viernes, 8 de enero de 2016

se la echaron

¿Te acordai mono? La primera vez que nos echaron estábamos en esa oficina de mierda donde nos conocimos, esa historia que no es nuestra, que es del Gino, pero que para efectos de esta misiva consideraré nuestra. ¿Cuánto llevábamos fuera de la universidad? Todavía creíamos en el comunismo, ¿te acordai? Nos queríamos harto y nos gustaba  “usar la razón” para resolver las situaciones. Parecía que vivir esa vida de las oficinas, del enamorarse del colega, era posible ¡A la mierda! ¡Los odiamos! ¡¿Cómo no los voy a odiar?! ¡Así no se puede vivir!

Llevábamos ¿cuánto? ¿cuatro meses? trabajando en esa basura hasta que un día la jefa se pasó de la raya: nos mandó a todos un correo electrónico diciéndonos que a partir de ese día iban a descontar dinero de la remuneración mensual por cada 15 minutos de atraso en las mañanas. ¡Claro! Ahí mandamos ese mail. ¿Fuiste tú o yo? Mandamos inmediatamente de vuelta un mail con copia a todo el mundo preguntando si acaso a partir de ese día también se iban a pagar las horas extra trabajadas cada tarde.

Nos llamó inmediatamente la pituca, ¡esfínteres!, citados en su oficina, una de las dueñas de ese lugar horrible, hija de su padre, desabrida igual de anoréxica que la oficina: blanca. Nos preguntó en tono bastante amable si es que acaso teníamos algún problema: dijo que ellas nos trataban tan bien a todos que ¿cómo podíamos plantearnos tan agresivamente?

Ahí empezamos a decirle toda la mierda que sucedía, todo lo que molestaba: obligarnos, por ejemplo, a venir al barrio alto donde todo es carísimo, y prohibir comer en la oficina ¡por los olores! ¡¿Cómo se puede tener tan poca empatía con las economías que nos permiten los sueldos mediocres que nos pagas?! Tanto hablamos y con tanta razón, que la escuálida quedó llorando, no pidiendo perdón pero llorando, parecía comprendernos, ¿te acordai?

Ahí las cosas parecían ir bien encaminadas, ella se comprometió a solucionar los problemas que tuviéramos con la condición de que generáramos un documento donde expusiéramos en concreto cada “issue”. ¿Te acordai moneque que dijo esa hueá en inglés?

Nosotros sentíamos cómo si nos hubieran puesto al mando de un sindicato, pero una hueá bien ciudadana, ¿cachai?, en buena ondita con la jefa, solucionar los problemas conversando, negociando, toda bien rubio, civilizado.

Así que mandamos un mail para generar el documento. Invitamos a toda la oficina pero se nos sumaron apenas dos o tres pelagatos, que tampoco participaron mucho, pero finalmente escribimos 47 puntos en un petitorio que tenía el nombre mucho más ciudadano de “reunión con Daniela Weinfield”. Lo conversamos con ella… ¡tan bien! Nos esperó con galletitas y snacks caros, ¡hueás raras!, ¿era caviar?, era algo así.

Estuvimos en la sala de reuniones varias horas, conversando de todo, cómo solucionar el tema aseo, cómo transparentar los trabajos de todos, cómo coordinar mejor el día a día, íbamos a hacer media hora de tiempo libre por cada media jornada en la oficina, tantos buenos proyectos. Al final la reunión se extendió, era viernes en la tarde, salió todo bien, desde el lunes iban a implementarse los proyectos, todo lo conversado… ¡qué buena onda!

Así llegamos el lunes, ¿te acordai que tomamos el metro en Baquedano porque habíamos dormido en un motel? Llegamos y no alcanzamos a instalarnos en nuestros puestos de trabajo porque la secretaria nos mandó directamente a la sala de reuniones.

Nos esperaban los socios, la pituca esta, un par de personas más. Rápidamente nos informaron que habían decidido prescindir de nuestros servicios, que nuestros computadores ya no estaban disponibles, que podíamos retirar nuestras pertenencias y firmar el finiquito con la secretaria. ¿Cómo no los vamos a odiar? ¡Cerdos!

Quedamos en estado de shock, los colegas nos dieron agua, nos ayudaron a abandonar el lugar, nos fuimos de vuelta al motel ¿te acordai?, en Baquedano de vuelta como a las 11am, y estuvimos culiando toda la tarde, ¿te acordai que llamamos y pedimos que nos llevaran un botellón de lubricante? Nosotros estábamos bien, culiábamos harto, pero a la gente de esa oficina ¿cómo no la vamos a odiar? ¡Cerdos! ¡Merecen la muerte! ¡Al paredón!

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