viernes, 30 de junio de 2017

Reverberación injustificada de Holztek (de Marripinda acá no va encontrar nadita)

En el que ahora es el departamento de la Rara, ahí escondimos los grabados po, en la villa, en la calle Pericles. Fue el... ¿2011? Yo estaba loco en esa época, estaba tomado por el mal rencor, vino de buitres, y mis compañeros eran unos payasos grandilocuentes que decían que iban a matar al presidente pero no tenían un arma ni sabían disparar.

Katya nos movilizó. Ella fue quien todo el tiempo sostuvo el vigor, la articulación entre paso y paso, fue la coordinadora espontánea o magistral directora de una sinfonía nunca escrita pero que siempre estuvo esperando su orquesta imaginaria.

Katya dijo: hay una alumna en mi clase, es hija de un gerente bancario. Le preguntamos, pasándole el faso que corría, si acaso pensaba en un secuestro, que nos dijera antes para apagar los teléfonos. Katya dijo: no es necesario, si aquí nadie va a hacer niuna weá rara. Acto siguiente, nos gesticula que vamos a la pieza los cuatro, piola, callados, hablando cualquier weá. Cantando 31 Minutos.

Katya entra la primera y se queda en la puerta. Yo paso luego, después Bertolo, de ahí el Mono, y entonces Katya cierra la puerta. Nos dice que necesita que ayudemos a una amiga de ella. Una amiga que quedó embarazada, que tiene que abortar y no tiene niuno. Que, además, el culiao que la dejó embarazada la anda buscando pa pegarle. Y que ella (la amiga) tenía un negocio casi hecho, pero ahora no lo puede hacer porque se está fondeando y encima necesita abortar. Katya finaliza diciendo con una aseveración inescrutable que nosotros somos los únicos que la podemos ayudar.

Yo, con lo que dijo, sabía quién era la amiga de Katya, y por lo tanto también sabía quién era el hijo de yuta que la andaba persiguiendo, un weón cuático amigo del 50, pero de todos modos Katya no había acabado de decir cómo teníamos que ayudarla. Bertolo diría que sí a lo que Katya pidiera. El Mono presentaba un rostro de sospecha ante una propuesta que se iría desplegando poco a poco.

Dijo Katya: esto es todo lo que tienen que saber por ahora, si aceptan ayudarnos, chiquillos. Mi amiga tiene un negocio cerrado con una señora del sur que le va a comprar unas obras por mucha plata. Y el papá banquero de mi alumna tiene las llaves del lugar donde están esas obras. Yo les voy a pasar las llaves y ustedes tendrían que hacer todo lo que falta, ir a buscarlas, traerlas pacá pa mi departamento, guardarlas bien y, en dos días, uno de ustedes las lleva al sur, recibe las lucas y se viene.

El Mono, antes dudoso, sonríe y dice: hermana, yo estuve en situación similar hace dos años, yo voy aunque sea peligroso, además considerando que no hay mañana. Ante esa afirmación de la vida, no pude ser menos y le dije con la cara llena de risa: compa, yo igual voy. Bertolo dijo, simulando su disgusto aunque creo que más bien temeroso: obligao. Eso, que iba obligao. Pero que necesitábamos un auto y plata pa la bencina.

Naturalmente, Bertolo era el chofer.

Katya dijo: gracias cabros. Yo sabía. Tranquilos con eso que ya está cubierto. Ahora salgamos y carretiemos, tenemos que juntarnos mañana en la entrada de Alemán del Peda a las 11 de la mañana. En punto, cabros. Porfa.

Confirmao, dice Bartolo. Asentimos.

Esa noche vacilamos varios vinos, sin hacer referencia alguna a la nave de locos en que habíamos acabado de subir. A alguna hora, Katya tomó un vaso largo de agua y salió. Despertamos a las 10, llegamos faltando dieciocho minutos a Eduardo Castillo Velasco con Doctor Johow. Bertolo prendió faso y al acabarlo ya estábamos frente a la Katya y una Mitsubishi Katana doble cabina que decía Vehículo Estatal, Ilustre Municipalidad de Vitacura. Subimos, yo y el Mono en los asientos de atrás. Bertolo de piloto, Katya de co.

Dice Katya: ¿los celulares en la casa? Ya. Ahora vamos por Bilbao parriba hasta Tomás Moro, de ahí te voy indicando con la mano pa qué lado. Tranquilos, cabros, que es feriado, anda todo el mundo en la playa, los pacos van a estar viendo el partido y en la mañana probamos varias veces que las alarmas del lugar están bien desactivadas. Tú, gordo, ponte esta chaqueta. Dice "Sea un vigilante más en su comuna". Chiquillos atrás, pónganse estos guantes y saquen de ese estuche los delineadores. Tienen que pintarse unos ojos arriba y unos ojos abajo de los ojos, así las cámaras van a pixelar sus caras. En el suelo hay overoles que dicen Municipalidad de Vitacura, eso les cubre toda la ropa, también hay un jockey y un gorro del Colo Colo. Pónganse todo porfa. Yo voy a abrir todas las puertas, tú gordo conduce tranquilo, vamos a ir escuchando el partido en la radio. Somos funcionarios de la Municipalidad de Vitacura, yo soy la Catalina Eguigurraguen, jefa del área de Cultura, pero cualquier weá ustedes me tratan de jefa no más.

Llegamos a lo que parece un parque privado. Katya abre un portón con un control remoto. Desde una caseta, metros adelante se asoma un funcionario, Bertolo baja el vidrio y lo saluda, le dice: "dos cero ganamos hoydía, ¿síonó?". El guardia simplemente paró su cuerpo pero no despegó la mirada de la tele donde veía el dinámico encuentro dizque deportivo. "¡Vamos Chile!" nos grita, con verdadero y triste entusiasmo. El gordo entra el brazo, cierra el vidrio y dice "¿vamos Chile? Puta qué pena el viejo culiao". Detiene la máquina distando unos cuatrocientos metros parque adentro, es tremendo terreno, todo lleno de árboles y aves. Frena, pone los cambios en neutra pero no apaga el motor. Ya, cabros, anuncia Katya. Ustedes están listos, están vestidos, yo voy a abrir esa puerta de madera, entran conmigo, yo ando sin guantes, ustedes entran, sacan los paquetes que yo les apunto, los agarran y nos subimos a la camioneta, nada más. Y nos vamos de vuelta pa Ñuñoa.

Contra nuestras expectativas de peligro, la acción se ejecutó más o menos según las indicaciones de Katya. Los paquetes eran tubos de cartón que decían Itaú en un costado, y tenían un código QR. Yo subí dos, el Mono cuatro. Todo a los pies de los asientos de atrás. Katya cerró, encendió un Philip Morris corriente, y subimos al vehículo. Al pasar por donde el viejo, aplaudimos literalmente, mientras Bertolo le dijo con imperceptible sorna: "¡Lo más grande Vidal!".

Pasamos las dos noches en casa de Katya, en una dinámica similar de beber vino y agua, fumar marihuana y tabaco, y comer pan con mantequilla, naranjas y kiwis. Bertolo leía el "Relato de un náufrago" de García Márquez. Yo preferí ver unos extraños dibujos animados que descubrí en el tan inquietante como sorprendente Cartoon Network. El Mono le preguntó a la Katya si no prefería que hiciéramos algo para sacar del camino al macho anarquito que quiere pegarle a su amiga. En la noche, Katya se me acercó y me convenció de ir yo al sur. Su modo de persuadirme fue leyéndome un poema de Jorge Teillier que hablaba de un cabro que confunde el ruido de un barco con el de un tren. Me pasó doce billetes de cinco lucas y me dijo: el martes los ratis van a haber bajado la guardia de nuevo, te vas en el JAC de las 22.30, el que no para en Temuco. La mercancía estaba en un portamapas y en mi mochila iban libros y apuntes para pasar como el estudiante que soy.

El resto de la historia la conocen.

En Valdivia nos capturó un rati y nos decomisó la mercancía y el dinero, que obviamente se guardó para sí a cambio de dejarnos libres. Sin embargo, la señora pagó 5 millones por un solo grabado: el de san Eustaquio, consagrado al gran anatomista del Renacimiento, Bartolomeus Eustacchius.

De los quince grabados de Albert Durer que robamos de la Corporación Cultural Itaú de Vitacura, nos quedaban otros catorce esperando compradores en el departamento de Pericles de la villa Olímpica.

Volví a Santiago sin cola y con las piernas temblorosas.

Les conté todo a los cabros. Katya dijo que había prisa por el dinero en relación a la urgencia de la compa, así que ella iba a conseguir comprador. Al día siguiente, se presenta en el departamento el profesor Cristóbal Holzapfel, a quien yo conocía porque me había hecho unas clases muy repetitivas cuando estudié filosofía en el Pedagógico. Holzapfel trae una mochila deportiva Lippi consigo, adentro de la cual vienen cinco millones de pesos en billetes de diez mil. Me dice que él hace esto no porque acostumbre a cometer delitos ni porque le guste el riesgo, sino por amor a su madre, que en realidad es el amor a la tierra, al origen. Que él siempre pensó que era alemán, pero que hace unos días, después de un incidente que dijo que tuvo (me percaté que tenía una herida en la ceja) se le habían caído todas las certezas. Yo tomé la mochila, la abrí y conté los cinco turros de a un palo que trajo Holzapfel, y le pasé su portaplanos. Entonces nos quedaban trece y ningún comprador.

Katya voló con el dinero donde el maldito especulador de misoprostol + mifepristona. La amiga se sanó y se viró a una okupa en Córdoba, Argentina, donde hacían circo. Al imbécil que la perseguía lo atropelló una camioneta blanca pocos días después, no murió pero quedó sin cuerpo útil. Holzapfel dejó la universidad y se fue a vivir a Valdivia con su madre, hasta que ella devino cadáver el año pasado. Antes que se fuera a vivir la Rara a Pericles, sacamos los trece grabados que quedaban y los trajimos a este yate frente a Quintero, donde no censan, no cobran luz ni agua, y nuestro amigo el rati cada tanto nos trae libros y provisiones, y ahí vamos transando las condiciones con que le vendemos cada tanto un grabado del Durerito.

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