evaristo Castro, nos hubiéramos quedado toda la noche conversando. Evaristo Castro, dijo el Leo, es el único magallánico que combatió primero contra Saddam Hussein y después contra el Estado Islámico. La gorda preguntó al tiro si acaso el compañero luchaba por la independencia del Kurdistán, pero resultó ser un vil mercenario contratado por el gobierno estadounidense para proteger sus intereses petroleros en el Levante y la zona de influencia persa. Agregó que ahora este tipo vive en España, que es su tío, que a veces manda fotos o postales vía correo aéreo, y que no usa redes sociales. Toda la familia, dijo el Leo, encuentra que siempre fue un tipo raro. 

El Leo fue mi mejor amigo en Punta Arenas. La gente también dice que él es raro, principalmente porque no le gusta trabajar, pero también porque a sus 45 años vive felizmente junto a su madre, en barrio Dieciocho. De vez en cuando se gana un fondo de cultura, o hace un taller de comunicación popular. Frecuenta las bibliotecas de la ciudad y, como yo estaba fascinado con las historias de Jemmy Button, empezamos a encontrarnos de vez en cuando hasta que un día nos decidimos a saludarnos. Lo primero que recuerdo de él es con qué ímpetu me recomendó leer San Román de la Llanura, novelón de Pavel Oyarzún que leí en dos tiradas.

Yo, recién llegado a Magallanes, todavía no conocía nada. Fue el Leo quien me llevó al teatro municipal, al casino, a las librerías de moda. Íbamos, por ejemplo, al lanzamiento de un libro, pero casi no veíamos el libro saludando a todas las amistades del Leo (él quería que yo “conociera gente”), y con la atención siempre puesta en el cóctel. Con la gordita teníamos otros panoramas: íbamos al humedal con los perros, íbamos a la playa con los perros, nos subíamos a su auto y nos íbamos hasta San Juan con los perros. Con el Leo éramos más citadinos, nos juntábamos a tomar un café en el Mocedade, o nos tomábamos una cerveza en la Split-Dalmacia.

Un día el Leo nos invitó a un evento, según dijo, muy especial. Era en el salón de un hotel principalísimo de Avenida Colón. Incluía el lanzamiento de un libro acerca de un arquitecto de apellido Goich, y aunque el agua de pepino y el brownie de castañas sabían espectaculares, la convocatoria estaba infestada de bacheletistas demócratacristianos. Después nos fuimos a la casa del Leo. En realidad: a la casa de su mamá. Ella nos entretuvo con un kuchen de calafate y té rojo, y fue quien, sin yo mediar provocación alguna, me confidenció nuevos detalles de la vida de Evaristo Castro.

La señora Cleotilde Castro repasó esa noche el anecdotario típico de cuando le preguntan por su hermano mercenario. Sacó fotos y las fue mostrando. Evaristo era un niño y un adolescente normal que aparecía siempre rodeado de un montón de gente. Nunca lo molestaron en el colegio, nunca fue violento. Era una persona normal, aunque rara. Entonces sacó una postal de la catedral de Ruan, recién se acordaba de mostrársela la Leo. La tarjeta, llegada hacía una semana, escrita como es de suponer por Evaristo, provenía de la Francia anglófona e informaba la apertura de una cuenta en la red social Ínstagram. Escrito a mano y precedido de un arroba, daba cuenta de su nombre de usuario.

Así que saqué de mi bolsillo mi Alcatel Pixi4 y, tras solicitar la clave de acceso al WiFi (red: CleoLeo; clave: tortitas), ingresé a la app y busqué @evarscstr. Instintivamente al ver su foto de perfil toqué con mi dedo el botón “seguir”, que se convirtió en un aviso que decía “pendiente”. No era de extrañar, díjeme a mí mismo, que un mercenario utilizara la cuenta protegida, pero no me gustó tampoco la idea de que él supiera que yo quería ver sus fotos. Mejor sería no tener nada que ver con un mercenario, pensé. El Leo a través de su propio teléfono móvil procedió a dejarle una solicitud, y quedamos de avisarle a la señora Cleo de cualquier novedad al respecto.

Iban pasándonos cosas. Yo manejaba un radiotaxi, ganaba entre veinte y treinta lucas al día. La gordita, cansada de su trabajo, estaba postulando a uno mucho mejor remunerado, pero con muchas más responsabilidades y con horarios extenuantes. Íbamos al cerro con los perros los fines de semana, o nos sentábamos en nuestro “sillón” a mirar las nubes en los horarios post-laborales. A veces, tipo 11am, paraba el taxi en la bomba que está frente al monumento al ovejero, y la gordita salía de su trabajo a tomarse un café conmigo en el “puntocopec”. Un día vimos que habían llegado nuevos libro a la colección que esa empresa coedita con “aguas andinas”, se trataba de La Carretera de Cormac McArthy y el clásico de la ciencia ficción 1984. Estábamos hojeándolos cuando me vibra el bolsillo y al tomar el Alcatel Pixi4 con la mano veo que @evartcstr aceptó mi solicitud para seguirlo.

La gorda me dijo que no quería mirar porque no quería ver armas de fuego, ni juegos de azar, ni prostitución, ni desiertos calurosos, ni campos de refugiados. Yo abrí la colección de imágenes igualmente esperando lo peor, pero me encontré, por el contrario, con imágenes de su vida en Galicia, sin personas casi, paisajes de ríos o esteros, una ventana, un espejo, un paseo costero tipo malecón en un día nublado, una vaca de pie al lado de un árbol en un día con neblina. Eran cerca de 60 imágenes y, en casi todas, el cielo estaba nublado, el día tipo abochornado, sin sombras, sin alta definición, los objetos siempre borrosos, grises y pálidos.

No sé por qué me sorprendió tanto su Ínstagram. Me gustaba que fuera algo leve, que las fotos fueran casi azarosas, todo tan difuminado y suave. Esa noche con la gordita jugamos un juego de mesa hasta tarde. Había que formar palabras y se nos iban saliendo las rimas. Nos quedamos dormidas con ella haciendo rimas con mi apellido. Soñé que había un baterista frente a mí. Tocaba la batería con una mano y en la otra tenía un pulverizador de agua, con el que rociaba los platillos haciendo una melodía suave como de Come away with me in the night. Por ahí me queda mirando a los ojos mientras espera el quiebre de la melodía y en el instante de silencio susurra: ¿un poco de jazz?

2· 

Lo de Beta Torino siempre fue algo tan distinto, tan lejano. Una de las primeras actividades que hicimos con la gordita cuando llegué a Punta Arenas fue un encargo de mi padre, quien desde Buin me solicitaba visitar el cementerio de la ciudad para verificar la existencia de la sepultura de su tía Beta, muerta hacía casi un siglo. Yo ya sabía que ella y mi abuela habían sido bautizadas con nombres expresamente no-cristianos, Beta y “Anita”, quienes además tenían otras dos hermanas: Alba y Rocío.

Una vez desde la portería se nos condujo a la oficina de informaciones, expliqué brevemente a la secretaria mi intención de visitar la tumba, y nada más pronunciar el nombre de la descendiente italiana, apareció por una puerta lateral otro funcionario, diciendo que él sabía, que el sepulcro se hallaba en el pabellón Carrera. Beta, explicó ante mis consultas, era un nombre muy especial, siendo la señora Torino la única Beta de todo el cementerio, pintoresca gracia que la ha hecho famosa entre los trabajadores históricos del camposanto.
En la lápida nos encontramos con una botellita de plástico, adornada con flores también plásticas. Ni idea quién o cuándo fueron depositadas, pero no parecían tener más de tres meses o similar. La finada había muerto a los 25 años, en 1935, ¡85 años antes!, y todavía había quién le llevara flores, e incluso otras visitas (como yo con la gordita).

Saliendo a calle Bulnes y encaminándonos hacia la Zona Franca, llamé a mi padre para dar cuenta de las pesquisas. La anécdota no lo sorprendió demasiado, ya que, según me relató, unos treinta años antes, a mediados de los ochenta, su tía Alba, residente en la ciudad de Linares y casada con un terrateniente muy mal agestado, viajó a la capital patagónica por motivos de negocios (del marido), y realizó en el cementerio el mismo ejercicio acabábamos de realizar con la gordita en 2017. Encontró la tumba, eso sí, con flores frescas, y al preguntar en portería quién era la persona que llevaba esas flores, tomando en cuenta que Beta ya era famosa en el cementerio, se le informó que cada domingo iba la misma mujer, acompañada de un niño, seguramente su hijo. Alba dejó entonces una nota con su numeración telefónica del Maule, solicitando a quien le dejaba flores a su hermana comunicarse con ella. A las pocas semanas recibió una llama de Angélica.

Angélica, que para ese entonces contaba con algo así como 50 años, se presentó como la hija de Angélica, quien era la mejor amiga de Beta. La señora Beta, explicó, era muy amiga de su madre, fueron amigas de toda la vida, inseparables desde la infancia. La “tía Beta”, como la llamó, iba a ser casada con un hombre de negocios de la zona, pero sufrió una enfermedad fulminante, sin diagnóstico, y murió antes de la celebración de la boda. Desde entonces Angélica (su madre) había estado dejando flores en su sepultura todas las semanas, y aunque ella era huérfana desde hacía una década, mantenía la costumbre de ir a dejarle flores a la señora Beta, acompañada por su marido e hijo, en un paseo familiar que ya se había vuelto tradicional.

Toda esta historia me iba siendo relatada vía llamada de voz, telecomunicación de primera calidad, pero que a esas alturas iba tornándoseme dificultosa, por cuanto mi atención estaba dividida entre la conversación con mi padre y las condiciones del tránsito, lo que me tenía alerta a otros estímulo, también sonoros. Entendí que Angélica y Alba fueron amigas durante una década, no sólo a través de las llamadas telefónicas, sino también con visitas regulares de la magallánica a la región del Maule, ciudad donde encontró la muerte, tras una enfermedad corta, en 2001.

Estábamos con la gordita llegando a la Zona Franca, a pie desde el cementerio. Acababa de finalizar la llamada con mi papá cuando de pronto se me iluminó la anécdota, la verdadera motivación, el secreto a voces. Le dije a la gordita: Beta Torino era lesbiana.

Concluímos como sigue: Angélica no era su gran amiga sino su gran amor, y Beta, al ser obligada a casarse con un hombre que no amaba ni amaría jamás, murió de pena y desolación, enfermó y se fue al otro mundo. Angélica, quien por su parte igualmente fue casada, eso sí con un chilote, rindió homenaje a Beta hasta su muerte, y, como el amor atraviesa generaciones, la hija de Angélica siguió llevándole flores a Beta, y también, inventábamos cuestiones con la gordita, la nieta y la bisnieta llevaban flores, y nos imaginábamos a la tataranieta llevando flores, en un cementerio ya modernizado, declarándole su amor a Beta, amor cósmico, fuera del tiempo, mágico y poético, amando al amor de su tatarabuela.

Así inventábamos, a veces, cuestiones con la gorda. En el mejor de los casos improvisábamos historias completas, pero sin miedo a aventurarnos con palabras sueltas. Nos rematábamos de la risa pronunciando en inglés británico las advertencias en el espejo retrovisor de su auto, o buscando sinónimos de palabras como achuntarle, piñiñento o acostillao. Desvariábamos en esas índoles con el Leo cuando nos contamos las historias de Beta Torino y de Evaristo Castro.

Pocos meses después tuve que salir arrancando de Punta Arenas, cuando casi no me quedaba plata y el taxi se ponía cada vez más inestable, producto del exceso de kilometraje del Hyundai Elantra. Me tuve que ir porque la línea hacia la quiebra era irreversible, pese al trabajo duro y a la austeridad. Había olvidado que Punta Arenas también es Chile y toda su chilenidad me estaba dando duro en la cara. Dejé al Leo y a la gordita comprometidos a cuidarse mutuamente, a quererse siempre, y saqué mi pasaje pal norte.


Pero tuve que volver. Había pasado seis meses en la zona centro viviendo casi sin dinero cuando conseguí que la Compañía Interoceánica de Vapores me contratara como ayudante de cocina a bordo del buque tanque Ímpetu, que iba de vez en cuando a Punta Arenas. Tomé un bus para llegar una semana antes y aprovechar al máximo mi amistad con la gordi y el Leo. Hicimos montón de panoramas, con y sin perros, indoor y outdoor, hasta que un día me llegaron desde la cara del Leo nuevas ondas sonoras acerca de la existencia de su tío Evaristo, que estaba de visita en Chile y que los próximos días iba a estar en Punta Arenas.

El Leo tiene tremendas ocurrencias. Digo en sentido figurado, porque yo ya sabía quién era,  entonces decir que el compadre es raro, de mi parte, podría ser feo. No quería decirlo tan abiertamente pero el Leo es un tipo bastante especial, diría más precisamente un excéntrico, y esta idea no me vino de la nada. Yo, en realidad, no lo quería aceptar, quería considerarlo como un tipo como cualquier otro, hasta que nos invitó a casa de su mami, a mí y a la gordita (yo alojé con ella esa semana), y nos sentó en la mesa, en lo que más tarde calificamos como una encerrona o quizá como una cita a ciegas, con Evaristo Castro, hombrón de cincuenta y pico años, corte al rape, musculoso, de gesto en todo caso amable, quien esperaba expectante y alegra el pescado frito, famosa especialidad culinaria de la señora Cleotilde, su hermana.

Justo después de decir “les presento a mi tío Evaristo”, el Leo, verán ustedes cómo se comporta, nos apunta con sus índices a mí y a Evaristo y dice: “ustedes son amigos en Ínstagram”. ¡Amigos en Ínstagram, por favor! Entonces el mercenario me sondeó el rostro, me miró de arriba abajo el aspecto general, y dijo que sí, que me recuerda, que recuerda las fotos de los hongos morados y de los perros, igualmente esas casi pornográficas (dijo con una sonrisa) que subí hace unos cinco años, incluso recordó aquella de hace pocos meses donde aparezco con un niño montado sobre los hombros. Qué memoria tiene, con cuánto detalle me ha individualizado. Dijo que supuso que tengo amistad con el Leo porque las solicitudes les llegaron juntas, que no usa ninguna otra red social además de esta y el correo electrónico, ninguna app de mensajería instantánea, que por eso revisa con tanta detención los perfiles de Ínstagram, su única entretención virtual.

Nos íbamos comiendo el congrio frito con ensalada de pepino y yo le iba diciendo a Evaristo que la impresión leve, suave, que me dejaron sus fotografías, distaban mucho con cómo yo imagino que es su trabajo. Claro, dijo él, mi trabajo es como… e hizo un gesto con las manos, como si estuviera sosteniendo ¿un fusil? ¿Una ametralladora? Tuve que respirar hondo para no decirle lo que pienso de sus actividades, se me aceleraba el pulso y me debo haber puesto algo rojo, pero con mucha calma le pregunté que dónde ha trabajado.

Empezó a enlistar una seria de ciudades, me parece que a lo largo de todo el mundo árabe y la ex-URSS. Recuerdo claramente que empezó con Tel-Aviv y terminó con la Trípoli libanesa, mencionando en medio Bakú, Islamabad, Osetia y Kuwait, entre otra decena de nombres impronunciables. Dijo que lo más fácil es llegar a Israel y que desde ahí te destinen a distintas misiones. Si haces el trabajo correctamente, afirmó entusiasmado, no es realmente peligroso, y pagan bien. Dijo que podía darme el dato para trabajar, si quería. Yo no podía creerlo, estaba impactado, pero el Leo y la señora Cleo seguían comiendo como si nada. Sólo la gordita se mostraba tan impresionada como yo.

Así que le dije: y tú, ¿eres magallánico? ¿Naciste acá? Claro, dijo, mi mami y yo siempre fuimos solos. Su padre murió poco después de su nacimiento y los contactos con el mundo militar los hizo gracias a una amistad muy especial de su madre, una señora del norte. Evaristo, al igual que el Leo y la señora Cleo, lanzaba largas confidencias sin provocación alguna. En el regimiento de Talca me hice militar, pero no me conformé. Renuncié para salir de viaje, a trabajar, principalmente de dish washer. Recorrí España el año ’91. Estuve lavando platos en París, Cracovia, Brno, Ljubjana, Zagreb. Crucé el Mediterráneo en el ’96, me instalé dos años en Egipto, después fui a Jerusalén y terminé llegando a Tel-Aviv por el ’98. Conocí gente en el consulado chileno y al poco tiempo estaba trabajando. Como pagan bien, me compré mi casa en Galicia, que es el mejor lugar que conocí en todos mis años recorriendo el mundo.

Yo estaba sorprendidísimo. El tipo contaba su vida como si la recitara de memoria, como si hubiera tenido que dar estas explicaciones muchas veces. Además iba hablando como si yo también pudiera trabajar con él, como si mis preguntas estuvieran enfocadas a que me consiga un empleo en el mundo de la guerra, como invitándome. Hasta que lo consiguió: me vi a mí mismo, en lo que a la luz del tiempo transcurrido desde entonces podría llamar una alucinación, en medio de un caserío en el desierto de Ammán, portado una subametralladora, asesinando principalmente niños y ancianos, cuerpos mutilados en las paredes de barro, pequeños pasajes llenos de sangre. También vi una minúscula y oscura sala de control con gente apretando botones de colores que hacían estallar bombas. Hombres con uniformes militares pilotando remotamente drones, a través de pantallas, que al presionar una botonera especial perdían la señal, es decir: drones-bomba que persiguen gente en barrios pobres de ciudades desérticas.

Entonces la gordita se pone más brígida y le pregunta si acaso sabe contra quiénes disparaba. Evaristo cambió un poco el tono, me pareció que no estaba acostumbrado a que una mujer le pidiera explicaciones. Así que pone su cara más seria, instala encima suyo ese él que repite, como máquina, que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, que la “guerra de Irak” de 2002 previno una “guerra mundial” de consecuencias impredeciblemente catastróficas, que muchos héroes murieron salvando al mundo del terrorismo islámico…

Muy bien, muy bien, dijo fuertemente el Leo, y cambió estrepitosamente el tema hacia las novedades ­­­­­­­­del cine Hollywoodense, tema sencillo donde todos opinamos distintas barbaridades, hasta que comentamos más tarde algunas novelas clásicas que había estado releyendo el Leo para un taller que iba a hacer. Cuando ya no quedaba ensalada y todos habíamos terminado de comer, fui recogiendo la mesa mientras la tía Cleo lavaba y el Leo nos contaba de las manzanas “pinkrose” y de su diferencia con las “fuji”, las distintas propiedades medicinales de la manzana verde y cómo la manzana amarilla está ganando terreno en el mercado internacional. 

Finalmente terminamos de lavar los platos y nos fuimos. Evaristo Castro me dio un tremendo abrazo, deseándome la mejor de las suertes a bordo del Ímpetu, agregando que es el petróleo lo que mueve la economía internacional. Luego hizo algo muy raro: quiso besarme la cara. Acercó la suya a la mía y yo di un pasito hacia atrás, llevándome una mano a la mejilla, como para poner un obstáculo entre él y yo. Con la gordita nos fuimos comentando de la necesidad urgente de mantener a gente como ese energúmeno de ultraderecha lejos de nuestra familia.

barbaVerde

BarbaPloma

Es evidente que no puedo decir si lo que sigue es verdad o no, porque son los blah blah blah interminables, las mentiras que los marineros chilenos van tirando sin parar, pero aquí en el B/T Ímpetu escuché a un tripulante relatar la siguiente historia acerca de un primo de él suyo, vosotros juzgaréis si es creíble o no.


1

Evaristo Castro había sido dado a luz en Vicuña el año 1989... para el 2009 se dedicaba a realizar trabajos esporádicos en la caleta de pescadores de Coquimbo: a veces reparaba redes de los barcos de pesca artesanal, a veces le solicitaban procesar pescado fresco, destripar y filetear pescada, albacora, tiburones, jibias, de vez en cuando pasaba un día entero abriendo mariscos, incluso tenía que cargar cientos de cajas de un lugar a otro, por ejemplo, en la misma caleta, armaba las cajas de pescada fresca y las transportaba una por una, a hombro descubierto, hacia el interior de un container refrigerado que luego un camión llevaría al puerto, para ser embarcado rumbo a los Estados Unidos, o bien a España, a Evaristo nunca le podría interesar el destino, trabajaba todo el día sin parar para recibir poco más que propinas, con las que arrendaba una casita en la península de La Herradura, subarrendando una pieza de su casita a otros hombres que hacían trabajos esporádicos en la metrópoli, como él, o como era el caso de Bartho Roberts, muchacho de ascendencia inglesa pero caído en la pobreza hace generaciones, quien, pese a su aspecto, a sus ojos azules y su rubia aunque oscurecida cabellera, no podía encontrar un trabajo que le reportara ingresos adecuados, no podía ahorrar, ni siquiera comer como le gustaría todos los días, pero sí que les alcanzaba para algunas cervezas, de vez en cuando incluso un barril, que ponían en el living, cincuenta litros de cerveza que duraban hasta una semana, con sus grupos de gente, sus amigos, todo lo que les gustaba llamar "la buena vida", entre el jolgorio y las borracheras fumaban algo de vez en cuando, sólo si aparecía, nunca tabaco, hasta que un día llega Bartho y le dice a Evaristo que va a cambiar de vida: mañana, dijo, empiezo a trabajar en un barco pirata.

Y en efecto, quienes han visitado la metrópoli coquimbanoserenense, habrán avistado el barco pirata que vende regularmente viajes de turismo por la bahía, competencia directa del catamarán "Reina Marta" que transporta turistas a la "piedra de los pingüinos" (se avista siempre al de humboldt y de vez en cuando al magallánico), barco pirata, como digo, novedoso e impresionante porque navega a vela, sin motor (aunque cuenta con uno), cual barco pirata del siglo 17 asaltando el Caribe, construído en la ensenada del río Maule a principios de los '90 a base de madera de guayacán, inscrito en la Dirección General de Territorio Marítimo como "velero", donde Bartho se empleó en la plaza de ayudante del capitán, don Rolando, como se hacía llamar, experto navegante según sus propias palabras, con una decena de años de experiencia, ganador de regatas en Viña del Mar, Abu Dhabi y Miami, conocedor, es innegable, de las mareas, de la transparencia del agua, de los nombres de las nubes, de las lunas, del efecto de los eclipses en la mar, de los vientos, en realidad muy amable y hasta simpático, aunque siempre con su tono de patrón, patrón de fundo o de patrón de nave, de "pepe pato", solicitando a Bartho desde el primer día prestar mucha atención, le pedía que escuchara atentamente, que aprendiera todo lo que pudiera, por que él, Bartho, con sus ojos azules y su cabellera rubia aunque "oscurecida por la mezcla racial" tenía mucho que aprender ahí, tenía muchas capacidades, se le notaba en la mirada que no era "cualquier hueá", que era "un hueón capaz de aprender" porque "los ingleses siempre han sido muy estudiosos" y sobre todo porque "Los Ingleses son losmejores navegantes de la historia".  Aunque a Roberts, como le gustaba al capitán tratarle por el apellido, el asunto en principio le interesaba poco, tenía el pensamiento mejor enfocado en el rancho diario y en el sueldo mensual, en la cerveza budweiser, en el barrio inglés, en la vida nocturna, aunque nunca se había sentido cercano a ningún campo de estudio, aunque no tenía ninguna especialidad acreditada por instituciones educativas, de tanto insistir el capitán, decía Roberts a Evaristo, a las pocas semanas ya entendía bastante bien lo que había que entender, podía surcar la bahía a bordo del BarbaPloma de forma segura, timonear sin abordar otras embarcaciones, seguir los viento sin vararse en el único banco de arena de la zona, mantener la posición sin colisionar contra los roqueríos de la "cueva del pirata", pasar el día entero sin ponerse nervioso por el sube y baja incesante que lo mareó sólo el primer día, ante lo cual, por recomendación del capitán, no tomó siquiera una "pastillita mágica" para el mareo, pues, en palabras de Don Rolando, "esas pastillas son hueás de maricones".

Evaristo estaba haciéndose conocido en la caleta como "el novio del chiporro del capitán Rolando", y aunque la expresión chiporro para referirse a un aprendiz náutico le parecía incluso cariñosa, por lo que contaba Bartho, ser "el novio" de alguien significaba constantes burlas, además del hecho de que él se estaba haciendo conocido como "el maricón de la caleta" mientras Bartho se hacía conocido como navegante, o sea estaba "saliendo adelante", había encontrado un nicho donde desempeñarse laboralmente, estaba demostrando ser bueno para algo, tan bueno que el capitán lo había ayudado con la tramitación de una licencia de patrón de nave menor, título otorgado por la Capitanía de Puerto, cosa que celebraron, sin el capitán, al principio sólo Bartho y Evaristo, en su casita de la península compraron cerveza Corona, llegaron los conocidos del barrio con sus respectivos canutos, que se fumaron en una fumatón alucinada, de esas de inventar historias y de decirse la verdad, en la que Bartho locucionó con ganas, soltó la sin hueso, dijo que todo iba bien para él, que todo parecía ir bien encaminado, pero habían pasado dos meses y medio desde que trabaja para el capitán, dos meses y medio navegando a diario en el BarbaPloma, dos meses y medio en los que había recibido dos veces el sueldo mínimo y nada más, ni un peso más, doscientos cuarenta y cinco mil pesos cerrados, pagando isapre y fondo de pensiones, seguro de cesantía, las comisiones correspondientes a las tres entidades que administraban esas platas también las había pagado, de forma obligatoria, claro, con lo que, a fin de cuentas, todavía no podía ahorrar, todavía no podía comer como quería comer todos los días, todavía no iba a estar siquiera cerca de cumplir su sueño de comprarse una moto, de ir a ver a su mamá en Illapel a bordo de su propia moto, o por último a bordo de un bus, que la plata no le alcanzaba para nada pero que todo parecía ir bien, todo parecía ir bien pero ¿hacia dónde? ¿Estaba comenzando una carrera, una nueva vida? Se esforzaba todos los días por ser un buen trabajador pero ¿de qué servía? ¿Cuánto tiempo más iba a tener que esforzarse? ¿Cuándo iba a poder cosechar las ganancias del esfuerzo? ¿Algún día? ¿Nunca? ¿O era esto la cosecha? ¿No sería mejor seguir como Evaristo, haciendo lo mínimo y viviendo con más calma, sin que nadie espere nada de mí? ¿Sería mejor? ¿Sería más fácil? Y finalmente, ¿hay algo que pueda hacer, se preguntaba Bartho frente a la mirada sorprendida de Evaristo, de los amigos, para sacarle ganancias a esto? ¿Cómo hacemos, Evito, le decía a Evaristo, Evito, cómo hacemos para apurar el proceso? ¿Cómo hacemos para dar un golpe bien dado y salir de toda esta mierda?

Querían dar un golpe pero todavía no sabían cuál, eso andaba diciendo Bartho por el embarcadero, que ya iban a dar un golpe, que iban a ganar plata, pero todavía no sabía dónde ni cuándo, sólo sabía que todos los días, de martes a domingo, tenía que apersonarse en el muelle para abordar el BarbaPloma junto a su capitán Rolando, que las noches despejadas había de quedarse a estudiar las estrellas con el capitán, a reconocer las constelaciones, esperar el ocaso náutico, el ocaso civil, calcular distancias logarítmicas, azimuts, usar por fin, tras meses viendo al capitán hacerlo, tomar en sus manos y manipular por fin el astrolabio, medir el ángulo de la luna con el sextante, observar Marte, Alfa Centauro, la Cruz del Sur, el cinturón de Orión, mediciones y avistajes que, pensaba Bartho en todo caso, no servían para nada, que nunca había entendido para qué tanta conjetura, tanta suposición, si siempre hacían el mismo recorrido desde la caleta hasta la "Cueva del Pirata", no había para qué observar los astros, ni la luna, excepto que pase algo impredecible, decía el capitán, cualquier día puede suceder lo inesperado, como el sábado 27 de febrero de 2010, cuando sonó el teléfono de Bartho a las 4 de la mañana casi, con la voz del capitán al otro lado, desesperado gritando que venía un maremoto, una gran ola que iba a destruir su navío, su bergatín, su velero, que por favor lo ayudara, que se fuera corriendo al embarcadero, era necesaria "la máxima velocidad de reacción posible", a lo que Bartho, buen empleado, accedió, salió inmediatamente de la fiesta, apenas de despidió de Evaristo, corrió las 17 cuadras que lo separaban de su fuente laboral y se encontró con el capitán en el portalón instándolo inmediatamente a soltar las amarras, poniendo al instante la nave rumbo "weste", como decía el capitán, directo al "weste" para encontarnos con la ola en altamar, para que no pueda azotar la carabela, para salvar al galeón, en esta clarísima noche de luna casi llena, navegando rumbo dos siete cero, dando aviso, eso sí, a la Armada de Chile, a la Capitanía de Puerto, diciéndoles que se quedarían al garete a 10 millas de costa para salvar el pellejo, cosa que hicieron, realmente estuvieron ahí durante el llamado tsunami, estuvieron ahí con la radio encendida escuchando la cooperativa, la biobío, sintieron varias horas después cómo aumentaba el olaje, observaron vía binoculares cómo algunas pequeñas olas golpeaban el puerto de Coquimbo, cómo blanqueaba la costa, pero se quedaron mar adentro comiendo frutas enlatadas, tarros de atún, galletas de agua, se quedaron en el mar esperando que pasara lo peor durante 48 horas, maniobrando permanentemente con las velas para no alejarse demasiado, no acercarse tampoco, mantenerse en la posición, pero no pasó mucho, nunca pasó nada, sólo que finalmente volvieron, navegaron sin complicaciones durante más de una hora rumbo este,cero nueve cero, dando aviso nuevamente a la Capitanía de Puerto, volvían a amarrar, bajándose el marinero Roberts pero el capitán no, él seguiría durmiendo en su camarote unos días más, por si las moscas, siempre atento, cualquier cosa lo llamaba.

Semanas o meses después, qué importa, encontrándose Evaristo en casa con ganas de ir al baño, fue antes a la cocina, se preparó un té, porque le gustaba sentarse en el baño con un té en la mano, y mientras esperaba que la digestión diera curso a la defecación sorbiendo su té cada tanto, recibió una llamada telefónica de Bartho, que se mostraba muy emocionado porque el capitán había decidido emprender un viaje deportivo para competir en una regata en Singapur, para lo que necesitaba un reemplazo, alguien que pudiera quedarse a cargo del buque, ya que el contramaestre de siempre no estaba dispuesto a pernoctar a bordo, así que el capitán había pensado en él, en que Bartho se hiciera cargo del barco pirata durante dos o tres semanas, dependiendo de los resultados de las competiciones podría alargarse incluso por un mes, suponiendo el capitán que el anglodecendiente ya sabía qué hacer en todo momento, conociendo, además, al detalle, cómo manejar la caja chica, cómo recibir el dinero de los turistas, depositarlo al día siguiente en una sucursal de la banca internacional, etcétera, seis meses de preparación eran suficientes, dijo, pero dejando claro asimismo que aunque asumiera el cargo de capitán, el verdarero capitán, que además era el armador, no estaba en condiciones de bonificarlo económicamente con nada más que un víatico diario de 5 mil pesos, para gastos respectivos, además de la comida que había a bordo, conservas de todo tipo, de las que podía disponer a discreción, y, por supuesto, de su sueldo mensual, contratiempo monetarios que Bartho decidió asumir, tomando en cuenta en todo caso que 5mil pesos al día por un mes significaban 150mil pesos a fin de mes, y como iba a ser directamente él quien se haría cargo de la cuadratura del metálico a bordo, podría, tal vez, hacer un pequeño recorte por aquí, otros no tan pequeños por acá, sólo tenía que fijarse en cómo lo hacía el capitán durante los próximos días, cómo funcionaba el movimiento del dinero, vía telefónica Evaristo le recomendó estar muy atento al flujo de caja, finalmente colgaron, y Evaristo procedió a limpiarse la raja mientras se tomaba los últimos sorbos del té.

La primera semana Bartho apenas se asomó por la casa de la península de La Herradura, aunque Evaristo tampoco lo echó en falta: estaba organizando un golpe con un compadre del barrio, un "herradero", el amigo Talo Inostroza, cuyo nombre oficial era Neftalí, bautizado en 1986 en honor al poeta, procedente de Valparaíso, quien aseguraba que podían dar un golpe limpio si contaban con un bote a remo, asaltando un buque petrolero que había amarrado en el puerto de Guayacán, al otro lado de la península, a bordo del cual había computadoras de última generación, tablets, punteros láser profesionales, quesos importados, pero lo que era lo más importante: la caja chica del capitán, paralelepípedo metálico color rojo que contenía, según cálculos del Talo, unos 10 millones de pesos, custodiado por un capitán anciano, de más de 80 años, que sería incapaz de oponer resistencia, operación para la cual contarían con el apoyo de un tripulante del buque, un camarero sin nombre ni apellido, de confianza tanto del capitán como del Talo, que se desempeñaba también en la plaza de marinero, quien dejaría caer la escala, podía facilitar de antemano un plano del buque para que supieran a dónde dirigirse, exigiendo por estos servicios ser recompensado en partes iguales junto a todos los que participasen, no importaba si serían tres, cuatro o cinco personas, todos a partes iguales con la plata de la caja chica, así que Evaristo se entusiasmó, le dijo que sí, que conocía a alguien que sabía navegar, que podría acercarlos al buque sin hacer siquiera un ruido, sin luces, sin extraños, sólo personas de mucha confianza, así que esa misma noche se dirigieron al embarcadero de Coquimbo, haciéndose presentes en la portería a eso de las 21.30, entregando sus carnés de identidad para ingresar al muelle, desde el que saltaron sin previo aviso en la cubierta del BarbaPloma, metiéndose en el camarote para sorpresa de Bartho, quien estaba en ese momento masturbándose, acción que tuvo que interrumpir para recibir a sus amigos.

Tanto interés despertó en Bartho la operación que sugirió la posibilidad de realizarla de forma inmediata, esa misma noche podrían acercarse al buque en la bergatina, rodearían la península en silencio, dejarían la balandra en la oscuridad, él se quedaría a bordo mientras Evaristo y Talo irían en el bote a remo, se apropiarían de lo que se tenían que apropiar, volverían al BarbaPloma navegando tranquilamente para llegar de vuelta al muelle del embarcadero sin percances antes del amanecer, así que el Talo tomó su teléfono celular, llamó al camarero de mar, le dijo que tenía la logística funcionando en tierra, es decir en la costa, amarrados como estaban al otro lado de la península, que si le decía a qué hora aparecerse por el buque llegarían sin falta, puntualmente, tal como habían acordado, es decir, sin armas de fuego ni blancas, nada más que sus cuerpos vestidos de civil a bordo de un bote a remo que tampoco tocaría tierra, pero no era necesario dar más detalles, el camarero no tenía que enterarse de nada más que de lo preciso, acordando aparecer por la banda de estribor del buque a las 2.30, lo que no reportó ninguna complicación para Bartho, que podía hacerse a la mar en cualquier momento, pero aunque a los tres se les aceleraba el pulso del corazón, les aumentaba la presión arterial y rachas de adrenalina se incluían en sus torrentes sanguíneos pensando en las acciones a acometer esa noche, supieron mantener la calma, prepararon una cena con atún en tarro y cebolla picada, de postre tomaron un tarro de papayas en almíbar para cada uno, incluso Evaristo decidió dormir una hora, para lo cual se acostó en una camita aledaña a la del capitán, despertándose 55 minutos más tarde con ganas de orinar, cosa que salió a hacer por la borda, a popa, justo sobre el único camarote de la nave, notando casi sin querer que al mismo tiempo que él meaba lo hacía el Talo, también a popa pero por estribor, terminando sus evacuaciones de forma simultánea, cosa que celebraron mirándose las caras con una sonrisa mientras cada cual usaba ambas manos para levantar el cierre de su marruecos.


2

Eran las 1.35 cuando estuvieron en el punto más alejado de la costa, dando un rodeo larguísimo para sortear roqueríos, incluyendo el de los pingüinos, en esa noche de oscurana, sin luna, prácticamente a ciegas, guiándose Bartho nada más que por su memoria, luego por el Faro Herradura, sólo un rato, pero más tarde también por las enfilaciones del puerto Guayacán, una luz roja y otra verde que podían ver ya en una sola línea, avanzando discretamente por la oscuridad, oliendo el lamentable hedor de la refinería a la que el buque a asaltar estaba abasteciendo de petróleo crudo, cuando deciden detenerse, girar el pescante para bajar el bote a remo, al que se trepan Evito y el Talo, descendiendo lentamente al giro de la manivela que Bartho movía con paciencia, hasta que tocaron agua, flotaban ya y el Talo remaba, parecían desde el BarbaPloma un par de pescadores, dos sapilongis en un bote en medio de la noche que se acercaban al buque, habrían de llevar remando unos diez minutos cuando Bartho tomó los binoculares viendo a Evaristo mear, por la proa del bote, escondiendo la pichula de la vista del Talo, para terminar y cambiar posiciones rápidamente, procediendo luego el Talo a mear, igualmente, por la proa, en dirección al buque, apuntando la pichula hacia el camarero de mar, que ya se dejaba ver en la cubierta principal, dejaba caer la escala de gato, caminaba tranquilamente de un lado a otro cumpliendo las funciones de su guardia, observando también Bartho desde la carabela que el puente de navegación del buque se mantenía oscuro, ningún movimiento a esa hora de la madrugada, cuando finalmente llegan al barco, ascienden por la escalera, caminan por la cubierta y hacen ingreso al caserío a eso de las 2.33, dejando a Bartho durante ¡demasiados! minutos sin noticias de sus cómplices, nervioso, escudriñando permanentemente vía binoculares, acelerándosele el pulso a cada rato, manteniendo en todo caso la calma, esperando ver qué sucedía, con calma, concentrándose en las observaciones, en la respiración.

Finalmente se deja ver Evaristo, viene con una bolsa de basura en la mano, camina en solitario por la cubierta, tranquilamente, abriéndole el camino al Talo, que viene detrás caminando con una maleta, aparentemente demasiado pesada, sin nadie más en la cubierta caminan hasta la escala, amarran la maleta y la bolsa a una cuerda larga y, mientras Evito baja por la escala, el Talo hace bajar el botín con ayuda de la cuerda, Evo recibe las mercancías en el bote, espera a que el Talo descienda, empiezan a remar inmediatamente, tranquilos, cuando desde el puente de navegación del buque se escucha una sirena estridente, una bocina, una alarma de emergencia, aparece gente por el alerón de estribor con un láser verde, apuntan al bote, gritan, ladrones, están robando, a través de un altoparlante aseguran haber llamado ya a la policía, aparecen nuevos lásers verdes apuntando al bote, que ya se acerca al BarbaPloma, que sigue en la oscuridad pero al que los rayos verdes están ya alcanzando, son por lo menos tres rayos verdes que dibujan la carabela desde el buque, haciendo dudar a Bartho, si retirarse o seguir esperando a los del bote, ganando, de esta parte, siempre la lealtad, siempre el amigo, siempre la buena voluntad, estamos juntos y terminaremos esto juntos, se dice Bartho, pero para cuando el bote toca finalmente el casco del BarbaPloma dos embarcaciones a motor se dejan ver desde la costa, no hay tiempo, grita Bartho a los del bote, no hay tiempo para subir el bote, y les lanza un cabo de vida, una simple cuerda con nudos, mientras prepara el motor fuera de borda, lo hace andar sin dificultades, el barco se pone en movimiento rumbo weste, avanza primero lentamente, desde el timón grita Bartho que se afirmen, que se sostengan, que no los van a encontrar jamás, y se dirige directamente a altamar, en esa noche de oscurana, sin ninguna luz a bordo, sin dar aviso a la Capitanía de Puerto, con dos hombres colgando por la borda, se aleja a 8, a 12 nudos, según calcula Bartho, ya salen de La Herradura cuando Evaristo lanza la bolsa negra sobre la cubierta, el sonido metálico dice que el botín está a bordo, luego aparece el Talo, enfurecido porque perdió la maleta, las tablets, los lásers, como los que siguen intentando darles alcance, sin tanto éxito como las lanchas a motor, que se internan en el mar a menos de dos cables del BarbaPloma, a veces se acercan más, gritan por los altoparlantes que están identificados, que no hay vuelta atrás, pero Bartho está como en un trance, no puede volver, no puede dejarse capturar, se interna cada vez más en el Océano Pacífico, veinte minutos navegando, cuarenta minutos, una hora, una hora y media y las lanchas siguien persiguiéndolos, Evaristo no hace nada, el Talo tampoco, miran para un lado y otro, van a buscar algunas conservas, comen machas, mariscos surtidos, sin limón, directamente del tarro, Bartho se va metiendo las machas una a una en la boca mientras asegura que las lanchas usan bencina y que la bencina no es infinita como su vela, que en algún momento tendrán que desistir en la persecusión pero que él en cualquier momento puede desplegar la vela y navegar durante días, durante semanas, "la autonomía de una bergatina es insuperable", había dicho el capitán Rolando, el fósil podrido nunca va a ganarle, y ciertamente al amanecer, o poco antes, durante el orto náutico, cuando la persecusión llevaba ya dos horas y fracción, cuando Bartho solicita a Evaristo facilitarle el sextante para definir su posición, ven cómo las lanchas, las luces que los persiguen, se van quedando atrás, dan la vuelta para volver a tierra, mientras el sol asoma por el este sin dejarse ver montaña alguna, sin tierra a la vista amanece el BarbaPloma en altamar, con tres hombres jóvenes a bordo, varios centenares de latas de conservas como pertrechos, los aparejos perfectamente engrasados para la navegación, y una caja roja metálica portando la modesta suma de un millón doscientos veinticinco mil pesos chilenos, lo que repartido significaría trescientos doce mil quinientos pesos para cada cual, siempre y cuando el camarero hubiera salido indemne del asalto y estuviera en condiciones de recibir su parte.

Todavía era temprano en la mañana, las lanchas se habían devuelto a tierra hacía una hora muy corta, los tres forajidos se estaban enfrascando en una conversación a todas lúces infértil, cuando desde el este observaron una especie de insecto que se acercaba, un helicóptero de dos hélices, rodeado de pintura verde oscura, a bordo del cual se dejaban ver, por las puertas abiertas, al menos cuatro militares con sus cascos, sus trajes también verdes, uno de los cuales se descolgó de la nave cuando ésta se sostenía sobre el BarbaPloma, descendiendo rápidamente, sin contar en todo caso con la reacción inmediata de Bartho, que giró la vela a un lado y otro, quitándole el espacio para abordar el navío, quedando el militar colgando, obligando al helicóptero a maniobrar durante algunos minutos reintentándolo, para luego alejarse una milla o dos, quedándose a la vista, viendo cómo los piratas tomaban rumbo norte, navegando lentamente rumbo cero cero cero, luego se acercaron de nuevo, se instalaron casi al lado del barquito y a través de un altoparlante gritaron que Evaristo Castro y Neftalí Inostroza estaban plenamente identificados, que de no entregarse en el acto serían sometidos a la justicia militar por encontrarse en una zona bajo la jurisdicción de la Armada, que volvieran a tierra para evitar acciones mayores con el fin de detenerlos, y finalmente que la persona a cargo del buque, un tal Bartho Roberts, había sido ya comunicado del robo y estaba presentando las denuncias correspondientes por la sustracción de objeto náutico, pero Bartho, a bordo, se quedó escondido, les gritaba a los otros dos ¡estos hueones están mintiendo, no tienen idea quién soy yo!, así que Evo y el Talo no hicieron nada, se quedaron mirando a los militares, hicieron algunos gestos como de saludarlos, nada más, hasta que el helicóptero dio la vuelta, volviendo seguramente a tierra, momento que Bartho aprovechó para caer rápidamente a estribor, tomando ahora rumbo sur, uno ocho cero, esperando con esta maniobra despistar a los militares.

"¡Vamos a quedar al garete!" gritó Bartho, amarró la vela, dejó los aparejos trincados, el motor, que tenía medio estanque de bencina, llevaba varias horas parado, luego se subió al palo de proa, donde había uno de los pocos aparatos electrónicos de la nave, la antena del geolocalizador, que fue destruida de golpe con ayuda de un alicate, lanzada de inmediato al agua, bajándose entonces Bartho del palo, asegurando que ya no podrían localizarlos, que no había manera de que los encontraran, navegando, como iban, ahora que alzaba nuevamente la vela, a más de 10 nudos rumbo sur, sería imposible que nadie los encontrara, tenían comida para un mes, pero había un tema impostergable, decía Evaristo, hablaba de la importancia de pensar en un destino, él, que se había metido en esto sin darse ni cuenta, decía, a esa hora ya debería estar en la caleta trabajando, seguramente lo estaban echando de menos, seguramente te echaron ya, le decía el Talo, recordándole que ninguno de ellos portaba su carné de identidad, que seguramente la policía había preguntado por ellos dos entre los pescadores, también al portero del embarcadero, todos sus conocidos en Coquimbo debían estar ya al tanto de lo que había pasado, seguramente, dijo Evaristo, el capitán Rolando ya se había enterado del robo de su nave, pero según los del helicóptero Bartho Roberts estaba poniendo una denuncia, él, como encargado del buque, no era todavía sospechoso del hurto, pero qué importaba, iban a encontrarlo igual, era imposible escaparse, la situación, era evidente, no tenía vuelta atrás, tenían posibilidades claras sólo hacia el futuro, la primera era entregarse a la policía y aceptar un juicio en su contra y todas sus consecuencias, pero ninguno quería pasar una temporada en la penitenciaría, ninguno quería encerrarse, miraban el horizonte, la libertad de los albatros, del petrel, no podían imaginarse encerrados en una celda, teniendo la libertad frente a ellos, tan hermosa la mar y tan evidente la posibilidad de emanciparse para siempre de sus trabajos, incluso de su país, pensó Bartho, irnos para siempre de Chile, les gritó a los otros dos, era la segunda posibilidad, ¡tenemos que irnos para siempre de Chile!, vámonos a Tahiti, a las Islas Marshal, a las Galápagos, a Nueva Zelanda, estaba de nuevo entrando en ese trance, abría los ojos, ponía cara enloquecida, les ordenó entonces hacer un inventario exhaustivo de las provisiones a bordo, ahora sería él el capitán y exigiría que se cumplieran sus mandatos, sus órdenes, sus dictámentes, el Talo bajaría a hacer el inventario mientras Evaristo era sometido a una clase rápida para maniobrar la vela, cómo roncear el aparejo de una banda a la otra para mantener el rumbo uno ocho cero en la brújula, era sencillo, sólo algunos minutos bajo la supervisión del capitán fueron suficientes para que éste sintiera la confianza de irse a su camarote y echarse a dormir, volvería a tomar guardia, dijo, dentro de cuatro horas.

Y así lo hizo, apareció en la cubierta a las 13.00 gritándole a los tripulantes que sacaran los teléfonos móviles de sus bolsillos y los lanzaran inmediatamente al agua, que no podían capturarlos cometiendo un error tan básico, pero Evo negoció, no quería perder el aparato que había salido tan caro, así que resolvieron separar los receptores de sus baterías, dejarlos en el camarote, luego abrir un tarro de espárragos en agua y dos paquetes de galletas de soda para merendar un almuerzo frugal, ocasión que aprovechó el capitán Bartho para dar un discurso acerca de la importancia de mantener el aseo, la limpieza a bordo, "el primer paso de la seguridad es el orden", exigiendo a Evaristo, incluso antes que se acabaran las galletas, que adujara todos los cabos y espías, y al Talo que lampaceara las cubiertas y aclarara todas las superficies, con tanta palabra propia de una nomenclatura náutica desconocida para los ahora tripulantes que tuvieron que pedir explicaciones, a saber, explicó Bartho, adujar significaba simplemente ordenar, mientras que lampacear se refería a fregar el suelo premunido de un lampazo, es decir una mopa, un trapo, así como aclarar quería decir despejar las superficies de elementos propios o impropios dejándolas listas para realizar trabajos en ellas, pero se negaron, estaban cansados y sólo Bartho había dormido, ellos también necesitaban un descanso, dejaron todo tal cual estaba cuando el capitán se había levantado y se fueron a dormir al camarote, excepto que, antes de cruzar la puerta, el uno a babor y el otro a proa, descargaron sus vejillas al unísono por la borda, riéndose ambos, al volver, mientras conversaban de cama a cama antes de caer dormidos, de mear tan coincidentemente durante las últimas 24 horas.


3

¿Continuará?




















viernes, 18 de agosto de 2017

me gusta más el viaje que llegar a destino



Me gusta mas el viaje que llegar a destino porque no tengo un espacio
Si no varios
Y no tengo un solo trabajo
Si no que varios
Y no tengo un solo nombre
Si no que varios

A veces soy linda
A veces no
A veces me dicen oiga joven
A veces me agarran el poto en la calle
A veces soy muy puta
A veces soy muy tímida
Dicen que siempre tengo cara de triste

Nos fuimos y nos despedimos de casi todos
Nos fuimos y todos los que se quedaron se fueron con nosotros también
De una forma romantica y deseante
Nos fuimos y nos llevamos a TODAS

60 gotitas de tramadol
4 copas de vino
Y un pito afuera del terminal de buses
Hicieron de un viaje de 6 horas a concepción un pestañeo
Llegamos a la casa de Paola
Gian habla con Paola y le cuenta nuestro planes
Yo vomito en el baño haciendo mucho ruido
Es una única vez que vomite en todo el viaje
La fiore se maquilla y duerme
seguimos durmiendo y al despertar nos preparamos para el almuerzo
Hay un líder a 4 cuadras y casi ningún guardia haciendo su trabajo
pate mr veggie, vino y varios juguetes son lo de siempre

Nosotras nos mantenemos en movimiento
aunque paguemos un arriendo
Y tenga una cama
Una gata
Una mamá y un papá
Me tengo que ir porque me están esperando
Me tengo que ir porque tengo cosas que hacer
Me tengo q ir porque tengo cosas que decir
Mami voy y vuelvo

Este viaje
Me permite ser todas las mujeres que habitan en mi
En Conce tenia una malla transparente y sostenes
En Valdivia un abrigo de piel y zapatillas
En Castro una chaqueta rosada y un aro de serpiente
A veces los cuidé
A veces me cuidaron
A veces tenia 28
A veces tenia 38
Y muy pocas veces tuve 14

Nosotras nos buscamos
Nosotras trabajamos con nuestras manos y nuestras cabezas
Y siempre nos encontramos
En Conce la Paola tenia una perra que no dejaba entrar a nadie a su pieza
En Valdivia la Kari tiene un estudio hermoso, lejos del centro, no es necesario hacer ruido
En castro la única chica punk era una perra que bautizamos como marta
Le ladro a cada uno de los perros que nos encontramos y cuando estábamos demasiado distraídos nos trae a la realidad con un pañal con caca de regalo

A veces cuido a los demás
la flore siempre estuvo resfriada y le decíamos que se cuidara mientras sosteníamos un pucho en la mano
Así que después de una noche de punk y trap su garganta se empezó a cerrar
en un acto de responsabilidad y amistad llamo a un Uber
Decido que hay que ir al hospital
Llegamos y la paciente tiene una escarificación de una luna en la frente, el pelo rosado y la lengua bífida
Sigue tosiendo y se está poniendo azul
Una señora se apiada y le da respiración boca a boca mientras yo alego que por favor nos atiendan
Ahí me di cuenta que nadie lleno nuestra ficha y por ende nadie venia por nosotras
Después de 4 horas la atienden, nos vamos caminando sin saber a donde ir porque estamos solas en una ciudad que ninguna de las dos conoce
Vemos el bar de anoche
Siempre estuvimos muy cerca

En castro no hay mujeres
y aunque nos recibieron con los brazos abiertos
nadie me saludaba en cambio a mi compañero si
Siempre hubo alguien mirándonos como si fuéramos un pedazo de carne
O haciéndome preguntas muy concretas
Sobre su obra
Sobre mi obra
Habla de arte porfavor
si no dejo de ser la linda tengo que ser la inteligente
la talentosa
Mientras yo intentaba pintarme los labios en un espejo lleno de cocaína
No se porque, pero mirarme al espejo siempre me tranquilizo, sobretodo en castro
Mientras tatuaba los demás se me acercaban a ver como lo hacia pero jamas me dieron una opinión ni mucho menos me miraron a la cara

Trato de buscar una playa
Pero castro termino siendo siempre un laberinto sin salida con muchos perros al rededor
Nunca pude llegar a la playa porque en todas las costas había un cerco
De alguien que llego antes que yo

En conce saltamos un cerco gigante
Cabros no se hacer esto con dignidad
Logramos pasar y estamos al rededor de 4 horas rayando un muro 
Dibuje un camarón gigante
El unico lugar donde puedo dibujar en tamaño grande es saltando un muro
El único lugar donde puedo dibujar con el movimiento de mi brazo
De mi cuerpo entero
No es un tag
Era un camarón

A veces no los cuido
Los encuentro a todos desmayados y yo me quiero ir de la isla
Todas las veces que eh ido ah sido muy intenso y siempre me voy corriendo
Pero para lograrlo
Tengo que robar la llave del estudio y despertar a mi compañero para que me acompañe y lleve la llave de vuelta
Así que
Con amor jamas despertara
Comienzo a zamarrearlo y a escupirle en la cara
Literal
Gian despierta
escupo
Gian tenis que despertar porque me tengo que ir
Otro escupo
Gian si no me voy ahora no lograre llegar a Valdivia hoy
escupo
Y debo llegar hoy
Otro escupo
Lo sigo zamarreando y me grita que porque tiene que el hacerse cargo de mi
Y yo le digo que cago nomas si lo voy a obligar
Y lo sigo escupiendo
Se pone los zapatos
Llamo a otro Uber
Nos vamos
En el taxi le hago cariño y le explico que a punta de amor jamas despertaría
Me dice que mis cariños son como Piñera hablando del bien de chile
Llegamos y ya está mas tranquilo
me abraza y entiende que me quiero ir porque es el día del padre y quiero alcanzar a saludarlo
Entiende que mis escupo fueron parte del plan
que lo hice por amor.

Que lo hice para mirarme al espejo, para saltar cercos

lunes, 7 de agosto de 2017

Estrategia contra el mundo

Todo esto comenzó inspirado por la cotidianidad y el contacto a la distancia, nos contábamos algunas cosas entre ellas algunos sueños. Decidimos que este ultimo era un relato constante que nos gustaba escuchar y repetir, por eso es que abrimos una pestaña que nunca más cerramos, en donde narramos todo aquello que pasaba dentro de nuestros párpados. Poco a poco se nos fue difuminando la propiedad o pertenencia de nuestros onirismos. Cada vez era más difícil dilucidar si el sueño era propio o de nuestros compañeros.  De igual forma conseguimos reunirnos en largas asambleas, guardando actas entre archivos akashicos, tomando decisiones y resoluciones que inevitablemente terminaban en la empresa de la insurrección.  Es así que logramos conseguir doblar el tiempo por si mismo. De buenas a primeras comenzamos a torturar a Jaime Guzman, sin embargo notamos que en cada tormento, nuestro degenerado rehén  se sentía pleno, buscaba ser castigado y martirizado, buscaba en cada sueño que lo crucificáramos. Pensaba entonces que cada sueño era una oportunidad de redención.  Largas asambleas nos tomó notar que la mejor forma de atormentar al diseñador del Chile neoliberal era la de generale placer y culpa.

El resto de las acciones atentados que hemos mauinado por medio de la manipulación del inconciente colectivo y el tiempo espacio, son consideradas secreto por parte de la organización y no serán dados a conocer por lo pronto.