jueves, 13 de abril de 2017

distancia


me convencí de iniciar mi propio start up de producción y venta de huevos de codorniz cuando, desde el bus, avisté una bandada salvaje de más de 20 ejemplares. yo ya sabía que cada pareja de codornices pone un huevo cada doce días, y que cada huevo se vende a 100 pesos, así que habría que tener unas 2,6k codornices para vender 500lucas al mes, y aunque ese futuro era lejano el día que avisté la bandada desde el bus, la idea de atrapar las primeras codornices y empezar a reproducirlas y a conocer los huevos, observar su comportamiento, etc., me llamaba mucho la atención.

obvio que le pedí ayuda al mono. le dije: mono ayúdame a capturar una pareja de codornices silvestres. voh cachai cómo es el mono. se dio manso color con que los pajaritos eran libres, me acusaba de cerdo asesino por no saber ni siquiera diferenciar a las hembras de los machos. tenía razón. me explicó que el macho tiene un copete y la hembras un mohicano. tuve que jurarle de guata cuidar a las codornices como si fueran mi familia, cocinarles para que coman a su gusto, tener los espacios lo más ampliamente habilitados posible y en la medida de lo razonable hacer esfuerzos para que vivan en un régimen de semi-cautiverio.

otra condición del monito para ayudarme fue: prohibición de utilizar tecnología occidental para la captura de los ejemplares. muy bien, le dije, se hará como digáis. estuvimos el resto de la tarde sintiéndonos como adolescentes antes de someterse a la prueba de sus vidas, como en una película, excitados, ansiosos y asustados, revisando desesperadamente en gógl técnicas para fabricar trampas, lanzas, arco y flechas, cárcajs, ondas, boleadoras, proyectiles, jaulas.

salimos caminando desde su casa a la mañana siguiente rumbo a la terminal de buses, donde tomamos la micro San Antonio - San Pedro, hacia san pedro, descendiendo pasadas las 11am en un despoblado, desde el que accedimos a un predio fiscal, un descampado con bosque seco, cuenca del Maipo, principalmente espinos, presencia de arrayán y molle en las quebradas, ya en un sector alejado por así decir de la humanidad, sin ruido.

como era verano, andábamos con pantalones cortos y polera, en chalas, sólo con las monedas para la micro. estábamos ahora frente a la naturaleza casi desnudos. yo agarré un montón de piedras y me puse a caminar. el mono se quedó buscando ramas adecuadas para hacer ¿qué?, ¿una lanza? a lo lejos vi una bandada de pajaritos oscuros que corrían por el suelo. corrí hacia ellos espantándolos, pero alcancé a avistarles el copete. a la segunda o tercera bandada que tuve cerca diferencié claramente el copete del mohicano y me atreví también a lanzarles piedras, con las que no les pasé ni cerca.

de vuelta donde el mono lo encontré confeccionando una red con cuatro palos y hierbas varias. era como un bastidor, con vegetación amarrada en medio de forma desordenada, más o menos de un metro por lado. si lográbamos poner eso encima de una codorniz ya lo abríamos logrado, pero nos era imposible siquiera acercarnos a ellas. probamos varias formas de, sigilosamente, con el viento en contra, lograr aproximaciones al menos razonables como para saltar, o para lanzar el bastidor, sin éxito.

la distancia impuesta por las aves fue la principal vencedora de esa jornada inaugural. a partir de ese día, durante ¿tal vez un año? estuvimos con el mono viajando a picalleo (así se llamaba el sector, había una aldea al otro lado de la ruta). siempre con las manos vacías, salíamos temprano en la mañana y no volvíamos hasta que se hiciera de noche.

los primeros meses ensayamos diferentes formas de fabricar bastidores, cómo hacerlos más resistentes, más livianos. también el lanzamiento del bastidor se convirtió en una actividad típica de esos paseos. hubo un tiempo en que el mono se tiraba de guata en el suelo para que yo lo tapara entero con hojas y ramas, haciéndolo desaparecer, esperando que una codorniz se acercara por azar.

cuando llegó el primer invierno las codornices prácticamente desaparecieron, no sé si se esconden o si se van. nosotros dejábamos que fluyera y aprovechábamos de practicar yoga, o de ponernos al día con el consumo de objetos de la cultura, o de sustancias de interés espiritual. 

ya llegando la primavera aparecieron nuevamente, esplendorosas. yo las sentía renacidas o resucitadas, místicas. fuimos inspeccionando los lugares donde se detenían, descubriendo que en su dieta abunda una frutita morada y minúscula que sale en algunos árboles y arbustos de las quebradas. recogíamos puñados de esas frutitas para dejarlas cerca de nosotros, pero no había caso, ni siquiera se acercaban al montón. tampoco quisieron comer cuando nos alejamos del montón, y cuando volvimos dos o tres semanas después, el montón seguía ahí.

no éramos grandes corredores, pero con el tiempo fuimos tomándole el ritmo a la velocidad de las codornices, fuimos mejorando el sprint. a veces me parecía correr tan rápido como ellas vuelan.

hasta que un día sucedió. lo recuerdo como una gran fiesta, como si fuera un suceso importante a nivel comunal, tal vez: en una de esas carreras a todas velocidad pasó una codorniz, yo diría que por error, volando a mi lado, si bien sobrepasándome en velocidad, dándome también tiempo y espacio para tomarla con la mano, con gesto suave, ella de pronto detenida, quieta en el instante que mi mano la rodeó.

ejemplar hembra lucía un imponente mohicano, la coloración definida de sus líneas superciliares, un parpadear rítmico, acelerado, el palpitar de su corazón, su mirada y la mía cruzándose. quise olerla, pero al acercarla a mi cara se puso nerviosa, aleteó, o intentó aletear, yo mantuve la presión constante, como una jaula. busqué con la mirada al mono. lo encontré.

me dijo: suéltala.

devolví mi mirada a la codorniz, ella me miraba fijo. mientras abría los dedos noté su peso, tan liviana, algo así como un huevo seco, un globo desinflado. de un salto se dio vuelta, estuvo un instante posada en mi mano y salió volando, con un zumbido tan fuerte que me asustó.

las sensaciones eran diversas. la emoción del objetivo cumplido, versus la piedad y el compañerismo mezclados en la fauna que me rodeaba (codorniz+mono). ahora tenía una nueva amiga, una piadosa, desinteresada, frágil amiga, tan amiga como el otro animal, un simio, que se comunicaba conmigo (el mono).

perfecta, superior, inigualable amiga, mejor no he vuelto a encontrar. comprendía al fin una verdad indispensable para relacionarme con lo externo a mí, era descubrir a dios, abandonar la atmósfera, ser entero de nuevo.

mientras decidía jamás volver a someter a nadie a situaciones de estrés o encarcelamiento infundados, el monito se había llegado a mí y, comprendiéndomelo todo con la mirada, me dijo que nos fuéramos.

me dijo: mono, vámonos.

había pasado un año y medio, un año desde que visitábamos picalleo. el mono caminaba súper alegre. yo, sorprendido. eso de hacer un negocio, armar un start up y tratar de tirar parriba. deaónde poh. ahora, cuando me preguntan por las codornices, digo que tuvimos un renacer ideológico, una condición afectiva que nos impidió proseguir el plan de negocios.








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