Como todas las mañana pasaba concentrado en el café que se tomaría apenas entrar en la oficina, el funcionario se demoró algunos segundos en darse cuenta que algo se venía arrastrando hacia él, se le acercaba por atrás y él apuró un poco el paso antes de darse vuelta y observar cómo un mendigo andrajoso arrastraba sus frazadas en medio de la plaza y lo miraba atentamente como diciendo, ¿puedo hacerle una pregunta?, era un mendigo conocido de la plaza, el Perica, así que el funcionario, colgada la credencial municipal que orgullosamente exhibía en su caminata matutina por la plaza de Lo Parronal, se detuvo un momento, atendiendo a los gestos del indigente, quien se demoró todavía algunos pasos en llegar hasta él, con todo ese arrastrerío de porquerías que eran su ropa y su abrigo, y cuando por fin estuvo a su lado quiso tomarle una mano antes de hablar, gesto rechazado por el funcionario de forma instintiva producto del mal olor y el aspecto, pero cuyo rechazo no desincentivó la potencia y la tristeza profunda de su mirada cuando le preguntó: ¿dónde están los muertos?. Obviamente sorprendido por la pregunta, quiso ser razonable y le dijo: Amigo, los muertos están en el cementerio.
En la plaza de Lo Parronal, séptima región, no hay pasto, sólo algunas jardineras con plantas ornamentales, y árboles. Los amigos del Hermano Árbol, que este año de nuevo se ganaron la concesión para mantener las plazas de la comuna, llegan en su mini camión aljibe para regar estas jardineras, pero como siempre venían medio apurados porque mientras antes terminan, antes se van pala casa, también les costó entender que el Perica estaba realmente acercándose hacia ellos, arrastrando sus porquerías o lo que fueran, y haciéndoles gestos, que varios de los jardineros subcontratados pensaron que eran una petición de ser bañado con la manguera, oferta hecha por el operario con un gesto de la manguera, pero rechazada por el marginado, que se acercó a uno de ellos, al más viejo, al más parecido a sí mismo, se acercó tanto que el jardinero senior se alejó un paso del mendigo antes de ver su rostro lleno de piñén preguntando ¿dónde están los muertos? Con una compasión que no sabía que podía embargarlo, respondió: a los muertos los entierran, después se pudren, y se hacen parte de la tierra
El policía pasa caminando tranquilo, no va pensando en nada, sólo va apurado camino a la comisaría. Él sí se da cuenta que el Perica quiere hablarle, y lo esquiva con un paso rápido, pero el mendigo también tiene sus pasos rápidos y salta, arrastrando toda su porquería, quedando frente al carabinero que, asqueado por el olor, da un paso atrás, escucha rápidamente la pregunta, sin siquiera mirar el rostro del hombre que lo increpa: ¿dónde están los muertos?, da un paso al lado y reemprende la caminata pensando qué decir. Dos pasos después y sin detenerse, da vuelta la cabeza y le grita: “bien muertos están”.
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Esa misma noche pasa un viejo curao que no era precisamente del barrio pero a veces se aparecía y conversaba o convivía de alguna forma con el Perica. Cuando quedaron solos en la plaza, el Perica tomó esa postura que tomaba siempre que hablaba de los muertos, quedó mirando al otro viejo bien serio y le preguntó dónde están los muertos. El viejo también cambió su postura corporal antes de hablar, y le dijo: “nosotros somos los muertos”.
Ya era de noche, pero en invierno oscurece temprano, y una extraña coincidencia de horarios y combinaciones hizo que el funcionario trabajólico pasara por ahí al mismo tiempo que el jardinero viejo, que iba con un warisnake encima, y el policía, que no iba pensando en nada. El Perica de pronto lo ve a los tres casi juntos y les grita: "¿para que se hacen los weones, si los muertos somos nosotros? se creen vivos y se hacen weones a ustedes mismos, muertos culiaos, me dan asco”. Funcionario, jardinero y paco, se miran, también asqueados. Siguen caminando.
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Esa misma noche apareció otro viejo igual que él. Venía curao y arrastrando sus porquerías. No se dio ni cuenta, ni de que se le acercaba alguien, ni de la pregunta que le hicieron, ni de la respuesta que dio: nosotros somos los muertos. Pero el Perica sí escuchó la respuesta, se quedó pensando en eso cuando el otro curao desapareció, y en la mañana, cuando el funcionario pasó por la plaza, le gritó: nosotros somos los muertos, ¿pa qué se hacen los weones?. Más tarde, cuando pasaron los amigos del Hermano Árbol, se acercó de nuevo al más viejo y le preguntó qué tenía que hacer para podrirse y volverse parte de la tierra. Finalmente pasó el policía y el Perica entró en un frenesí, desde que lo vio al otro lado de la plaza empezó a grítale, ¿cómo que estoy bien? ¡mírame!, ¿cómo puedes decir que estoy bien muerto?. El paco se puso en guardia porque el Perica se abalanzó hacia él, pero inexperto y mal entrenado, no alcanzó a sacar su arma de servicio ni a defenderse, recibió un tacle que azotó su cabeza contra el suelo, muriendo en el acto. Esa misma noche arrestaron al Perica.
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