jueves, 9 de marzo de 2017

Tercera carta a la juventud latinoamericana

No hay proezas. No hay algo así como la salvación o la redención, ni de la sociedad, ni de las mujeres, ni de los pobres. Estamos sumidos en un pantano en el que, sin embargo, todo lo que podemos hacer es aprender a nadarlo. Hacer líquido lo viscoso. Para lo cual, la voluntad sin verbo desplegada. Subcomandancia múltiple o ejército de desertores. Escapar del equilibrio, de la ronca comodidad, del turismo que es darse vueltas en la moneda para volver a lo de siempre.

El agua es vida, repiten los resistentes por todo el territorio. Y cuando la equivalencia hace finalmente sentido, el territorio se ha redefinido. Éste supone una frontera, una línea divisoria, una demarcación donde se separa de los otros lugares, donde otras fuerzas se agarran a machetazos para tronar y dejarse llover. Allí donde hay agua, el suelo es más blando. La cautela es más necesaria para pisar y siempre que posas el volumen del cuerpo sobre la tierra, ésta responde al movimiento, te dice pase, siga, o le abre paso a la serpiente.

Dicen los viejos que la juventud no tiene miedo, porque ellos se han engullido su potencia con el hambre de la estabilidad. Han dejado de pensar, sólo tienen recetas para actuar las que proceden del temor a que el hueso se agrande. A que el brazo se haga martillo, aún a los treinta años. ¿De qué se trataba hacer la revolución? En una playa del litoral de los poetas, una niña de pelo corto interpela al diputado del partido común... "¿no que era hasta vencer o morir? Si no vencieron, ¿por qué no estáis muertos?".

Quienquiera diría que no lo estáis (...) Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele. Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.
Cesárea Tinajero

Idealidad de la comunidad, trascendentalización de la existencia. Habitar la tormenta es habitar la paradoja, sumergirse en la experimentación cuyo coeficiente sea la sospecha. La poeta mexicana no era la mera excusa para aventurarse. Varios siglos ha que las compañeras de la Brigada de la Extrañeza llevan buscando a Gabriela Mistral en los desiertos de Atacama, poblados de falanges violadas, hioides calcinadas, mientras Roberto Bolaño sigue describiendo a la "putita" en el asiento del copiloto.

¿Dónde escondieron el arsenal de las nuevas armas? ¿En las entrañas del muro de Trump? ¿En la ribera del Canal de Nicaragua? ¿En el pantalón blanco del cholo argentino? A su retirada de Port-O-Prins, mientras los perros ladran al batallón Chile, el coro ancestral de esclavas y esclavos libertos por su propia fuerza, entonan el canto general de los dolientes. Los soldados, que tuvieron suficiente tiempo para leer las obras cumbres del boom, entienden a la postre que el realismo mágico era lo mismo que la guerra en curso, y se van abriendo las venas en el acorazado Pizarnik, bajo la atenta mirada de la contralmirante Rosario Castellanos.

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