domingo, 16 de diciembre de 2012

Las tinajas del césar



El objetivo esa mañana era solo uno, se trataba de revisar las antologías de la poesía latinoamericana de 1990 a 2020 y hallar a la poeta Estefanía López Norambuena. En particular, un poema: "Espejo". La biblioteca de la facultad no tenía los libros clasificados alfabéticamente, eso entorpecía la pesquisa, pero una vez que recolectamos todas las antologías de poesía peruana y latinoamericana, sentados en una salita de estudio más pequeña que una celda, nos dimos a la tarea de buscar su nombre entre las páginas, y de vez en cuando nos turnábamos para ir al baño a darnos un poquito de caña, con una pipa a la que llamábamos indistintamente chupete o bujía.

De Estefanía poco y nada se sabía. Especulaciones, como cabe en la figura de una poeta. Estudiante de filología en la Universidad de San Marcos, militó -como todo estudiante de la mayor- en una organización maoísta que mató varios polis y milicos, luego abandonó la carrera tras el fallido asalto al Banco de Ayacucho en 1993. En la sierra difundía su poesía a través de folletines más parecidos a un fanzine punk que a un panfleto de la vieja izquierda, en los cuales además de exigirse la libertad de todos los senderistas y luchadores sociales del Perú, se llamaba a la expropiación de las librerías para liberar el conocimiento y que el pueblo se autoeduque. Sus poemas circulaban a contracorriente de su vida. Se decía que había sido muerta por el ejército, que trabajaba para los narcos, que había huido a Bolivia, incluso un profesor de semiótica nos dijo una vez que entre 2001 y 2007 había vivido en Antofagasta, y que fundó un taller de poesía en la Católica del Norte.

Nosotros sabíamos de tres libros suyos: "Dos gallinas" (Editorial Casa de las Américas, La Habana, 1996), "Villa Alfa" (La cucaracha ilustrada ediciones, Caracas, 2000) y "Emilia lucha nunca" (Moda y Pueblo, Santiago, 2013). En ninguno, sin embargo, estaba "Espejo". Solo la secreta esperanza de un ojo más clínico que el nuestro y con laburo en una editorial antologadora, nos llevó a esa desesperada empresa.

A doce minutos del cierre de la biblioteca, dimos con el poema, publicado originalmente en los boletines senderistas de la sierra ayacuchana, entre 1994 y 1996.


ESPEJO

hubo un tiempo en que cerraba
los ojos y me dormía
acomodada en escaños
de noche de tarde y día
ese tiempo era fulgiente
no tenía soles ni pilas
no me llamaban por nombres
ni perdía adrenalina
yo cerraba los dos ojos
y así todo lo veía
yo me columpiaba sola
y a la vuelta me dormía
así pensaba en los mares
los panteones y las liras
casi como si a mi lado
se murieran golondrinas
mi país en ese tiempo
tenía olor a semillas
de baobabes a polen
y a enchufes de sonrisas
se columpiaban los niños
y se curaban con tinta
mi país exportaba pan
e importaba sangre china
los vecinos de mi barrio
cuidaban bien sus plantitas
amapolas boldos salvias
las regaban y lucían
de ese tiempo tan amable
sólo tengo la partida
nunca pude saber cómo
regresamos a la vida

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