A Luis Rufino Santander desde chico que le decían Pinocho. Su padre era un precarizado gásfiter de la ciudad de Quilpué, era empeñoso pa la pega, si no había trabajo entre cañerías, llaves Stilson, teflón, gomitas rojas y negras, el viejo trabajaba en lo que viniera, carpintería, metiendo pala, chofer, soldadura al arco, pegando cerámicos, sacando palos, etc. Cuando escuchaba que alguien hablaba de Pinochet el viejo paraba la hilacha y decía: ¡Aer que asó comi compare! y es que el viejo era empeñoso pa todo, había tenido 7 hijos varones con la única mujer que había conocido en su vida y el padrino de bautizo del más chico era el mismisimo Augusto Pinochet Ugarte.
La única vez que lo vieron fue pal bautizo, en la capilla de La Moneda, lo único que recibieron de él, fue un apretón de manos, una foto que se exhibió por siempre en el living de la casa, una medallita de plata de la Virgen del Carmen que nunca se sacó el Luisito y un bono único de 150 mil pesos. Nunca más nada, nunca más lo vieron, nunca más pudieron contactarlo, pero siempre que podía el viejo se jactaba de ello, hasta de un parte se salvó.
Los Rufiños eran conocidos del barrio, todos pichangueros y buenos pa la pelota. El menos bueno era el tercero y no es que fuera malo sino que era medio afeminado y como se llamaba Gabriel de repente por webiarlo le decían la Gabi en lugar de el Gabi. Como había crecido entre puros hombres igual era bueno pa los combos, ademas que cuando te metiai con un Rufiño saltaban todos. El papá nunca acepto que a uno de sus hijos le gustaran los hombres y siempre lo negó, a la mamá siempre le dio pena y vergüenza, al mayor le daba rabia, pero era el primero en defenderlo a combos.
Al primogénito le decían Jochico pa diferenciarlo del Jorge grande, por eso se sentía como un segundo papá. Igualmente bueno pa la pega y rápidamente se hizo cargo de llevar pan a la casa, era medio bruto, pero le gustaba hacerle regalos a los cabros. Un día le trajo unos chuteadores al segundo más chico que era un prodigio de la pelota, estuvo en escuelas de fútbol y siempre ganaba los partios del colegio, pintaba pa profesional el cabro, era la estrella de la casa en su tiempo, después se anduvo con malas juntas y se perdió por un rato, pero nunca tanto como el Canuto, que era el segundo.
Ese weon estuvo hasta preso por pasar unos billetes falsos y ahí descubrió "la verdad" y se volvió un hermano, con eso no se le quitó lo tramposo. Siempre fue tramposo pa los juegos y tránsfugo en la vida, le gustaba la plata fácil y era pillo pa puras maldades. Trato de convencer a todos de la verdad, pero la mamá siempre le recordaba que eran católicos, que por eso ellos eran compadres de un presidente de la república. Al que casi logró convencer fue al cuarto, pero ese encontró una verdad diferente, tenia buena oreja y se puso rockero, formó su banda y tocaba en los tiempos libres, le decían el Jim, por Jim morrison, pero si bien el respetaba a los doors era más Heavy, de black sabath o AC/DC. Se puso a trabajar de chico pa comprarse guitarras, pedales, este se llevaba super bien con su hermano directamente menor que era el único con el que se podía tener una conversación decente.
Al Chaplin le decían así porque una vez lo pillaron viendo una película en blanco y negro, no era de Chaplin, pero lo importante era webiarlo. Era raro porque siempre pasaba metido en libros, a pesar de eso también era bueno pa la pelota, era que era estudioso, aplicado. Era el único que hablaba de política en la casa y que se atrevía a hablar mal de Pinochet. Una vez le pegaron por restregarle en la cara al papá que: le rendía pleitesía al viejo que había matado a su primo. -Si se metió en weas fué culpa suya le dijo el papá peandole un combo. Un buen combo, un combo de pelea, como las de barrio, como las de la calle, pero adentro de la casa. El chaplin quedó tirado y todo el mundo en silencio. Otras veces los papás y sobre todo la mamá le había pegado a los cabros, pero esta fue la más grave, cuando las cagás que se mandaban eran chicas y les llegaban un par de correazos los cabros se atrevían a gritar: ¡¡y va a caer ...y va caer!! Pero era en broma y si bien la mamá se enojaba y terminaba repartiendo correazos a los otros por gritar tonteras. Esa noche de luna llena nadie se metió ni dijo nada, esa noche de luna llena los cabros se fueron a acostar como si los hubieran castigado, el Pinocho ni siquiera avisó que le dio alegraría en el pecho, se le enronchó entero, pero se quedó callado. Lo del Chaplin fue súper grabe, ofendió la casa. Y el papá nunca se lo perdonó, hasta se negó en ayudarle a pagar la carrera de sociología en una academia de Santiago, el Jochico le pasó la plata, pero igual no pudo terminar. Fue el primero en irse de la casa cuando pudo y el que menos la visitaba. Siempre se mantuvo en contacto con el Jim, el Gabriel, el Jochico y el Pinocho.
Este último aparte de ser ahijado de Pinochet, no tenia ninguna gracia.
ninguna.
Osea era bueno para la pelota, pero todos los Rufiños eran buenos para la pelota, siempre creció un poco a la sombra del Maradona, cuando el se fue a estudiar contabilidad general a un instituto en Santiago fue poco lo que lo ayudaron, porque se iba la plata en la rehabilitación del Maradona que se puso pasturri.
En Santiago tubo una hija, la tercera nieta mujer de los Rufiños, con 5 primitos varones. Para criarla trabajó en la contru donde le daba vergüenza decir que era ahijado de Pinochet y le decían simplemente Luchito, como era empeñoso, aunque no tanto como el papá, se especializó en maquinas de carga y se puso a trabajar en la bodega de un Jumbo en las Condes.
En ese tiempo algunos compañeros trataron de sindicalizarse, pero no lo lograron. Los echaron a todos. El no estaba metido pero lo retaron igual y hasta le bajaron el bono de almuerzo.
Una tarde en la bodega lo llamo la mamá de su hija. Ya casi no hablaban sólo se pasaban a la niña como si fuera un paquete. Pero lo llamó ella y estaba llorando, apenas se le entendía y entre sollozos entendió que la niña había tenido un accidente. El pinocho salió corriendo. No le pagaron el día entero y le descontaron uno de permiso. La niña tenía una fractura expuesta, la atendieron en una clínica privada de urgencia. El Pinocho se endeudo y aunque el Jochico le pasó algo de plata quedó apenas pagó una cuota de doce, las que tendía que repactar todos los meses para ir acumulando deuda.
Una noche el Pinocho reventó, esa noche lo llamó el Gabi le contó que al Chaplin lo llevaron detenido, lo enjuiciarían por asociación ilícita terrorista que tenía unos amigos que pusieron una bomba y a el lo llevaron por vender hamburguesas de soya. El sabía que su hermano tenía ideas raras, pero ni cagando iba a hacer eso ¿ Pá qué?¿Que ganaba, si el Chaplin era inteligente, el más inteligente de todos ellos.
Entonces la rabia le empezó a subir desde la guata y la medallita de la virgen del Carmen le empezó a quemar, le ardió con furia infernal en el pecho, proporcional a la rabia acumulada, rabia que desconocía, que la negaba mientras la acumulaba. Se arrancó la medalla con nulo cuidado, rompiendo la cadena y no tocandola directamente, porque le quemaba. No estaba seguro, pero en ese gesto se había escuchado gritando ¡Milicos de mierda!
Agarró la medalla e instintivamente supo lo que era, aulló a la luna llena inchando su pecho como si fueran muchos pulmones. Miró fijamente con ojos nuevos la imagen de la virgencita del Carmen estampada en una Bala de plata. Lanzó la medalla lejos y todo el cuerpo se le estremeció en una picazón terrible, los bellos se le pararon como agujas clavadas. Sentía la presencia de la medalla sabía en todo momento donde estaba, la sentía como presencia y una amenaza constante, vigilante esclavisante. Entonces corrió para alejarse de la medalla o para alejarse de si mismo, aveces apoyaba las manos para correr más rápido. Arrancaba de esa bala de plata que le habían clavado en el pecho desde que nació.
Ahora sabía por una memoria antigua de varias vidas que se le había despertado, que la medalla era un instrumento para reprimirlo, para reprimir su fuerza, su impetú, su furia salvaje de lobo, de monstruo ejecutor de monarcas, conocía ahora el juramento y la maldición del séptimo hijo nacido varón.
El capellan militar diestro en su brujería y sabio en su tradición le colocó personalmente la medalla
a los ojos del monarca para que no se revele la naturaleza. Luis Rufiño Santander gritó y su grito fue un aullido que hizo temblar los vitrales de la catedral, se quebró el vidrio del portaretratos de la foto de su bautizo exhibido en el living de sus padres a kilometros de distancia, el aullido era el aullido de oprimido, de la rabia acumulada por la clase obrera, por la injusticia de pagar por la salud de su hija, la rabia de una deuda que no podía ser saldada. La rabia que se fumaban los cabros en pasta, los puños apretados por el machismo que había aguantado su hermano, las horas de trabajo esclavo acumuladas por varias vidas condenadas a la pobreza, la rabia del engaño de crear una pequeña esperanza de salvación suficiente para que en medio de toda la mierda, negara su propia sangre, la rabia oscura de su padre de odiarse por vivir alabando la imagen de estatua de quien mató a su pariente querido, la rabia de odiar a sus pares y amar a los tiranos se había derramado y esa noche fue más lobo que hombre, y de lobo tenia hambre por la sangre de los opresores.
Sentía el olor putrido, la ciudad olía a muertos, a muertos en el desierto, a muertos en el mar, a llanto seco en las calles, las lagrimas amargas impregnaban el cemento y la podrían, el olor del sudor castigado estaba pegado en los metales. Aulló como lobo, le saludaron algunos perros callejeros, fue a buscaar a su presa. Era un hombre lobo atado por las cadenas una fiera salvaje reprimida desde la primera infancia.
Esa noche un traslado de imputados de gendarmería sufrió un accidente, se volcó de forma inexplicable, los funcionarios quedaron internados por la perdida de sangre, decían haber atropellado un perro, pero no habían señales de perro alguno. En cambio el imputado, acusado de colocar una bomba, decía que todo fue culpa de una maniobra estúpida por parte del conductor, nadie entendía porqué Daniel Rufiño Santander sonreía al contar la historia.
Al la mañana siguiente el Lucho, despertó como nunca y como cualquier mañana, nunca más dejo que le dijeran Pinocho, nadie arregló el protaretratos de su bautizo, siempre supo en que lugar exacto estaba la bala de plata que le colgaron al pecho, por muy lejos que se encontrara de ella y cada luna llena se convertía en un lobo que buscaba morder la garganta de un leviatan.
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