miércoles, 13 de febrero de 2013
un delgadísimo anciano, de 100 años y un metro de altura, se pasea graciosamente en zunga y con un gorro del ku klux klan por un derruido y angosto balcón de segundo piso, en pleno barrio histórico de una ciudad tropical centroamericana, en una calle repleta de comercio y gente. la lluvia lo moja y él, eufórico, cómico, estilando la barba canosa, extrae desde dentro de la zunga una especie de lanza retráctil, con la que, una vez estirada, apunta a los transeúntes y los invita, los conmina, en un español neutro lleno de germanismos anticuados, a dejarse derretir por el agua lluvia. está loco, dicen, es un sueño. nosotros sabemos que era de verdad, que fue el primero en derretirse, y que ese líquido color barro en el que se convirtió llegó al mar caribe a través de una tubería subterránea, en día de ciclón, y se esparció entre new orleans y la desembocadura del orinoco. sus últimos restos de material genético se disolvieron 127 años más tarde al ser tragados, en las cercanías de aruba, por un ave migratoria de características similares a las del anciano, una ave de edad sobrenatural, de tamaño ridículo, que ascendía a 120 kilómetros por hora para posarse sobre las nubes ante cualquier atisbo de lluvia. está loca, dijo, soy un sueño.
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