martes, 11 de abril de 2017

Introducción a personaje ficticio, disponible para su uso recurrente.


  Nadie sabe su nombre, ni el mismo se acuerda. Cuando le preguntas mira al horizonte y te responde: "El que fui tenía un nombre, pero lo olvidé hace mucho, entre tantas cosas que olvidé, Victor, Vicente, Vigo, no sé. Recuerdo una V, pero sólo esa idea vaga."

  Ahora se hace llamar Vrigido cuando declama su nombre aunque a veces lo pronuncia como Virgidio, Vrigilio o Virgilio. Dice que sabe que ese o eso no son su nombre, que de su nombre nunca se acordará y que prefiere no acordarse de weas.

 Un día contó su historia o lo que alcanza recordar de la primera vez que recorrió el infierno, el purgatorio y el cielo. Que ahora trabaja de guía para quien necesite dar esos paseos. Incluso afirma que cuando nos encontramos con el es porque estamos recorriendo esos lugares, que el no vive sino dando esas vueltas.

 Contó que cuando fue el que era, andaba tirado en calle, pastiando la pasta, fumando a plena vista, sin poder ocultarse, pero sin ser visto por nadie que lo quiera ver. Y cuando andaba en esa perdido en la perdición muy cagao como para poder siquiera robar con astucia, o asaltar con violencia decidió mendigarle a los transeuntes con total sinceridad para comprarse unos monos. Sin embargo lo pilló un viejo de risa explosiva que le dijo: " Que va andar fumando weas amigo, acompañeme" lo hizo recorrer calles robaron plantas de casas particulares y maleza que crecía entre lo inhóspito del cemento, le armó un puro entre hojas secas de cloclo y lo patío con unos preparados secos que guardaba en una caja de lata. "Fumatelo de a poco angustiao, que sinó te va a pegar fuerte".
Cuenta el Vrigido que siendo el que fue babeando para aliviar la angustia se lo fumó de una y la volá le pegó tan fuerte que ni al día de hoy se le pasa. Desde ese día recorre el mundo mirando por el rabillo de lo real, paseando entre ángeles terribles y demonios misericordiosos. Desde ese día percibe que el mundo es otro mundo y por lo tanto el ya no puede ser lo que había sido, ante ese cambio el olvido del nombre es una anécdota secundaria, al igual que cualquier vicio antiguo. Dice que ha intentado encontrar al viejo ese, pero nunca lo ha vuelto a ver ni desde las ventadas del cielo, ni de los pasillos del infierno. Concluye entonces el Vrigilio que no se encontró ni con un ángel, ni con un demonio, de ninguna jerarquía. Sino con algo distinto, diferente no más.  

A la menor provocación El Virgidio se pone a fristalear, con todo el arte de un loco vió, no como longi rimando los puros gerundios.  Una vez estábamos tomando unas cervezas en alguna plaza allá por Renca y de pronto la voz de este transeunte de lo demoniacoidivino se escuchó:

"Soy la visión de los hombres antiguos,
la arena vuelta sal, la piel escama.
Soy la sombra del ave sin altura
que un día, al fin, desgobierno proclama".


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