Para el pijiprogrerío que destalla en los media su capacidad de ejecutar la política de manera seria y práctica, la jornada de protesta del 4 de agosto de 2011 fue una ofensa contra el ejercicio de la ciudadanía por cuanto ésta expresaba su descontento en barricadas que cortaban avenidas de las comunas de Santiago y Providencia. Pero somos muchos los que sabemos que ese mes las ollas sonaban en las poblaciones todas las semanas. Esa máquina calculante de la política liberal que considera por igual a neonacis y anarcomonoslocos, sin embargo, no estaría tan equivocada al establecer cierto punto de hermandad entre dos corrientes anatagónicas del Estado neoliberal.
-Buenas tardes, ¿tiene usted la revista Ciudad de los Césares?
El asunto se revela con claridad si partimos afirmando que no todos los nacis son fachos, algo incomprensible para aquello que los comunes llaman el sentido común. La experiencia histórica del nazismo alemán y, en particular, el asesinato en masa de 6 millones de civiles enemigos del tercer reino (homosexuales, gitanos, judíos, católicos, protestantes, comunistas y socialistas) se ha inscrito en la mala conciencia colectiva como Satanás: negar el mal llamado holocausto es un crimen en países como Alemania. Que los neonacis chilenos de hoy sean unos patéticos escarabajos de Kafka no es un asunto de la patología, sino por el contrario del multiculturalismo que se impone con la globalización de los mercados y las identidades.
-Camine usted por Doctor Johow y enfile hacia el poniente por calle Profesor Juan Gómez Millas, en la garita pregunte al guardia cómo llegar al departamento de Historia.
La izquierda tampoco es una entidad unívoca sino repleta de contradicciones. Un determinista económico podría perfectamente considerar de izquierda a cualquier sujeto que reconozca la lucha de clases y tome partido por el proletariado. Un voltairiano, por el contrario, siempre estaría defendiendo la libertad como marco fundamental para la conquista de los derechos de los oprimidos. Convengamos entonces que en la comuna de Puente Alto vive un grupo de lectores de Miguel Serrano y Heidegger, que estudian la mística india y patean traseros foucaultianos con argumentos teológico-políticos. Agreguemos, además, que son varios jóvenes de lentes y barba, estudiantes hijos de obreros y eventualmente obreros también, que no tienen antagonismos con lo que el capital llama las minorías sino antes bien su posición es de clase, y conservadora. Situémoslos en la jornada del 4 de agosto en la intersección de avenida México con Los Toros. Pongámosle que hay barricadas por todo Las Torres, El Peral y Gabriela, y que los pacos están cuidando la estación Elisa Correa con dos zapatillas, varias UZI y se acaban de quedar sin bombas lacrimógenas. Añadamos, finalmente, que por Los Toros viene bajando a toda velocidad una micro morada, quizás una F15 ó F24.
-Buenas tardes, ¿conoce usted la oficina del profesor Robertson?
Los jóvenes nacis de izquierda arman una barrera humana y la micro frena en seco ante ellos. El chofer se dispone a sacar una tuna, pero para ese momento tiene a uno de los diletantes de la tercera vía encima, quien se le adelanta en la maniobra, le quita la hechiza y le pregunta:
-¿Vos soi clase o no soi clase?
Ante su silencio, el hitlerista proletario vuelve a la carga: vamos a incrustar esta cromi contra el metro. Vamos a pitearnos el templo de los mercaderes. Vamos pa Vicuña donde están los choros de La Pintana. Vamos a cortar la calle con todas las micros y autos que encontremos. Vamos a hacer la barricada más grande de todo el Gran Santiago. Vamos a quemarlo todo hasta que lleguen los milicos. ¡Y después vamos a ir hasta la casa de Hinzpeter y vamos a crucificarlo frente al centro de Justicia!
-¿Saben manejar esta máquina? -inquiere el chofer con voz no poco tímida.
-Usted le va a poner chala hasta donde se atreva, después nos deja a nosotros y se va a denunciar. O se une a la protesta. Si es pueblo, usted no vuelve a su casa hasta que los pacos se vayan.
El chofer retoma la marcha hacia el poniente. Cuando pasa a segunda, los sujetos se encapuchan y comienzan a romper las ventanas. Al cruzar Nonato Coo, observan hacia el sur una decena de barricadas, toda la gente está en la calle. Un fuerte olor a paragua se mezcla con el de la bencina. Sacan una botella de pisco y comienzan a cantar: "Por ese gran argentino / que se supo conquistar / a la gran masa del pueblo / combatiendo al capital". Así, el bólido peronista llega a Nemesio Vicuña, la última esquina de Los Toros antes de Vicuña Mackenna. Se ven las balizas de dos zapatillas y los pacos con las tunas apuntando hacia la cordillera. El chofer les dice: yo hasta aquí no más llego, cabros. Sea lo que sea que vayan a hacer, piensen que los carabineros tienen familia, y yo también.
-Todos tenemos familia, camarada. Por ellos estamos aquí. Por la patria está el pueblo en la calle, la calle es el hogar donde se encuentra el pueblo y se hace Uno. Los pacos son unos hijos de puta, unos bastardos, no saben quién los parió, se les olvidó quién es su madre, su patria es el dinero de los ricos, pero esta noche el fuego es el que manda. A nadie más vamos a obedecer, sólo al fuego.
Los nacis despiden al chofer al son de "El pueblo unido jamás será vencido", a la par que de una suave patá en la raja. Al virarse el micrero, pasa por entre medio de los furibundos populares que se encuentran rodeando la nave y lanzando botellas con parafina a los carabineros. Vamos a quemar el metro, gritan con banderas negras. Vamos a tomarnos Vicuña, vamos a matar los pacos.
-Son-de-car-tón / sondecartón sondecartón / sondecartón sondecartón
La banda sonora de la revuelta enfila hacia la estación, la micro avanza en primera, varios pobres puentealtinos se suben y arman un pequeño laboratorio con un bidón de 20 litros en la parte final de la micro. Juntan mechas y botellas, también juntan piedras. Varios manifestantes tienen hondas e incluso un monoloco anda con una ballesta que dice: GB. Renuevan las gargantas con pisco y vino, botellas recuperadas del supermercado Ekono que, a esa hora, arde en llamas. ¡Choca la micro contra la yuta, hermano!, grita un viejo gordo que corre como mono fumando un derby con un fierro en una mano y un camote en la otra. La micro avanza a tercera, a menos de 20 metros de las zapatillas. El violento intelectual que oficia de conductor enciende las luces altas y encandila a los carabineros. Les ven la cara, son jovencitos, carabineritos, paquitos de juguete, seguro oriundos de pueblos de mierda como Pemuco o Teno. Les llegan camotes. Disparan al aire. Se suben a las zapatillas. Les llegan tres o cuatro molos. Arrancan a toda velocidad hacia el sur. Reciben los últimos proyectiles. Salvan la raja. La micro mantiene la velocidad y sube las escaleras de la estación, derribando la reja y cortando parcialmente la avenida Vicuña Mackenna al oriente.
-Ahora estamos esperando a los milicos, giles culiaos.
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