martes, 13 de diciembre de 2011

terror

Claro que todos sabíamos qué aspecto tenían los niños y en qué cosas había que tener cuidado cuando se trataba con ellos, pero incluso habiendo pasado tantos años no era fácil entrar a la pieza, ver a la mamá, verlos a ellos, dejar la bandeja con comida y salir de vuelta a caminar por la casa como si todo fuera de lo más normal. Yo siempre traté de que los dejáramos salir a la calle, a jugar en el patio, que almorzáramos con ellos en la mesa de living, que los tratáramos como si fueran gente normal, o como si los quisiéramos como queríamos a los demás familiares, como si se pudiera convivir con ellos sin que todo fuera monstruoso, como si no nos diera asco. Alguna vez los dejé salir por mi cuenta, habiéndome quedado sola en la casa, y los resultados fueron normales, pero infinitamente desagradables. El gran problema es que no se les puede mirar sin que den ganas de desviar la vista, y como pueden mirar para adelante y para atrás uno no puede esconderse de sus ojos, que están siempre atentos y profundamente blancos, inquisidores, culpando de todo a todo cuando miran. La única que puede mirarlos a las caras sin asquearse es la mamá. Son dos, él y ella, y cada uno tiene dos pares de caras, cubierta la parte alta de la cabeza por pelo negro, y con pelo entre cada par de rostros, haciendo una especie de mohicano. Yo nunca he pasado mucho tiempo con ellos pero nunca los he visto dormir ni hablar, sólo mirar penetrantemente todo, haciéndome sentir culpa por cualquier cosa, por casi todo.

Ayer en la noche fui a dejarles la comida. La mamá estaba ahí y me anunció algo, me miro con cara de que algo iba a pasar, de que los demás teníamos que estar atentos a lo que pasara en la pieza de los niños y en la de ella, me hizo unos gestos como indicándome la habitación al otro lado del pasillo. Yo asentí y me fui. A veces me pasa que, aunque no sé qué está pasando ni en qué tengo que pensar, aparece una palabra en mi cabeza, o una melodía, una cosa que aparece y se me queda dando vueltas, diciéndome que esto y que lo otro, resonando con ritmo entre los crujidos de las maderas, entre lo que dicen en la tele. Ese día fue un ritmo silbable, que estuve repitiendo mientras me cocinaba, mientras conversaba con los demás hermanos, que no entendían qué cosa me habría querido decir la mamá, que tampoco tenía que ser muy importante.

Yo no digo que hagan magia o que yo sea esquizofrénica, pienso que las cosas se dieron como se dieron y que tengo que aceptarlas tal como son. Yo estaba en eso con mis hermanos y de pronto estábamos todos en la pieza de la mamá, que no tenía más muebles que la cama, instalada en medio de la pieza, con la mamá acostada de espaldas, tapada completamente con una sábana, y todos apretados alrededor de la cama. Éramos como 10. Los niños estaban a los pies de la cama y jugaban monstruosamente a tirar un montón de cosas que tenían en el suelo (floreros de vidrio, cuadros, pesas de una antigua balanza, lámparas, ceniceros) hacia la cabeza de la mamá, mientras los demás escuchábamos los impactos en la frente, en la nariz, en la pera, sin risa ni pena ni rabia ni miedo escuchábamos los golpes secos, y veíamos cómo la sangre hacía que se notaran las facciones de la mamá a través de la sábana.

Al rato nos fuimos. Caminé por el pasillo y en la pieza del fondo estaba de nuevo la mamá, sentada en un computador, revisando unas fotos donde estaba ella abrazando a uno de los niños. Se le veían dos caras a él y la mamá tenía la teoría de que en la foto se veían dos caras porque le era imposible amar a uno sin amar al otro. Yo le dije que teníamos que hacer algo con el cuerpo que estaba bajo la sábana en su pieza. Ella llamó un taxi para que se la llevara. Cuando la fuimos a buscar venía caminando por el pasillo, con la sábana en la mano, media mareada pero no malherida, sin una gota de sangre, y nos decía que no se iba a ir en cualquier taxi, que llamaran al número que ella tenía. Así me di cuenta que ella no era la mamá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario