como después de cada ducha, estaba haciendo mis ejercicios mentales para prevenir el alzheimer, en esta oportunidad: probando vestirme con los ojos cerrados, tarea para la cual había dispuesto todas las prendas que iba a ponerme ordenadas en la cama, incluído banano, talco para pies y desodorante. finalizada esta tarea, no tan sencilla, decidí ver la hora en mi reloj de pulsera (obvio que me lo había puesto en la muñeca contraria), pero noté que la manecilla roja del segundero no avanzaba. por mi mente pasaron una decena de recuerdos donde golpeaba el reloj contra una puerta, contra la baranda de la micro, contra una pared o etcétera. el último golpe había sido recién, con los ojos cerrados, contra el clóset.
sin indicador para constatar el paso del tiempo me sentí muy nervioso. ¡yo! ¡yo que inventé el tiempo! ¡yo, que le di el puntapié inicial! ahora ni siquiera puedo usar mi reloj. ¡mi reloj de pulsera roto en mil pedazos! me fui caminando de espaldas a la cocina, me preparé un café con la mano diestra metida en el bolsillo. prácticamente me lo lancé en la cara, con la boca abierta, encestando tal vez tres cuartos de la porción, sin azúcar. empapé mi meñique izquierdo con saliva para meterlo luego en el tarro de café: una puntazo extra, que saboreé desde debajo de la lengua, pa terminar de despabilarme.
finalmente logré salir de la casa. el día espléndido me sorprendió con una temperatura invernal perfecta para mi casaca de polyester. portaba una decena de láminas intercambiables con las que iba a hacer un gran negocio estafando a unos prepúberes que había conocido la tarde anterior, humanos macho de proporciones adolescentes fanáticos de la empresa deportiva FIFA que coleccionaban las láminas de un álbum de hace veinte años, editado por la empresa SALO, cuyo título era Álbum Francia '98. ellos no saben con quién van tratando, así son sus vidas, viven entre pantallas y productos, en torno al comercio, a modas internacionales ("primermundistas"), son moralmente más cercanos al neoyorkino promedio de las películas de bridget jones que al joven de la pobla que intentó retratar, con tan poco tino, tiro de gracia en la época en que se editaba el álbum.
la reunión con los jovencitos no era cerca. miraba a cada rato mi muñeca izquierda, vacía, entonces recordaba que me había puesto el reloj en la muñeca derecha para prevenir el alzheimer, así que miraba mi muñeca derecha y venía la manecilla roja del segundero detenida, como si estuviera pasando de nuevo, como si tuviera que repasar ese momento infinitas veces, darme cuenta una y otra vez de lo mismo, como si no fuera yo quien controla el tiempo que pasa sino lo que pasa lo que me controla a mí. iba sumido en cavilaciones ad-hok a la angustia que me provocaba todo esto cuando apareció, os lo juro, el zorzal más grande del mundo. ¡cómo se extiende su canto, dios mío! iba pasando por fuera del estadio, en una zona relativamente arbustiva, con mucho pasto, y el ruido de su canto invadió en un instante toda la construcción olímpica, la pared monumental del estadio, los edificios tipo block de enfrente dieron asimismo un eco afinadísimo del reclamo del ave. extasiado por tanta belleza comencé a hacer planes mucho más optimista. iba a obtener ahora sí un buen cambio por las láminas y tenía grandes planes para el efectivo.
eran prácticamente unos niños. trece años de chileno ratón que exactamente a las doce del día me esperaba en el acceso del supermercado de la compañía nacional unimarc. se escuchaban desde lejos las campanadas de la iglesia la redención de cristo, creo que es la segunda iglesia más grande de todo puerto montt. todos estos edificios de cuatro pisos alrededor del estadio y tan cerca de la iglesia generaban una corriente sonora que arrastraba el ruido hasta muy lejos, y yo, que nunca había estado ahí, me sorprendía, aunque no quiero exagerar: era interesante pero tampoco demasiado sorprendente. qué más da.
el negocio impensable me costó veinte años de vida. ¿de dónde creen estos infantes que saqué las láminas? sé que no tengo el control de la nada ni del todo pero ir veinte años adelante o atrás es una bobería insignificante, lo más difícil es digerir los cambios idiomáticos (las cosas eran grosas, la gente era del sí o del no). había estado en el kiosko preciso, el mismo que podrían haber usado ellos, ¿no les gusta tanto el libremercado? finalmente les muestro las láminas y me dicen que no me las pueden pasar hasta que mire mi reloj de pulsera. ¿qué se creen estos imberbes? ¿tienen siquiera pelos en las axilas? pero miré el reloj, lo miré de todas maneras y volví a constatar tristemente que la manecilla roja del segundero seguía detenida, muerta, llanto y lamento, crisis de angustia, ataque de pánico o similar, una adrenalina que me sube por el pecho. a gritos furiosos les pregunté si acaso iban a comprar las láminas o no, entonces el petizo me pasa el papel moneda correspondiente diciéndome que no estoy en el lugar correcto, que tengo que mirar el reloj en el lugar apropiado para ver cómo las cosas avanzan, o cómo puedo yo constatar el avance de las cosas o bien: etcétera.
tomé los billetes y salí corriendo, crucé varios blocks, un parque, no sabía dónde estaba. sabía que tenía que dar vueltas, dirigirme al sur, pasear y pasear, esos eran mis grandes planes para el dinero, buscar por instinto o por olores o por sensaciones táctiles. atento a los sonidos estuve por tanto rato que finalmente lo escuché, era un loco que me decía flaco andai buscando un mono, y al escuchar esa palabra saltaba algo dentro de mí, se me hacía agua en la boca la palabra marciano, antebrazo, catapulta. a cómo era que lo teníai le dije mientras me miraba la muñeca izquierda, recordaba lo del alzheimer, me miraba entonces mi muñeca derecha y ahora sí, avanzaba, se había echado a andar hace casi dos minutos. ¡mi reloj de pulsera de vuelta a la vida! ¡el paso del tiempo constando en este aparato minúsculo, aferrado a mí!
con el mono todo volvió a la normalidad. chanté antenazo o antebrazo, no sé qué palabra usan, y pude finalmente volver a la china, al japón septentrional, al desierto de namibia, la selva de oaxaca, la valdiviana y la camboyana, volví al lago chad, al mar muerto, la estepa siberiana, la pampa, las rocallosas, los urales. finalmente de vuelta en mi trono, al centro del Olimpo, yo, que inventé el tiempo, que dí el puntapié, de vuelta en mi sitio infinito, incapaz de dejarlo nuevamente. es cierto, me dolía la cabeza, era una punzada directamente en la zona del tercer ojo, dolor agudo, también infinito. pero estaba en mi trono, recién duchado, y había hecho todos estos ejercicios para prevenir el alzheimer, dichoso.
en eso aparece el loco del mono y me dice: ¿Oe y a voh por qué te dicen crono?
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