tomé el auto y partí al supermercado. si está cerrado, filo, seguiría manejando hasta otro almacén que queda un poco más allá. pero estaba abierto, así que estacioné en el recinto y me encantó el súper porque tenía la fruta fresca y olorosa y compré galletas y hasta una champaña. además me llevé un melón y un paquete de arroz, así que calculé el peso de la bolsa en unos 7kilos. Sonaban una canción de fito paez cuando salí a la calle y agregué dos piedras grandes a la bolsa para completar una decena de kilos y poder acompañar la caminata con un entrenamiento suave de brazos.
ya caminando, durante el kilómetro entero que separa la casa del supermercado, levanté la bolsa sobre mi cabeza treinta veces con cada brazo, preocupándome de mantener la palma direcionada hacia adelante, con fuerza y rapidez hacia arriba, pero controlada y muy lentamente hacia abajo. tras las repeticiones, sentí un suave y agradable dolor en cada hombro y en los bíceps.
no me di cuenta de la situación ilógica hasta que llegué al portón de la casa y noté el candado puesto. mientras rebuscaba las llaves en los bolsillos, miré hacia dentro y caché que el auto no estaba. ¿habrá salido el mono? pensé, pero un segundo después me acordé que fui en el auto y que lo dejé estacionado en el supermercado. no va a quedar otra que volver a pie. estirando el cuerpo y el brazo dejé la bolsa de 10kilos colgada por dentro de la reja y emprendí la caminata de regreso, sin dejar de sentirme un poco, o en realidad súper, tonto y despistado.
en todo caso me gusta la calle de tierra, y el viento fresco de la vaguada costera me acompañó e impidió transpirar aunque pasaba ya del mediodía en pleno verano. en la recta final, con el supermercado y el estacionamiento a la vista, divisé el vehículo olvidado y vi que tenía las luces encendidas. estúpido error que cometo demasiadas veces a la semana, y que me obliga a empujar el auto muchas veces solo, en el mejor de los casos me ayuda el mono si ando con él, o en el peor caso he tenido (¡ya demasiadas veces!) que pedirle ayuda a algún peatón.
el caso es que me acerqué a dos cabros jóvenes que parecían caminar hacia el paradero de micros, y les pregunté si serían tan amables de ayudarme a empujar el auto, les mostré las luces encendidas y yo diría que hasta se alegraron de tener la oportunidad de empujar el autito.
decir vergüenza es poco porque, ya sintiéndome tonto de haber dejado el auto botado y con las luces encendidas, al acercarnos los tres al vehículo, no encontré las llaves en mi bolsillo y recordé que, pensando en agregar unos gramos extra al entrenamiento de brazos, había metido en la bolsa todo lo que tenía en los bolsillos, incluyendo las llaves del auto y del portón, y había dejado la bolsa colgada por dentro, allá en la casa.
¡qué idiota!, ahora tenía que volver caminando. pero ante todo: mucha calma. decidí volver a la casa trotando, aprovechando ahora, que andaba con zapatillas, de hacer un entrenamiento suave de piernas. me despedí de la pareja de jóvenes y caminé hasta que me perdí de vista antes de comenzar el trote. conté 420 veinte pasos antes de perder la cuenta por culpa de un zorzal que cantaba como coliguacho.
apenas había empezado a transpirar cuando estuve de nuevo parado en el portón. me distraje con el trote y, por instinto, metí la manos y encontré de nuevo el candado cerrado, luego miré y vi que no estaba el auto. ¿habrá salido el...? ¡bah! ¡las llaves! en ese momento miré el suelo y vi que el perro, un bóxer recogido durate la cuarentena, había destrozado la bolsa y desparramado el contenido por el patio. por suerte, la botella de champaña no se había roto. pero tampoco se veían las llaves por ninguna parte.
me había comportado como un idiota la última media hora, y me daba vergüenza gritarle al mono para que saliera a ayudarme, así que decidí saltar el portón para buscar la llave entre la tierra y plantas del patio. pero el bóxer se puso nervioso con la maniobra y empezó a ladrar y saltar como un saltimbanco.
me puso nervioso a mí también y tropecé cuando estaba pasando la segunda pierna por arriba de la reja de madera, quedando mi cinturón colgado de ella (yo por dentro) en posición tan incómoda que no podía safarme, con un solo pie tocando apenas el suelo y equilibrándome con escaso control, lo que nos ponía más nerviosos a mí y al perro, que hacía cada vez más ruido, y cuando empecé, furioso y colgado, a gritarle que se callara al perro de mierda que saltaba sin parar, abrió suavemente la puerta el mono, con la calma que lo caracteriza. de un grito hizo callar al perro y se acercó a mí.
pero monito, me dijo, que te pasó.
y... la verdad ahora que han pasado algunos días o semanas, ya me da un poco de risa... pero ahora se los va a seguir contando el mono, pa que no se nos olvide la tontera, que después pasa un día o dos y se nos van olvidando las cuestiones, como si hubieran sido un sueño
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Pero monito, ¿qué te pasó? Le dije... Pucha tantas cosas mono, me contestó. Así que le pregunté:¿querísque te baje o me querís contar primero?
-Te cuento, no hay apuro, si igual estoy relajado.
-¿Te tinca si voy a buscar el birimbao?
-Me encantaría que fueras a buscar el birimbao, mono.
De un salto, me metí a la casa por la ventana, subí la escalera trepando en cuatro patas y la bajé corriendo. Agarré el cachichi y me senté en la posición del loto frente al mono, a interpretar un ritmo suave mientras me contaba la historia y me seguía el ritmo. Cuando yo aceleraba, él también, cuando tocaba lentamente, él se pausaba, si dejaba de tocar, él no decía nada.
Así estuvimos media hora, hasta que llegó al presente y dijo: "y llegaste tu y me pregúntaste ¿que pasó monito? Dale oye y tú querís contarme lo que pasó después?".
-Me encantaria mono, pero creo que vamos a caer en un bucle en el cual te volveré a contar la historia y podríamos estar para siempre.
-¿Cómo sabís si no hemos estado siempre en esto?
-No tengo certeza, pero ya que puedo decidir que paremos, mejor paramos.
-¿Sabís qué te pasó mono?
-Claro, si te lo conté poh.
-Pero... ¿sabí qué significa?
-Ni idea mono.
-Te volviste 12.
-Me queda totalmente claro. ¿Y qué hacemos?
-Vamos a buscar el auto po mono, si lo dejaste en el supermercado. ¿Como querí bajar? ¿Te corto el cinturón? ¿Te busco una escalera? ¿O prefieres una pirueta?
-OK, vamos con la pirueta.
Me encaramé a la reja y apoyé firmemente el pié y la mano derecha, agarré al mono con la izquierda y el otro pié, y lo dejé libre para maniobras.
Quedé al lado izquierdo del colgado.
-Ahora apoya las patas en la reja, pone la manos como si fueras una rana y prepárate para saltar.
El mono colgante se puso en posición.
-Listo.
Le dije: -Ahora piensa en un grito. Tení que saltar y gritar con toda tu energía.
-¿Qué grito? Aaaaahh ¿pero no será muy aweonao?
-Como te salga no más, monito.
Me acomodé, alejando el pie izquierdo del cuerpo del colgado, acercando mi homóplato a su espalda, quedando de cabeza al suelo y con el pie izquierdo como una antena que apuntaba sol. Era exactamente el mediodía geográfico del equinoccio de otoño y casi no producíamos sombra. El perro nos miraba ojiplático, completamente tenso, pero inmóvil.
-iSalta y grita!
-¡POYEJALÍ!
Gritó poniendo fuerza en las piernas, yo le desenganché el cinturón, se impulsó, solté la mano y estiré el pie derecho sumando impulso al salto inicial. Nos despegamos de la reja y giramos en el aire antes de caer rodando.
Ambos ilesos.
Nos miramos como para felicitarnos con un colonizado "dame esos cinco", pero nos avergonzamos al esbozar el gesto con los brazos. Miramos al perro, que se encontraba girando descontrolado, dando vueltas sobre sí mismo. Persiguiéndose la cola y levantando polvo como un remolino. Ambos nos pusimos de pie.
-¿Qué le pasa al perro? (sacudiéndose el polvo).
-No sé, estará sorprendido.
-Pero no para, ¿qué hacemos?
-Usa la fuerza... (solemnemente) sé la fuerza, monito.
-¿Estuviste viendo fanquicias gringas? No tenías weás mejores que hacer.
-Tengo mejores weás que hacer, pero no hablo de eso. Hablo del arcano 8.
-Me queda claro, dijo el mono, y en el acto fue a tomar al perro por el hocico, luchando un buen rato para calmarlo por completo, en una lucha juguetona aunque con cierta violencia.
Cuando vi que el perro estaba relajado, lo tomé por las patas traseras y el mono por las delanteras. El perro colgaba completamente consciente, y sin embargo, sin ningun músculo tenso. Jadeando calmado. Lo apoyamos en el suelo con solemnidad.
-¿Qué chucha pasa mono?, me preguntó intrigado.
-Lo que pasa mono, es que vos llegay y te comís todo en la mañana sin importarte nada.
-¿Por qué decís eso?
-En la mañana po, te comiste el pan de floripondio que tenía en la mesa. Lo iba a vender a la noche.
-Ahhh, estaba super rico, pero no me comí todo.
-No po, pero comiste lo suficiente para quedar todo loco. Lo bueno es que afiné la receta para no quedar ciego.
-Por lo menos.
-Yo también me comí uno. Pero yo sabía que me lo había comido, a vos te pilló por sorpresa.
-¿Y qué hacemos?
-Solo podemos enfrentar la realidad alterada con un gran contenido de situaciones absurdas, pero con alto contenido simbólico. Ármate una mochila, tenemos que recuperar el auto, y recuerda que a la noche tenemos un tocata con la "Contacto estrecho jazz band", ¿afinaste los timbales?
Nos preparamos cada uno con su mochila y salimos a buscar el auto. Después, no sabíamos qué podría pasar, pero estábamos preparados para enfrentar el abismo. El perro fue con nosotros, empujándonos, advirtiéndonos. Íbamos entero locos, como arcano sin número. ¡POYEJALÍ!