Hoy el cabezón me contó que durante su infancia tuvo ocasión de presenciar algunos simpáticos e interesantes comportamientos del loro choroy. Su casa, en la villa europa de la ciudad de Valdivia, colinda con un bosque por el patio trasero. Mas allá del bosque, se deja ver un humedal, digamos una laguna. Altos árboles y musgo sobre los troncos podridos, selva valdiviana urbana. Los choroyes, pues así los llamó, llegaban en dos épocas, al germinar las semillas, y luego a la floración, o sea en septiembre y abril.
Primero me contó que en algunos troncos podridos se junta agua y que ésta se mezcla con pedazos podridos del tronco mismo, con lo que se forma un jugo de tronco podrido, que fermenta cuando sale el sol. Los choroyes, según el cabezón, se pelean por tomarse ese trago y arman alborotos ensordecedores y otras jugarretas que ni sabría explicar.
También me contó que había grandes bandadas de choroyes que atacaban las semillas todavía colgadas de árboles completos, y que mientras cada loro pela y bota la cáscara de una o dos semillas a la vez, desde lejos se ve como una nube de cáscaras que se va desprendiendo del árbol y acumulándose en el suelo.
Es parte de lo que hemos denominado naturalismo conversacional.
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