Usa tu imaginación, de verdad, quién soy John. Olivia Newton
Jones. Buenas noches señor conductor, su cara está repartida en miles o quizás
decenas de miles de pantallas a todo lo ancho y largo de esta nacioncita, esta
republiqueta cuyos habitantes escuchan todas las noches sus cuentos y maneras y
estupideces, pero hoy voy a ser yo quien te cuente una historia, te voy a
reventar en la cara una historia, un cuentito, una cosmología completa de
inventos absurdos y mentirotas horrendas, escucha atento porque estas
conexiones son difíciles y espero que sea la última.
Ahora que eres adicto a mi voz y a mi ejemplo te cuento:
alguna fecha exacta de esta metrópoli, un militante por barrio, digamos que un
militante por cada 400 ó 500mil habitantes, a eso de la puesta de sol, una casa
cualquiera, con la puerta en la calle o con antejardín; desde dentro de la
propiedad una familia escucha un atronador toc toc en la entrada principal.
“Qué pasa? Qué pasa?” gritan desde afuera.
Uno o dos integrantes del núcleo familiar se asoman por la
ventana.
“Qué pasa? Por qué me sacaron una foto? Qué les pasa? Qué
están haciendo?” grita enfurecido un personaje de lo más normal hacia los
habitantes de la casa.
Esa familia no recuerda haber sacado ninguna foto, tratan de
dialogar pero les responde un griterío.
“Borren la foto, no me voy de aquí hasta que borren la foto,
qué les pasa !”.
Un minuto de alharaca hasta que la cosa se pone violenta. El
personaje que venía desde la calle trata de meterse a la casa, forcejea con el
jefe de hogar y con uno o dos de sus hijos o primos o cuñados, familiares en
general. A esas alturas es una pelea. En el 65% de los casos, la familia ganó,
sacó al militante a la calle y tuvieron que soportar otros 10 ó 15 minutos de
insultos. El 25% de los casos terminó con el militante dando vueltas por la
casa, registrado cajones y destruyendo cámaras fotográficas, mientras algún
habitante llamaba a la policía. Esas terminan con el militante huyendo a tiempo
antes de que se presente la ley, algunos en bicicleta, otros se iban corriendo.
En uno de los casos el militante terminó inconsciente después de un puño
perfectamente conectado en la mandíbula. Dos militantes terminaron detenidos y
fueron procesados por robo en lugar habitado: se trataron de llevar las
tarjetas de memoria o las cámaras de las casas.
La situación puntual más icónica aconteció al poniente de la
ciudad, donde el clima es más templado y el militante usaba alpargatas. Tras
irrumpir en el hogar, se enfrascó en una conversación absurda y repetitiva con
un anciano. El viejo le contestaba todas las preguntas y respondía con una
nueva pregunta, la que era contestada por el militante siempre junto a más y
más preguntas y respuestas.
“quién estaba en esa ventana?”dice el militante
“en esa ventana no había nadie, dices que te sacaron una
foto?” –dice el anciano
“me tomaron una foto desde dentro de la casa, cómo pudo
usted no darse cuenta?” -militante
“no noté nada raro, pero, ¿quién te tomó la foto?” -anciano
“alguien desde atrás de esa ventana, no fue usted?” -m
“no fui yo, pero, ¿una foto?, ¿estás seguro?” -a
y siguen conversando así por un minuto o dos, hasta que
llega la anciana que estaba en el baño, y es tan pausada que el militante no
puede simplemente gritarle en la cara, asì que espera un minuto entero a que se
siente en el sillón para proseguir el interrogatorio.
“¿entonces fue usted quien me tomó la fotografía?” -dice el
militante a la anciana
“¿qué fotografía?” –dice la anciana
“este niño dice que le sacamos una foto por la ventana” –dice
el anciano
“¿una foto?, y ¿dónde está la cámara?- dice la anciana
“¡seguramente escondida, tapada, disimulada, debajo de una
mesa, o detrás de una cama!”
con lo que empieza el militante a revisar cada rincón, abriendo
cajones y closets, primero, en las cercanías de los ancianos, lo suficientemente
cerca como para que pudieran haber tomado la fotografía y escondido la cámara, sin
resultados, empieza entonces a inventar personajes (hijos, nietos o sobrinos de
la pareja de ancianos) que se esconden en otros lugares de la casa, y busca a
esos personajes dando portazos y abriendo las cortinas, siempre pidiendo
explicaciones por la foto.
cuando vuelve al living se encuentra con la anciana metiendo
las manos a un cajón, tratando de sacar algo que habría al fondo. alucinado,
incoherente, escapándosele la inteligencia, con el cuerpo lleno de adrenalina y
el corazón latiendo a unas 150 pulsaciones por minuto, el militante decide
defenderse de la supuesta arma de fuego que iba a sacar la anciana y toma como “rehén”
al viejo.
Doblándole un brazo, sosteniéndolo por detrás, amenazando
con las manos su cuello, increpa a la anciana, la que se da vuelta con la
cámara fotográfica en la mano. El militante no sabe si seguir sosteniendo al
viejo, la anciana muestra la cámara y empieza un a emitir un ligero sollozo,
imitado rápidamente también por su señor esposo. Finalmente el viejo se deja
deslizar de los brazoz del militante y cae sentado en un sillón, encorvado,
definitivamente llorando, moralmente destruido. La anciana lo acompaña en el
sillón, le acaricia la espalda, llora con él. Con la otra mano sostiene la
cámara, se la muestra al militante, trata de entregársela.
A esas alturas, el militante no quiere seguir con el juego,
ya no le importa si alguien le sacó una foto o no, el llanto de los ancianos lo
afecta profundamente y casi quisiera llorar con ellos. Acepta la cámara sólo
pensando en liberar la mano de la anciana. Observa cómo los dos viejos se
abrazan mutuamente y, casi por instinto, enciende la cámara y aprieta el botón
play, para revisar las fotos.
Cuál fue su sorpresa al verse a sí mismo en la última
imagen, caminando por la calle, justo afuera de la casa de los ancianos, que
lloran y se abrazan.
“¡¿Qué significa esto?!, ¡¿Por qué hay una foto mía aquí?!”.
Sólo la anciana levanta la vista. El viejo no puede parar de
llorar.