sábado, 3 de diciembre de 2016

Breviario litoraleño

1.

Una mañana desperté en la costa y sin dientes. Lo que había perdido, sin embargo, no era tanto la materialidad ósea con que masticaba hasta entonces carnes y frituras, sino esa dureza del lenguaje con la cual uno juega a ser juez del mundo. Así me criaron y hasta gusté de mí, padre de mis titubeantes poemas y orgulloso de la política que argumentaba con castizos conectores. De ese modo justifiqué filosóficamente mis miserias, con un orgullo igualmente mezquino cuyo vacío no me atrevía a asumir. Buen método para desarmar la democracia aprendida, entonces, era dejar de mascullarla por enfermedad.

2.

Dice Silvestri que Nietzsche llamaba estados valetudinarios a aquellos en que la potencia de un cuerpo se acrecienta por efecto de sus propias carencias. Por ejemplo, la persona que queda ciega a los treinta años aprende a diferenciar sonidos que antes le parecían iguales. Así, quien viaje al círculo polar puede aprender a distinguir los diferentes blancos en la materia, con más facilidad si se apoya de las diversas palabras con que los pueblos del norte llaman a esa escala cromática, plana para un hombre occidental que se cree a sí mismo blanco y que llama color piel al color de su piel. Para ejercitar un estado valetudinario, así como para someterse a un viaje sin devenir turista, hay que abandonar el cinturón de certidumbres sobre el que se edifica la soberbia epistémica que nos vuelve ciegos e idiotas. Séneca dice que de nada vale viajar, aunque viajes solo, si viajas siempre contigo mismo. No basta, entonces, con incendiar Chile, pues tanto la esclavitud como la policía están en todas partes. No queremos ampliar el desierto, por el contrario necesitamos multiplicar los oasis hasta que sus ríos, hoy famélicos, se toquen y compongan un gran caudal, capaz de inundar la tristeza que el capitalismo ha querido hacer ontológica, pero que no es más que otro de sus artificios simbólicos vuelto carne.

3.

La ciencia ha aprendido del error más que el humanismo. Todo lo que hemos creído hasta el momento como cierto muestra su debilidad ante lo nuevo cuando es glorioso. El pensamiento nunca se suspende. Marca sus inflexiones precisamente en los momentos del descubrimiento. Lo irrefutable del platonismo es que la idea se presenta como un descubrimiento. No sabemos lo que puede un cuerpo, tampoco sabemos lo que puede un pensamiento.

4.

¿Ha hecho falta que destruyera mis huesos de la palabra para contemplar las manifestaciones de la naturaleza de forma más humilde? Antes creía que trataba con respeto. Sin embargo, quizás no era cuestión de contemplar sino de participar activamente, de dejarse afectar mas también de afectar, de incidir en los acontecimientos. De desplegar la voluntad. En eso consiste la agencia. ¿Cómo llega la idea, entonces? Ésta se presenta como un camotazo o un coliguazo, como un golpe cuando menos, es decir, con fuerza y hasta con violencia, y procede de la composición del pensamiento con otros pensamientos. La idea sacude a la certeza de modo que funda un nuevo estado del pensamiento, se impone en la pizarra de la historia como un punto que deviene mancha, una isla o un lago en un mapa, aunque de cerca más bien sería como el cráter de un volcán. Todo esto le parecerá muy cartesiano a mi compeñi.

5.

Asimismo hay quienes convirtieron un delirio en su ciencia, cual fue el caso del doctor austriaco que se fue al campo de Estados Unidos y quiso medir la pulsión. Su historia es triste, pues conjugó la ingenuidad y la confianza con una voluntad de liberación. Huido del asedio nacionalsocialista por freudiano y por marxista, creyó que aquello de la libertad en el país central del norte de América era algo efectivo. Fuóse a instalar a una universidad por las Pensilvanias con el objeto de experimentar sus teorías sobre el libre flujo de la sexualidad como método para la revolución social. Allí diseñó una máquina de la que captaría la energía de la vida, el acumulador de orgón, en cuyo desarrollo consiguió trabajar con diversas personalidades, incluido el propio Einstein. Como es de esperar para cualquier habitante de un país invadido por Kissinger y la CIA, a Guillermo Reinos, el doctor austriaco, lo metieron preso, esto en la época de la invasión norteamericana a Corea, donde hubo una gran purga entre los ciudadanos norteamericanos para perseguir al fantasma del comunismo. En su libro La función del orgasmo, el bueno de Reinos había demostrado que culiar era un acto biológico de afirmación de la vida puesto que materializa la voluntad y el deseo, y por lo tanto, los supuestos fines reproductivos son un apéndice de tan necesario acto. Murió en las prisiones del capitalismo tecnoliberal, confiscada su máquina y prohibidos sus libros. Al día de hoy, su pensamiento es relevado en películas documentales y detonaciones en las comisarías.

6.

Uno se puede encerrar en la creencia de sus virtudes, y convertir ese caparazón en la nave que nos permita navegar seguros en medio de la tormenta y sus cadáveres. Quizás no haya yerro suficientemente fuerte como para entrenarnos a oler las verdades en lo inmediato, antes bien, si somos cautelosos sabremos que estamos errando cuando nos llegan señales de la enfermedad. Para conseguir el despliegue del estado valetudinario requerimos haber sentido el dolor en su máxima potencia. La carencia radical. El abandono, la oscuridad total, el cero absoluto. Esa melancolía no es autodestructiva, es la condición de posibilidad del despliegue de la potencia creativa.

7.

Afinar los órganos para el camino ha de ser el ejercicio permanente del viajero. No obstante, que la preparación del viaje jamás concluya no quiere decir que el viaje no haya comenzado.

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