Esto me lo
contó Bernardo. Lo conocí en una faena por Puerto Natales. Andaba él, y dos
amigos suyos. Pero había un cuarto amigo, un mítico Durán, del que hablaban
todo el tiempo. Trabajaban en Natales por los meses de invierno, pero en el
resto del año, eran macheros. Pura macha, pura macha. Sacaban macha a manos
llenas, de la arena, en Cucao. Vivían en Chiloé, y tenían que viajar a Puerto Montt,
en bus, para irse en avión a Magallanes. La cosa es que la macha necesita harto
manejo para que se mantenga el recurso. Ellos formaban parte de un sindicato, y
tenían un área de manejo. Pero habían pasado años antes de llegar a eso, desde
siempre tuvieron problemas, porque la extracción era indiscriminada y, claro,
la playa se llenaba de gente, y como se vende fácil y no se paga mal, llegaban
sobre todo los de afuera –porque la gente de la zona tiene un criterio,
digamos, ancestral, durante la extracción-, en cambio los afuerinos iban y
sacaban también las machas más chicas, las que todavía no se reproducían, y más
de una vez fue gente incluso con retroexcavadoras, con las que lograban sacar
hasta la última macha de la playa. En esos caso, la playa se repoblaba del
recurso en más o menos 12 años, según decía Bernardo, pero todo eso ya no
pasaba porque ahora se había llenado de sindicatos y cada sindicato tiene una
playa en concesión, y cada persona tiene que cumplir con sus cuotas de
extracción, pero obviamente también los dirigentes sindicales tenían y tienen
mala fama, y se contaban innumerables historias de los sindicalistas haciendo
la vista gorda ante malos pagos desde la industria pesquera, o irrespeto por
las cuotas de extracción, o incluso aprovechándose de los pagos quincenales que
hacían los socios para hacer recortes, y un buen etcétera. Así que todo esto
empieza hace 14 años, cuando la playa que ellos todavía no tenían a concesión fue
arrasada con maquinaria, y Bernardo y sus dos socios se compraron una camioneta
para recorrer otras playas de la isla en busca del apreciado recurso. Viajaban
con sus chinguillos (quiñes, en mapuche), sus redes, un compresor de buceo,
trajes de neopreno, y unas mangueras amarillas de 200 metros para meterse al
agua, en playas bajas y largas, donde crecen las machas, a pocos centímetros
bajo la arena que está a menos de un metro de la superficie. ¿Se entiende? Se
ponen de guata en el fondo y van llenando redes, hasta que llenan la camioneta,
no es peligroso porque estás muy cerca de la superficie, cualquier problema que
tengas simplemente te pones de pie. Incluso se puede hacer sin equipos,
simplemente con los pies y las manos. Pero con equipo avanzas rápido y puedes
ir haciéndote un sueldo mensualmente y un nombre en la pesquera que te compra
las machas, porque si vas una vez a las mil, difícil que te compren, pero si
llegas todos los martes con 400kilos, te los compran fijo. A veces pagan más, a
veces menos. Al final, la pesquera mete las machas en tarros y las venden en
los supermercados por todo Chile. Bernardo y sus amigos creen que estas machas
incluso pueden exportarse, pero a ellos no les dicen nada para que no se suban
por el chorro con el precio. Ese verano, el otro amigo, ese cuarto amigo muy
querido que no estaba participando de la faena en Natales, pero que era
mencionado cada tanto –el tal Durán-, salió de vacaciones en moto, a recorrer.
Volvió diciendo que había una playa, en Chaitén, donde estaba pero es que
repletísimo de machas, que era cosa de ir con las camionetas y meterse y
llenarlas en dos días, máximo, y que podían aprovechar de pasar por Chaitén, específicamente
podían aprovechar de pasar la noche en Chaitén, donde visitarían a unas amigas
de Durán, que ya las había conocido y decía que eran de confianza. La cosa es
que fueron, por tierra: Ancud, Puerto Montt, La Arena, Pichanco, Caleta Gonzalo,
Chaitén. Casi todos van tomando cerveza en el camino. Van en dos camionetas,
Bernardo con los dos de Puerto Natales, y el tal Durán, que vendría siendo el líder
de la expedición, y la segunda camioneta con otro equipo completo de 4 amigos.
Pasaron primero a Chaitén, pero en verdad no me interesa contar lo que hicieron
ahí, sólo que coordinaron para volver, y vieron que había estacionamiento. Al
día siguiente, salieron, por el lado del cementerio de Chaitén, hacia el sur, y
después de un rato por un camino de tierra, llegaron a la playa. Durán les
mostró dónde había armado su carpa cuando había ido solo, en moto, pero como
estaban cerca de Chaitén, decidieron no quedarse ahí, sino con las chiquillas. Bernardo
me contó que se metieron con botas por la arena, y que las machas salían a
montones, estaba repleto, y no había nadie a la vista, era una playa desolada,
llena de vegetación no más. Así que armaron todo el equipo y se metieron al agua.
Fácil, obvio, sacaron montón de machas. Llenaron una camioneta de machas, y
quedaron felices. Al final, estaban desarmando el equipo, enrollando las
mangueras y todo -habían decidido ir donde las chiquillas en la noche, y a la mañana
siguiente volver a llenar la segunda camioneta-, pero, antes de irse, apareció
una señora por la playa. Llegó medio enojada, pero también preocupada. Sin
darse niuna vuelta, les dijo que habían estado mariscando en el Parque Pumalín,
propiedad del señor Douglas Tompkins. Que si se volvían a aparecer por ahí,
iban a llamar a la autoridad marítima para que vayan a tomarlos poco menos que
detenidos. Bernardo dice que Durán habló con la señora, se la llevó a un lado
para hablar “a solas”, y finalmente la vieja se fue. Volvió diciendo que no se
preocuparan, que él conocía a la señora de antes (¡mentira!) y que estaba medio
loca. En fin, fueron a pasar la noche con las chiquillas, y a la mañana
siguiente volvieron, varios de ellos con caña (Bernardo no toma), y se dijeron
que si acaso pasaba algo con la Armada se iban a tener que ir no más, que no
era tan grave. Así que se vistieron de buzo, encendieron las compresores,
desplegaron las mangueras y cuando estaban recién empezando a sacar machas,
tipo 10.45am, vieron aparecer a lo lejos la patrullera de los marinos, que es
una embarcación de carácter militar, aunque no porta armas de guerra (por lo
menos no visiblemente). Una lancha de unos 12 metros que todo el mundo conoce.
Así que apenas verlas, los buzos empezaron a avanzar hacia la playa, fueron
recogiendo las mangueras, etcétera. Bernardo, que estaba debajo del agua cuando
sintió unos tirones en la manguera, dice que se asomó a la superficie, vio la
patrullera, nadó hasta la playa, y se
quedó ahí de pie mirando. Desde la embarcación botaron un bote negro, tipo
zodiac, se subieron tres funcionarios (uno de ellos de mayor rango), y comenzaron
a avanzar hacia la playa. Se acuerdan que las playas donde se sacan machas son
bajas, y con olas casi siempre. Y rocas también. Entonces Bernardo dice que él estaba
mirando directamente al bote zodiac cuando chocaron con una roca. Dice que vio
a los tres uniformados casi volando por el aire, y el zodiac con una rajadura
que lo dejó inundado, medio hundido, y lejos de los accidentados. No es “deber”
sino, yo creo, humanidad: los buzos que estaban en la costa instintivamente se
miraron y volvieron a ponerse las aletas y empezaron a avanzar hasta el lugar
del accidente, acudiendo en auxilio de un oficial y dos grumetes, que estaban
chapoteando en el agua, con sus zapatos de oficinista y sus armas de fuego
colgando de los cintos bajo el agua, y tratando de alcanzar sus gorras, que
flotaban algunos metros más allá, nadando “a lo perrito”. Andaban los tres con
chaleco salvavidas, pero, en realidad, con esos chalecos es súper difícil nadar,
están hechos para que alguien te rescate. Y la patrullera no podría entrar, las
mismas rocas que volcaron el zodiac lo hacían imposible, así que finalmente los
únicos que podían acudir en auxilio inmediato de los accidentados eran Bernardo
y Durán. Igual me parece que esto responde al espíritu (si cabe) de los
funcionarios de la Armada, fanáticos de Rápido y Furioso, que manejan el Zodiac
a toda velocidad por puro entretenerse y amedrentar, aunque ahora estaban en
otro papel. Cuando Durán y Bernardo llegaron, los accidentados estaban
tranquilos: habían encontrado la rosca salvavidas y estaban agarrados de ella.
Les preguntaron si estaban bien, -sí, bien-, si tenían mucho frío –no tanto,
dijeron-, y luego Durán, mirando al oficial, le preguntó si preferían que los
remolcaran hasta la patrullera, o hasta la playa. El oficial se rió un poco con
la pregunta, lo pensó un rato, y se decidió por la playa, donde irían a
buscarlos en camioneta los de la capitanía de Chaitén. Durán, siempre preparado
para todo, tomó la cuerda que había llevado, y la amarró a la rosca. Luego
extendieron la cuerda y ambos la remolcaron, pataleando de espaldas, hasta que
los militares ya tocaban el fondo con los pies. El último trecho lo caminaron.
Cuando llegaron, los equipos de buceo estaban convenientemente guardados y
fuera de la vista, igual que las pocas machas que habían alcanzado a sacar. La
segunda camioneta, la que estaba llena de machas, no se veía por ninguna parte.
Así que les ofrecieron ropa, bebida y pan, que era lo que tenían para comer, y
el oficial rápidamente pidió un teléfono. Hizo las llamadas de rigor mientras
los grumetes (o el cargo menor que sea que hayan tenido) conversaban con Durán,
también eran chilotes y tenían algunos conocidos en común. Se estaban riendo
alegremente todos cuando volvió el oficial de sus llamadas telefónicas. Venía
muy agradecido, aunque se notaba que era de clase alta, o por lo menos tenía
una postura y un rictus muy de clase dominante, aunque con una mirada sencilla
que les agradeció efusivamente. Las camionetas llegaría en unos 45 minutos, y
pidieron si podían prestarles ropa seca. En esa época todavía no habían gps ni
smartphones, y al rato llamaron al oficial por teléfono, y hablaron con Durán,
que les explicó cómo había que meterse por detrás del cementerio de Chaitén
para encontrar el camino hasta la playa. Seguían conversando con los grumetes mientras
el oficial hacía otras llamadas telefónicas, Bernardo pensaba que estaba hablando
para reprender a los grumetes por haber estrellado el Zodiac (él, en tanto oficial,
no se rebajaría a pilotar naves menores), y
entre una llamada y otra se acercó y nos pidió que nos acerquemos todos
a conversar, que tenía algo que decir. Entonces se reunieron, dijo Bernardo, en
un círculo bien ridículo. Era verano, pero no hacía calor: los grumetes con el
torso desnudo y tapados con nuestras toallas. El oficial con una polera vieja y
sucia, unos pantalones que le quedaban grandes, y los calzoncillos y uniformes
de los tres secándose al sol. Las gorras arriba de la camioneta para que se
sequen con el calor del techo adornaban la situación. Entonces el oficial les dice
que están muy agradecidos, por supuesto, Él, pero también la Armada de Chile, y
que había estado hablando por teléfono para buscar cómo ayudarlos o cómo
devolverles la mano también como institución. Entonces les dijo que ahí, en
Chaitén, había unos terrenos que estaban destinados a “colonos”, gente que se
quisiera ir al sur a “hacer patria”, pero, la gracia de su ofrecimiento, era
que estos terrenos en particular estaban muy bien ubicados, a escasas tres
cuadras de la plaza de Chaitén, en lo que era, dijo con picardía el milico
culiao, un pequeño favor que se les estaba haciendo a personas cercanas de
ciertas instituciones la de entregar estos terrenos, en fin que había una sola
condición, y era que los terrenos cedidos tenían que ser la primera vivienda de
los colonos durante 15 años. Después de podía vender. A tres cuadras de la
plaza. A Bernardo y sus amigos les pareció interesante, pero ¿vivir en Chaitén?,
eran casado y era difícil. Pero Durán, que ya había andado recorriendo en moto
la zona y se había, digamos, familiarizado con el lugar, le tomó la palabra.
Todo esto fue más o menos rápido, todavía no eran las 12 del día cuando
llegaron las camionetas y se fueron. El oficial ya había advertido, en todo
caso, que no siguieran sacando machas, porque era cierto que esos terrenos eran
parte del Parque Douglas Tompikns. Esa tarde llegaron a Chiloé, cada uno para
su casa y fin de la historia para todos, menos para Durán, que empezó a viajar
en moto para allá, hizo todo el trámite, lubricado con la amistad del oficial, consiguió
su terreno, y ahora es residente de la ciudad de Chaitén. Vive casi en el
centro. Cuando Bernardo me contó todo esto, Durán estaba a un año de llegar a
los 15 y poder vender el terreno. Esperaba que Chaitén hubiera crecido en esos
años y que los terrenos se hubieran valorizado, todo eso no había pasado, pero
de todas maneras había sido un excelente negocio, y un buenísimo proyecto de
vida el de Durán, que consiguió su casa nueva en Chaitén un 16 de octubre de
2005.