viernes, 7 de junio de 2013

Rogelio Espinoza, sentado en una banca de un parque público en las afueras de la estación El Llano del Metro de Santiago, comuna de San Miguel, Diciembre 2014. Don Héctor es (o era) el anciano que me arrendó un departamento durante un poco más de un año, en 2012 y 2013. Lo primero que le vi fue una expresión interrogante, asomado por la ventana del departamento vacío, esperando que llegáramos a conocer el lugar. Un anciano arrendando un departamento antiguo, añoso, que con el tiempo supimos que databa de principios del siglo XX, 1910, 1920, por ahí. Le dijimos que sí y firmamos contrato en una notaría aquí cerca, por la Gran Avenida llegando casi a Isabel Riquelme, vereda oriente. El viejo puso una cláusula bien rara en el contrato: dice que el arriendo debe ser pagado mes a mes con dinero en efectivo y en el domicilio del anciano, ubicado aquí cerca también, en la calle Fernando Lazcano como a 3 ó 4 cuadras de la Gran Avenida. Así que todos los meses había que ir a la casa del viejo, preguntarle cómo está, cómo va la vida, conversar con su mujer, la señora Olimpia. La técnica era siempre ir apurado, entrar diciendo tengo que irme lueguito, don Héctor, y el pobre viejo nos metía conversa en todo el rato entre que sacábamos los billetes y los contábamos antes de pasárselos, y luego él o la señora Olimpia contaban también los billetes metiéndonos conversa sin parar, puras banalidades y superficialidades, que le dio cáncer y que ahora está haciéndose las radiaciones, por lo que le lloran los ojos, se marea, y lo peor son las hemorroides; no sé por qué nos contaba eso, yo me sentía incómodo. También hacía preguntas, me preguntaba cuándo voy a tener hijos con mi señora, “¡polola!” le gritaba yo corrigiéndolo y le decía que no, que estábamos muy jóvenes. Me contó alguna vez que ellos no tenían hijos porque no pueden tener hijos, que les hubiera gustado adoptar pero que siempre se les pasó el tiempo y al final nunca lo hicieron. Otra cláusula que tenía el contrato es que era un contrato con plazo fijo, sólo por un año y, pasado el año, el anciano iba a poner el departamento en venta; también decía que desde que pasara el año hasta que se vendiera, podíamos seguir arrendando. Entonces de vez en cuando iba el viejo con gente, bien a ver el departamento o para hacer los papeleos del “saneamiento” en la municipalidad. Un día yo estaba solo en la casa y me llamó por teléfono: dijo que iba en camino para allá con un posible comprador, ningún problema, venga no más, le dije. Al rato tocaron la puerta y cuando abrí vi a don Héctor con la señora Olimpia, pero detrás de ellos había un número indeterminado de hombres adultos, de entre 40 y 50 años, unos 8, 10, tal vez 12 hombres, mirando la entrada como si quisieran fijarse en cada detalle antes de comprar. El viejo me pidió permiso para entrar y esos hombres empezaron a invadir mi hogar. Al rato me acerqué a cualquiera de esos hombres, que estaban por el living, los baños, la cocina, entrando a las piezas; me acerqué a cualquiera y le pregunté que quiénes eran: eran del sindicato de supermercados Líder, estaban buscando una casa para poner el sindicato y que tenga espacio para un albergue, entonces el departamento del primer piso iba para el sindicato, y el segundo piso, mi casa, iba a ser el albergue. Al rato se fueron y bajaron a ver el otro departamento, el que iba a ser la sede del sindicato, pero el vecino no abría la puerta y yo bajé haciéndome el Larry. La señora Olimpia me contó que el vecino de abajo no había pagado el arriendo en varios meses porque alguien le debía una plata a él, que es transportista, y que estaba dentro de la casa pero no quería abrir la puerta. Mentira: pocos segundos después de las declaraciones de la anciana apareció el dueño de casa y los sindicalistas invadieron también su departamento de primer piso, con patio. Yo fui a comprar algo a un almacén cercano y a la vuelta había un hombre afuera de la casa del vecino. Le pregunté si él también era del sindicado del Líder y me dijo que no, que él pertenecía al sindicato de Camioneros, que estaban acompañando a los del sindicato del Líder porque don Héctor les había vendido otra casa a media cuadra de ahí, y como tiene más propiedades, lo contactaron. Me contó después que también tiene una gran propiedad en el barrio alto, una casa con tremendo patio en toda una esquina: Colón con Alcántara. Ahí nos quedamos dudando del viejo. Alguna vez la señora Olimpia me había contado que ella tenía “negocio” con los militares, algo así como un casino dentro de la Escula Militar antigua, donde ella trabajaba o era dueña, y de don Héctor sabía que trabajaba en Control de Calidad en Mademsa antes de jubilar, entonces no me calzaba bien que el caballero tuviera tantos negocios con casas tan caras y tantas casas. Así que empezamos a inventar historias acerca del viejo: la más importante decía que a través de la señora Olimpia se habían hecho de casas requisadas a familias comunistas durante la dictadura, otra menos importante rezaba que había obtenido casas de una herencia. Supimos o sabíamos que él o la señora Olimpia no sólo eran dueños de estas dos casas sino también de las dos casas del al lado, de los otros dos vecinos, y que la casa donde vivía en Fernando Lazcano también era suya, sumando la del sindicato de camioneros y la enorme casa en avenida Colón contaba por lo menos 6 propiedades, a las que nosotros sumamos varias más imaginándonos que el viejo se había dedicado por años al negocio inmobiliario. Finalmente un día me tocó ir a pagarle el arriendo y, no sé por qué, lo dejé que me conversara todo lo que quisiera, en la medida de lo razonable, o sea no pasar más de unos 30 ó 40 minutos dentro de su casa. Me contó entre otras cosas que ya estaba bien del cáncer, que en unos meses lo darían de alta, y que la casa que me arrendaba eran dos casas -cosa que yo ya sabía pero el viejo me contó de nuevo-, sólo que la segunda no tenía entrada independiente y los arrendatarios tenían que pasar por dentro de la casa, en la que él vivió por años. Me contó que cuando trabajaba en Mademsa era tornero, trabaja con esmeriles también y un día mientras esmerilaba, una cerda se salió con tanta mala suerte que le cayó justo en el ojo derecho y le quitó la vista para siempre de ese ojo, que se veía feo como un ojo ciego pero que se conjugaba bien con el resto de su cara de anciano. Luego me contó la historia de  sus departamentos. Resulta que en el año 1980 la empresa Mademsa se unió con Fensa, y la fábrica que tenían aquí en San Miguel la cerraron y se fueron a Maipú, pero a los trabajadores de San Miguel los despidieron a todos, 400 trabajadores despedidos. Hubo un juicio o algo parecido y estos 400 trabajadores consiguieron una indemnización importante, con la que don Héctor se compró su primera casa, la misma que 32 años después me arrendó. Era una casa grande y ese matrimonio era infértil, por lo que decidieron cerrar una parte de ese departamento de segundo piso y arrendar ese sub departamento: tiene dos piezas, cocina y baño y bastante iluminación, el problema era que los arrendatarios tenían que pasar caminando por la puerta de la pieza matrimonial. Pero se lo bancaron y con ese arriendo empezaron a pagar el dividendo de su segunda casa, la que años después perteneció al Sindicato de Camioneros, y con los años ya tenían dos –o tres- casas. Después ahorraron plata una cantidad indeterminada de años y en algún momento, no sé si de los ’80 o los ’90, juntaron su plata con una plata de uno de sus hermanos y se compraron la propiedad de avenida Colón, que se la compraron a Marcelo “el chino” Ríos. Después de eso el relato se convirtió en una maraña incomprensible de propiedades, departamentos o parcelas que compró, arrendó y vendió durante más de treinta años. A fines de los `90 lo estafaron y estuvo peleando judicialmente por varios años. Resulta que compró dos departamentos “en verde”. Pagó 54 millones de pesos por dos departamentos juntos de un edificio casi listo en la calle Los Nogales, en Providencia, y a medida que la construcción avanzaba, el dueño de la inmobiliaria invitaba a los futuros propietarios a conocer los departamentos, pero cuando estuvieron listos y tuvo que entregarlos, confesó que los inmuebles eran en realidad de un banco, al que este estafador le debía 5400 millones de pesos, y que los millones que don Héctor había pagado estaban en posesión del banco, que no había nada que hacer. Entonces don Héctor y la señora Olimpia encontraron un abogado que les prometió llevar el caso y no cobrarles nada a menos que ganaran el juicio, cosa que costó tres años de duro enfrentamiento judicial y que contó con apariciones en el programa Aló Eli, de Eli de Caso. Finalmente el abogado encontró que el estafador tenía varias propiedades en Pirque y don Héctor junto a su señora se adjudicaron dos parcelas en la comuna, cada una con casa y piscina, con lo que ingresaron el negocio de las parcelas. Nosotros nos fuimos de la casa de don Héctor unos meses después que se acabó el contrato de arriendo, vivimos en esa casa durante meses con un cartel SE VENDE colgado en una ventana y la última vez que vi al anciano se veía perfectamente vivo. Entendí que iba a vivir en su casa de Fernando Lazcano hasta su muerte, y creo haber escuchado que quería deshacerse de todas sus propiedades, quedarse solamente con los millones y esperar la muerte con toda tranquilidad en esa casa grande con patio grande y tener plata para enfrentar cualquier enfermedad grave y extender su vida todos los años que pueda, algo así me imagino. Puede que ahora ya esté muerto. Yo siempre pensé que la señora Olimpia sobreviviría a la muerte de él, sola en su casa sin hijos ni sobrinos, esperando a morirse. Bien. Bien por ellos.

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