viernes, 16 de septiembre de 2016

Inmersión

a mis hermanxs que están habitando líneas de fuga:
Pax Roa, Max C. Galaxia, Boris, Laura,
Camila L. E. (lectora de Espinosa, lentes que son espejos),
David el navegante, David el transhumante,
Cristo Alejandro H. Salinas,
todxs en alguna medida
llamadxs
Pancho Misterio


***

Voy conduciendo un vehículo imposible,
descapotado
está mi organismo
ejerciendo la más desoladora presión
sobre el pedal acelerador
con el objeto de avasallar esta carretera
pneumática
donde la tierra se chupa los carteles
por pura diversión
y la sed
es la compañía de los lunáticos
que me acompañan en forma de recuerdos,

voy cruzando pueblos
cuyos rumores resuenan como
los teléfonos de una oficina vacía,
sus nombres se ocultan en el calor de las nubes bajas,

esto se llama simplemente desierto de los labios partidos,

voy dejando atrás el Chile de mi época,
los transigentes que militan
en el olvido, los bares
de 10 de julio donde tantas veces disparé
la escopeta de Carrera
sobre mis ñatas inexpresivas gritando
tembloroso
los sofismas del mundo antiguo,

atrás queda Arturo Prat y Chillán Viejo,
las patas de los caballos,
Vega Chica, Collico,
avenida Macul, Cementerio Metropolitano, mall Plaza Vespucio,

voy estirando una línea redonda
que se asemeja demasiado a la navaja
de un suicida, la pesadilla de un
profesor francés
quien leía por las tardes
los poemas de Roberto Bolaño
y temía desfenestrarse a sus cincuenta años
después de matar a su esposa "sin querer" como él mismo habría afirmado,

horrores de la superficie
cuando te das cuenta que el polígono es un fractal
y que los números no se pueden contar,
así como tampoco se puede hacer
una quiromancia del pueblo
por más que quieras advertir
las próximas masacres a la clase,

voy escupiendo las cervezas
de mis juventudes
conforme embrago y jalo
la palanca de cuarta a quinta
y de quinta a tercera, sólo por joder
el motor, sólo por oír una sinfonía mecánica
del combustible,
exigiendo a los rodamientos lubricados
que cesen su funcionamiento de golpe
y me dejen igualmente estirado sobre esta infinitud
como esos millones de perros devenidos envases o monedas de la suerte,

nervadura de chacales,
crema de manos de los pastores extraviados,

voy quemando cigarrillos innobles del contrabando,
quemándome los bigotes y las sienes, aspirando
un aire marino entre dos
cordilleras como dos pilares
de un pantheón sin dioses, ya no hay nuevas dijo la poeta Elvira,
en este siglo en que el periodismo es
el ejercicio de repetir lo siempre igual,

voy adelantando kilométricos camiones
que otrora hubieran contribuido ampliamente
al derrocamiento de la Unidad Popular,
confabulados con los gremios agrícolas, con las patronales
del comercio, con los estudiantes católicos, con las amas
de la clase alta, subvencionados por
la inteligencia de
un país que no tiene nombre propio
y que ha usurpado simbólica y materialmente
a todo un universo por más de doscientos años,
van estos camiones a las zonas francas, a los puertos,
a movilizar la mercancía, a exportar
el cobre o el pino, a llenarse de
fabricaciones chinovietnamitas, encadenados
sus niños a la tintura de nuestros cabellos tristes,

voy olvidando algunas cosas
en la medida que baja la noche y no dejo de acelerar,
a veces miro por los espejos
y durante varias horas no observo un solo ser
vivo, una sola máquina, no hay nada
más que el pavimento y yo
rodando
entre el suelo y el cielo, una bandada
de pájaros antárticos me pareció ver, pero
a estas alturas puede
que sea sólo producto del sueño,

voy entrando en otras tierras, el cielo se torna azul,
lila,
celeste nuevamente, después rojo,
crimson, arde
el cielo
como el mar de Solaris
como Venecia inundada por los cadáveres del mediterráneo,
y
mi velocidad se confunde con la sangre de los dioses,
estoy dentro del mundo, finalmente
lo he logrado. Ya no hay
líneas que dividan lo existente.
Estamos juntas, hermanas,
hermanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario