a mis hermanxs que están habitando líneas de fuga:
Pax Roa, Max C. Galaxia, Boris, Laura,
Camila L. E. (lectora de Espinosa,
lentes que son espejos),
David el navegante, David el
transhumante,
Cristo Alejandro H. Salinas,
Cristo Alejandro H. Salinas,
todxs en alguna medida
llamadxs
Pancho Misterio
***
Voy conduciendo un vehículo
imposible,
descapotado
está mi organismo
ejerciendo la más desoladora
presión
sobre el pedal acelerador
con el objeto de avasallar esta
carretera
pneumática
donde la tierra se chupa los
carteles
por pura diversión
y la sed
es la compañía de los lunáticos
que me acompañan en forma de
recuerdos,
voy cruzando pueblos
cuyos rumores resuenan como
los teléfonos de una oficina vacía,
sus nombres se ocultan en el calor
de las nubes bajas,
esto se llama simplemente desierto
de los labios partidos,
voy dejando atrás el Chile de mi
época,
los transigentes que militan
en el olvido, los bares
de 10 de julio donde tantas veces
disparé
la escopeta de Carrera
sobre mis ñatas inexpresivas
gritando
tembloroso
los sofismas del mundo antiguo,
atrás queda Arturo Prat y Chillán
Viejo,
las patas de los caballos,
Vega Chica, Collico,
avenida Macul, Cementerio
Metropolitano, mall Plaza Vespucio,
voy estirando una línea redonda
que se asemeja demasiado a la
navaja
de un suicida, la pesadilla de un
profesor francés
quien leía por las tardes
los poemas de Roberto Bolaño
y temía desfenestrarse a sus
cincuenta años
después de matar a su esposa
"sin querer" como él mismo habría afirmado,
horrores de la superficie
cuando te das cuenta que el
polígono es un fractal
y que los números no se pueden
contar,
así como tampoco se puede hacer
una quiromancia del pueblo
por más que quieras advertir
las próximas masacres a la clase,
voy escupiendo las cervezas
de mis juventudes
conforme embrago y jalo
la palanca de cuarta a quinta
y de quinta a tercera, sólo por joder
el motor, sólo por oír una sinfonía
mecánica
del combustible,
exigiendo a los rodamientos
lubricados
que cesen su funcionamiento de
golpe
y me dejen igualmente estirado
sobre esta infinitud
como esos millones de perros
devenidos envases o monedas de la suerte,
nervadura de chacales,
crema de manos de los pastores
extraviados,
voy quemando cigarrillos innobles
del contrabando,
quemándome los bigotes y las
sienes, aspirando
un aire marino entre dos
cordilleras como dos pilares
de un pantheón sin dioses, ya no
hay nuevas dijo la poeta Elvira,
en este siglo en que el periodismo
es
el ejercicio de repetir lo siempre
igual,
voy adelantando kilométricos
camiones
que otrora hubieran contribuido
ampliamente
al derrocamiento de la Unidad
Popular,
confabulados con los gremios
agrícolas, con las patronales
del comercio, con los estudiantes
católicos, con las amas
de la clase alta, subvencionados
por
la inteligencia de
un país que no tiene nombre propio
y que ha usurpado simbólica y
materialmente
a todo un universo por más de
doscientos años,
van estos camiones a las zonas
francas, a los puertos,
a movilizar la mercancía, a
exportar
el cobre o el pino, a llenarse de
fabricaciones chinovietnamitas,
encadenados
sus niños a la tintura de nuestros
cabellos tristes,
voy olvidando algunas cosas
en la medida que baja la noche y no
dejo de acelerar,
a veces miro por los espejos
y durante varias horas no observo
un solo ser
vivo, una sola máquina, no hay nada
más que el pavimento y yo
rodando
entre el suelo y el cielo, una
bandada
de pájaros antárticos me pareció
ver, pero
a estas alturas puede
que sea sólo producto del sueño,
voy entrando en otras tierras, el
cielo se torna azul,
lila,
celeste nuevamente, después rojo,
crimson, arde
el cielo
como el mar de Solaris
como Venecia inundada por los cadáveres del mediterráneo,
y
mi velocidad se confunde con la
sangre de los dioses,
estoy dentro del mundo, finalmente
lo he logrado. Ya no hay
líneas que dividan lo existente.
Estamos juntas, hermanas,
hermanos.
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