Rogelio Espinoza,
sentado en una banca de un parque público en las afueras de la estación El
Llano del Metro de Santiago, comuna de San Miguel, Diciembre 2014. Don
Héctor es (o era) el anciano que me arrendó un departamento durante un poco más
de un año, en 2012 y 2013. Lo primero que le vi fue una expresión interrogante,
asomado por la ventana del departamento vacío, esperando que llegáramos a
conocer el lugar. Un anciano arrendando un departamento antiguo, añoso, que con
el tiempo supimos que databa de principios del siglo XX, 1910, 1920, por ahí.
Le dijimos que sí y firmamos contrato en una notaría aquí cerca, por la Gran
Avenida llegando casi a Isabel Riquelme, vereda oriente. El viejo puso una
cláusula bien rara en el contrato: dice que el arriendo debe ser pagado mes a
mes con dinero en efectivo y en el domicilio del anciano, ubicado aquí cerca
también, en la calle Fernando Lazcano como a 3 ó 4 cuadras de la Gran Avenida.
Así que todos los meses había que ir a la casa del viejo, preguntarle cómo
está, cómo va la vida, conversar con su mujer, la señora Olimpia. La técnica
era siempre ir apurado, entrar diciendo tengo que irme lueguito, don Héctor, y
el pobre viejo nos metía conversa en todo el rato entre que sacábamos los
billetes y los contábamos antes de pasárselos, y luego él o la señora Olimpia
contaban también los billetes metiéndonos conversa sin parar, puras banalidades
y superficialidades, que le dio cáncer y que ahora está haciéndose las
radiaciones, por lo que le lloran los ojos, se marea, y lo peor son las
hemorroides; no sé por qué nos contaba eso, yo me sentía incómodo. También
hacía preguntas, me preguntaba cuándo voy a tener hijos con mi señora, “¡polola!”
le gritaba yo corrigiéndolo y le decía que no, que estábamos muy jóvenes. Me
contó alguna vez que ellos no tenían hijos porque no pueden tener hijos, que les
hubiera gustado adoptar pero que siempre se les pasó el tiempo y al final nunca
lo hicieron. Otra cláusula que tenía el contrato es que era un contrato con
plazo fijo, sólo por un año y, pasado el año, el anciano iba a poner el
departamento en venta; también decía que desde que pasara el año hasta que se
vendiera, podíamos seguir arrendando. Entonces de vez en cuando iba el viejo
con gente, bien a ver el departamento o para hacer los papeleos del
“saneamiento” en la municipalidad. Un día yo estaba solo en la casa y me llamó
por teléfono: dijo que iba en camino para allá con un posible comprador, ningún
problema, venga no más, le dije. Al rato tocaron la puerta y cuando abrí vi a
don Héctor con la señora Olimpia, pero detrás de ellos había un número
indeterminado de hombres adultos, de entre 40 y 50 años, unos 8, 10, tal vez 12
hombres, mirando la entrada como si quisieran fijarse en cada detalle antes de
comprar. El viejo me pidió permiso para entrar y esos hombres empezaron a
invadir mi hogar. Al rato me acerqué a cualquiera de esos hombres, que estaban
por el living, los baños, la cocina, entrando a las piezas; me acerqué a
cualquiera y le pregunté que quiénes eran: eran del sindicato de supermercados
Líder, estaban buscando una casa para poner el sindicato y que tenga espacio
para un albergue, entonces el departamento del primer piso iba para el
sindicato, y el segundo piso, mi casa, iba a ser el albergue. Al rato se fueron
y bajaron a ver el otro departamento, el que iba a ser la sede del sindicato,
pero el vecino no abría la puerta y yo bajé haciéndome el Larry. La señora
Olimpia me contó que el vecino de abajo no había pagado el arriendo en varios
meses porque alguien le debía una plata a él, que es transportista, y que
estaba dentro de la casa pero no quería abrir la puerta. Mentira: pocos
segundos después de las declaraciones de la anciana apareció el dueño de casa y
los sindicalistas invadieron también su departamento de primer piso, con patio.
Yo fui a comprar algo a un almacén cercano y a la vuelta había un hombre afuera
de la casa del vecino. Le pregunté si él también era del sindicado del Líder y
me dijo que no, que él pertenecía al sindicato de Camioneros, que estaban acompañando
a los del sindicato del Líder porque don Héctor les había vendido otra casa a
media cuadra de ahí, y como tiene más propiedades, lo contactaron. Me contó
después que también tiene una gran propiedad en el barrio alto, una casa con
tremendo patio en toda una esquina: Colón con Alcántara. Ahí nos quedamos
dudando del viejo. Alguna vez la señora Olimpia me había contado que ella tenía
“negocio” con los militares, algo así como un casino dentro de la Escula
Militar antigua, donde ella trabajaba o era dueña, y de don Héctor sabía que trabajaba
en Control de Calidad en Mademsa antes de jubilar, entonces no me calzaba bien
que el caballero tuviera tantos negocios con casas tan caras y tantas casas. Así
que empezamos a inventar historias acerca del viejo: la más importante decía
que a través de la señora Olimpia se habían hecho de casas requisadas a
familias comunistas durante la dictadura, otra menos importante rezaba que
había obtenido casas de una herencia. Supimos o sabíamos que él o la señora
Olimpia no sólo eran dueños de estas dos casas sino también de las dos casas
del al lado, de los otros dos vecinos, y que la casa donde vivía en Fernando
Lazcano también era suya, sumando la del sindicato de camioneros y la enorme
casa en avenida Colón contaba por lo menos 6 propiedades, a las que nosotros
sumamos varias más imaginándonos que el viejo se había dedicado por años al negocio
inmobiliario. Finalmente un día me tocó ir a pagarle el arriendo y, no sé por
qué, lo dejé que me conversara todo lo que quisiera, en la medida de lo
razonable, o sea no pasar más de unos 30 ó 40 minutos dentro de su casa. Me contó
entre otras cosas que ya estaba bien del cáncer, que en unos meses lo darían de
alta, y que la casa que me arrendaba eran dos casas -cosa que yo ya sabía pero
el viejo me contó de nuevo-, sólo que la segunda no tenía entrada independiente
y los arrendatarios tenían que pasar por dentro de la casa, en la que él vivió
por años. Me contó que cuando trabajaba en Mademsa era tornero, trabaja con
esmeriles también y un día mientras esmerilaba, una cerda se salió con tanta
mala suerte que le cayó justo en el ojo derecho y le quitó la vista para siempre
de ese ojo, que se veía feo como un ojo ciego pero que se conjugaba bien con el
resto de su cara de anciano. Luego me contó la historia de sus departamentos. Resulta que en el año 1980
la empresa Mademsa se unió con Fensa, y la fábrica que tenían aquí en San
Miguel la cerraron y se fueron a Maipú, pero a los trabajadores de San Miguel
los despidieron a todos, 400 trabajadores despedidos. Hubo un juicio o algo
parecido y estos 400 trabajadores consiguieron una indemnización importante,
con la que don Héctor se compró su primera casa, la misma que 32 años después
me arrendó. Era una casa grande y ese matrimonio era infértil, por lo que
decidieron cerrar una parte de ese departamento de segundo piso y arrendar ese
sub departamento: tiene dos piezas, cocina y baño y bastante iluminación, el
problema era que los arrendatarios tenían que pasar caminando por la puerta de
la pieza matrimonial. Pero se lo bancaron y con ese arriendo empezaron a pagar
el dividendo de su segunda casa, la que años después perteneció al Sindicato de
Camioneros, y con los años ya tenían dos –o tres- casas. Después ahorraron
plata una cantidad indeterminada de años y en algún momento, no sé si de los ’80
o los ’90, juntaron su plata con una plata de uno de sus hermanos y se
compraron la propiedad de avenida Colón, que se la compraron a Marcelo “el
chino” Ríos. Después de eso el relato se convirtió en una maraña incomprensible
de propiedades, departamentos o parcelas que compró, arrendó y vendió durante
más de treinta años. A fines de los `90 lo estafaron y estuvo peleando judicialmente
por varios años. Resulta que compró dos departamentos “en verde”. Pagó 54
millones de pesos por dos departamentos juntos de un edificio casi listo en la
calle Los Nogales, en Providencia, y a medida que la construcción avanzaba, el
dueño de la inmobiliaria invitaba a los futuros propietarios a conocer los
departamentos, pero cuando estuvieron listos y tuvo que entregarlos, confesó
que los inmuebles eran en realidad de un banco, al que este estafador le debía
5400 millones de pesos, y que los millones que don Héctor había pagado estaban
en posesión del banco, que no había nada que hacer. Entonces don Héctor y la
señora Olimpia encontraron un abogado que les prometió llevar el caso y no cobrarles
nada a menos que ganaran el juicio, cosa que costó tres años de duro
enfrentamiento judicial y que contó con apariciones en el programa Aló Eli, de
Eli de Caso. Finalmente el abogado encontró que el estafador tenía varias
propiedades en Pirque y don Héctor junto a su señora se adjudicaron dos parcelas
en la comuna, cada una con casa y piscina, con lo que ingresaron el negocio de
las parcelas. Nosotros nos fuimos de la casa de don Héctor unos meses después que
se acabó el contrato de arriendo, vivimos en esa casa durante meses con un
cartel SE VENDE colgado en una ventana y la última vez que vi al anciano se
veía perfectamente vivo. Entendí que iba a vivir en su casa de Fernando Lazcano
hasta su muerte, y creo haber escuchado que quería deshacerse de todas sus
propiedades, quedarse solamente con los millones y esperar la muerte con toda
tranquilidad en esa casa grande con patio grande y tener plata para enfrentar
cualquier enfermedad grave y extender su vida todos los años que pueda, algo
así me imagino. Puede que ahora ya esté muerto. Yo siempre pensé que la señora
Olimpia sobreviviría a la muerte de él, sola en su casa sin hijos ni sobrinos,
esperando a morirse. Bien. Bien por ellos.
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